🦄 MASCOTAS

   Esa tarde, el unicornio entró en la sala. Su enorme cuerno de narval casi derriba la lámpara de bronce y vidrio del techo. Su larga cola blanca azotó varias veces las lunas de la vitrina. Sus duros cascos golpearon indolentes la alfombra del piso. Su cuerpo fibroso tambaleó la mecedora vienesa donde Carmen acostumbra leer el periódico por las noches. Sin embargo, a Dios gracias, llegó airoso y sin percances hasta el balcón y, con indiferencia y lentitud, procedió a comerse las flores de las macetas.

Luisa, la señora de servicio, se sorprende al ver a la bestia pastando, y no duda en buscar la escoba para espantarla antes de que lleguen los señores y la regañen por este descuido imperdonable.

El unicornio desoye los gritos de Luisa y permanece impasible ante los escobazos y empujones.

Daniela y Jesús salen de su cuarto, curiosos por la bulla, y se convierten en defensores solidarios del lindo caballo blanco que se deja montar mansito y cariñoso, ante la rabia muda de Luisa.

—Ya verán cuando lleguen los señores —claudica con orgullo herido y la furia saliéndosele por los ojos, y se encierra en la cocina.

Verdad, papi, que nos lo podemos quedar. Anda, mami, di que sí. Nosotros lo cuidamos. Seguro no ensucia. Es tranquilo y tierno. Mira si es lindo. Lo queremos mucho, mami. Anda, di que sí.

Por la noche, el unicornio se tendió al pie de la litera resoplando plácido ante tanto cariño infantil.

Carmen y yo nos miramos sonrientes y resignados:

—Una mascota es muy importante para el desarrollo emocional de los muchachos.

—Pero, pobrecitas las flores…

En el colegio, los niños no hacen más que hablar de su mascota y las maestras los regañan por no atender las clases y estar distrayendo a sus compañeros.

Por la tarde, en el jardín del edificio, los demás niños mueren de envidia y pelean por ser los primeros en montar. El hijo del Presidente del Condominio queda de último en la cola y amenaza con decírselo a su padre:

— Acá no se permiten animales.

Como todo solípedo, el unicornio hace sus cosas al paso. No se toma la molestia de sentarse en el inodoro y bajar el tanque de agua. Luisa no entiende esas costumbres, y reniega todo el día, cansada de recoger montoncitos marrones, salpicados con pétalos de flores, hediondos y pegajosos. ¡Cómo si no hubiese bastante trabajo en esta casa!

A la semana, Luisa nos acorrala:

—O ese bicho, o yo.

A la semana, el Presidente del Condominio nos visita:

—Ustedes conocen las reglas.

A la semana, conversamos con los niños y el unicornio: Jesús y Daniela lloran y no hay palabras para consolarlos. El animal nos mira sorprendido por la situación; mueve la cabeza como diciendo que no, que no entiende; da dos vueltas por la sala, resopla, yergue el cuello lo más que el techo lo permite, y nos dice mirando hacia la pared:

—Total, ya se acabaron las flores.

Esa tarde, con todo el cariño de los niños, la paciencia de mamá, la tolerancia de papá y el odio incandescente de Luisa, el unicornio se marchó, para siempre, volando por la ventana.

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Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!

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