Sus mejores recuerdos infantiles estaban asociados a la Lucha Libre ‘Catch as catch can’, que transmitían los sábados en la noche por una de las pocas estaciones televisivas de la época. Todos los muchachos de su edad, expectantes, excitados, se reunían alrededor de la única TV de los contornos perteneciente al turco Tarik, un exitoso comerciante de electrodomésticos que hacía promociones de aquellos aparatos en el barrio. Ese día en especial, eran recibidos en la pequeña sala de su casa de bloques frisados y piso pulido de cemento. Entonces ellos entre risas, excitados, amontonados, sentados en el piso, estrujándose, empujándose para tener el mejor lugar, disfrutaban de la evolución de los combates repletos de ropajes brillantes, máscaras, golpes espectaculares, increíbles llaves y patadas voladoras. Los combatientes se dividían en dos bandos: LOS TÉCNICOS, que eran simpáticos, rectos, impolutos y cumplían con las normas (digamos que eran ‘los buenos’), y LOS RUDOS, tramposos, perversos, repulsivos y aprovechados (definidos como ‘los malos’). Ella y el resto de los niños, conocían bien las reglas necesarias para entender todo aquello. Básicamente, las maneras de vencer al adversario eran tres: por descalificación, por abandono y por una ‘puesta de espaldas’ que era la más difícil y consistía en inmovilizar al luchador contrario, con el dorso en la superficie del ring, mientras el réferi palmeaba en la lona del piso al ritmo del conteo y en voz alta, los tres segundos necesarios para la victoria.
Ya han pasado años de aquello. Demasiados. Ella cambió mucho y el barrio y sus gentes también.
En la medida que fue pariéndole muchachos a los distintos hombres que tuvo (y que luego la abandonaron), fue aumentando de talla, al extremo que ahora lucía en su humanidad un peso considerable y todo el mundo la conocía como ‘La Gorda Petra’. Ya sumaba más de 150 abrumadores kilos.
Y el barrio, luego de crecer como un refugio de familias humildes, pero trabajadoras y honradas, había sido tomado por asalto por gentes de mala vida, seres ruines y corruptos, sin paz con la miseria.
Con gran esfuerzo construyó su ranchito y con el tiempo, mejorando parte de él, había montado allí un pequeño negocio llamado ‘ABASTOS LA LUCHA’, donde vendía las cosas esenciales que podrían necesitar aquellos seres olvidados de Dios. La bodeguita, era su batalla diaria por el sustento, el único soporte para ella y sus hijos.
Pero un día, llegó la oscuridad. Tarde o temprano tenía que pasar. Con las peores intenciones, cuchillo en mano, se presentó en el abasto uno de los peores malandros de la zona: Alambrito. Así lo llamaban por su poca estatura y delgadez desde niño. Pero no había que equivocarse; lo que le faltaba en talla y peso, le sobraba en maldad.
Entre gritos, amenazante, violento, superó la barrera natural que imponía el viejo mostrador de madera y cristal. Blandiendo el afilado metal se pegó al cuerpo de Petra, sudoroso, hediondo a aguardiente, ido por la droga, conminándola a entregar el producto de las ventas del día. La mujer, más que miedo, descubrió en su interior una creciente y profunda rabia, por la impotencia y por tener que entregar su sustento a aquel diminuto pero detestable delincuente.
Con la furia en su interior por explotar, aprovechando la cercanía y un descuido de Alambrito, La Gorda con rapidez, lo tomó por ambas muñecas, con mucha fuerza lo atrajo hacía sí y sin pensarlo, con una agilidad insospechada para aquel inmenso cuerpo, de un impecable salto, se le tiró encima, cubriéndolo, aplastándolo, inmovilizándolo en el piso de cemento.
Cuando tiempo después llegó la policía, hicieron falta varios robustos brazos para izar con gran dificultad el cuerpo de la Gorda Petra.
Debajo de ella rescataron al delincuente, hecho nada, un garabato, un guiñapo, aporreado, adolorido y casi asfixiado. Tan estropeado estaba, que ni siquiera tuvieron que esposarlo. Sin embargo Alambrito, en el momento que le metían en el jeep que servía de patrulla, pudo escuchar claramente el potente y victorioso grito de la Gorda:
‘Puesta de espaldas… un, dos, tres y ¡fuera!’.