“¡Dos millones de dolares! No podia creerlo. El Flaco había perdido dos millones de dólares en mis presentaciones en Argentina. Ni yo, que sigo siendo la leyenda, “La Voz”, podría permitirme semejante descalabro. Y eso que se lo dije al Flaco Ortega y el solo me contestaba “Tranquilo, Ché, en lo que la gente sepa que vamos a cantar “Sabor a Nada” juntos se van a agotar las entradas para el Luna, ¿qué querés que te diga? ” Yo no pensé que la cosa podría haber ido tan mal, pero no me daba buena espina ver tan pocas mesas repletas en el Sheraton y no ver un lleno total en el Luna, a pesar de haber vendido en esos dias 3 millones de discos de mi álbum de duetos. A ver quién hace eso a los 65 años. Dos millones de verdes y todavía hay gente que quiere seguir perdiendo.”
Estas eran las reflexiones de Frank luego de abrir el sobre y ver su contenido con la oferta de un representante artístico venezolano para dos presentaciones allá. “El billete no es malo. Además podría aprovechar para saludar a mi viejo amigo Hector ¿Monteclaro? ¿Montecasino? ¡Monteverde! Ese es. Estábamos los dos cantando en par de locales uno frente al otro y, al terminar, como decía Héctor, “nos caíamos a palos” Sí, la idea es buena. Creo que lo voy a hacer. Además, dicen que por allá todas las mujeres están bien buenas y eso me jala más que cualquier buen contrato. Mi hijo, el Junior, había estado por allá en el 69 y me contó que la había pasado muy bien. ¡Pobre chamo! No sé por qué le puse mi mismo nombre. Nancy y Mamá se empeñaron en eso y ahora mi hijo carga con la cruz de llevar este nombre mío que tanta ancla. Pero, en fin, vamos a lo mío y lo mío ahora es agarrar este contrato”
Así que allí mismo llamó a su agente y le ordenó finiquitar todo para que, dentro de un mes, viajaran al país suramericano. Renzo Nogueras, el empresario venezolano que lo había contratado, se frotaba las manos de satisfacción pensando que la presentacion del viejo Frank compensaría las pérdidas que había tenido con sus últimos espectáculos. Especialmente la de La Reina. “Qué vaina me echó ese viejo. Venirse a morir justo después del primer show… cuando las cosas pintaban tan bien. Pero de esto tengo que desquitarme”
Tres semanas después Frank viajaba a Caracas. Quería tener el tiempo suficiente para ensayar y conocer a los músicos. Quería, además, buscar a su viejo amigo Hector ¿Monteclaro? ¿Montecasino? ¡Monteverde! y recordar viejos tiempos cuando ambos aún luchaban por su momento de gloria. Y así, sin darse cuenta, llegó el día de la presentación en El Poliedro. La del hotel había sido suspendida pues solo se habían vendido seis mesas y, mientras el cantante comenzaba a preocuparse seriamente ( “Dios mío, ¿por qué tuve que venir a terminar mi carrera en este país y de esta manera?”), Renzo seguía pensando- cada vez de manera mas pesimista- en su desquite.
Clemente Paredes, el chofer que le habían asignado, era un señor de mediana edad, experto conductor y conocedor de los más recónditos lugares de la ciudad, buenos y malos, luminosos y peligrosos, sórdidos y elitescos. Su dominio y fluidez del idioma inglés, aprendido durante su época de estibador en Puerto Cabello, lo convirtió en un personaje indispensable para Renzo. En el trayecto hacia la arena, un lugar situado en las afueras de Caracas, el cantante iba cabizbajo y meditabundo. Por primera vez sentía inseguridad, algo que ni siquiera le había pasado en su debut con Tommy Dorsey.
Para colmo, su viejo amigo Hector ¿Monteclaro? ¿Montecasino? ¡Monteverde! comenzaba a sufrir de un mal que le hacía olvidar todo, así que uno de los alicientes que le habían hecho aceptar el contrato se desvanecía aumentando su desazón e incertidumbre. Después de haber escuchado desde sus camerinos al grupo que abriría su espectáculo, oyó la voz del presentador anunciando su nombre y, al salir al escenario del poliédrico local, su ánimo terminó de derrumbarse al ver que solo la mitad del aforo estaba ocupado (“Ya me lo habían advertido Las Tentaciones, XTC, Jools Holland, Quiet Riot y Wrabbit: Venezuela es un país peligroso para un artista… ¡y más en el Poliedro!”).
Francis Albert Sinatra respiró hondo y salió decidido a dejar su nombre en alto (“Seguro que cuando arranque con “The way you look tonight” esta gente se vuelve loca” ). Pero no, un educado y mesurado aplauso -mas de cortesía que de complacencia- fue todo lo que obtuvo aquella canción. Continuó con “All the Way” y allí la cosa empezó a hacerse incómoda: discretos abucheos que se intensificaron al atacar el algo mas movido “Love and Marriage”, creyendo que, subiendo el ritmo, lograría domar a esa fiera impredecible y sanguinaria que es el público. Su desesperación crecía (al igual que la de Renzo, quien ya había abandonado la ilusión del desquite) y las lágrimas comenzaban a asomar en la mirada del barítono neoyorkino.
Raúl Fiat, el director musical, le guiñó un ojo a Sinatra y enseguida empezaron a sonar los acordes de “Extraños en la Noche” y esta vez los aplausos sí fueron de plena admiración. Aplausos que aumentaron con “New York, New York” y alcanzaron un clímax increíble con “My Way” para cerrar el ¿espectáculo ? Le parecía increíble : ¿Qué clase de país era este que resumía su carrera de más de 60 años a solamente tres canciones? Sin esperar por el grito de “otra, otra”, que jamás se escuchó, Frank fue en busca de Clemente que lo esperaba a un lado del escenario y le pidió marcharse de El Poliedro sin siquiera regresar al camerino a quitarse el lujoso smoking.
“¿Al hotel, don Frank?” “¡No, Clemente, quiero ir a donde pueda olvidar esta terrible noche!”. Y entonces fueron al Todo Paris, al Callejón de la Puñalada y a otros sitios de esa calaña que en nada aliviaron el ánimo del cantante. Una visita a La Peña Tanguera lo que hizo fue aumentar su tristeza hasta que Clemente le dijo “Ya está, ¡vámonos ya para Barlovento!”, a lo que Frank apenas musitó “whatever”. En poco más de una hora ya estaban en Curiepe y Clemente se daba a la tarea de reclutar a su grupo de tamboreros para un concierto especial para el míster. El ritmo ardiente y la caña blanca, tan distinta a su acostumbrado “scotch and soda” hicieron su trabajo y al amanecer la tristeza era solo un recuerdo.
“Míster Frank, antes de irnos” le dijo Clemente “quiero llevarle a usted a ver a una señora que le va a leer el tabaco y decirle su future.” “Why not” fue la respuesta laconic del gringo.
Pronto llegaron a una desvencijada casa con un viejo altar de dioses indios y africanos en perfecto sincretismo con La Virgen María, San José, San Juan y hasta aspirantes como José Gregorio Hernández. Tras mucho más ron y más tabaco, la mujer, en pleno trance, le dijo en perfecto ingles a Sinatra: “El fin se acerca y va a ser duro. Tu carácter se va a endurecer aún más y vas a terminar muy solo. Además, vas a ser el segundo cantante más importante del siglo XX (“Damn Elvis!”, pensó Sinatra) y te digo lo principal: 23 años después de tu partida de este mundo, uno de tu discos será el mas vendido”. Frank apenas sonrió, le extendió un billete de 100 dólares a la mujer y, con su mano sobre el hombro de Clemente, únicamente atinó a decir: “Clemente, what a crazy woman!”
(ALFREDO CHURIÓN es un locutor y periodista caraqueño que reside actualmente en Estados Unidos. Melómano incurable, fue productor discográfico durante varias décadas en Venezuela donde popularizó su programa radial “Buen rock esta noche”)