Y entonces ocurrió. Se apagaron las luces y quedamos a oscuras. Corrimos hacia la puerta; no pudimos abrirla ni tumbarla. Quisimos abrazarnos; no nos encontramos. Nos llamamos a gritos; no hubo respuestas.
Nos supimos solos.
No había nadie más a mí alrededor.
Paulatinamente las tinieblas se fueron disipando. Caras desconocidas se perfilaron hasta quedar nítidas y saturadas de detalles. Los otros: con la expresión de sorpresa que imaginaba en mí.
Con desconfianza los escruté, distanciándome, sin comentar, tal como ellos hacían. Adosado a la pared, me preguntaba dónde estarían mis amigos, mis compañeros. Después supe que todos tenían idéntica inquietud.
— ¿Quiénes son ustedes? — varios, al unísono, balbucearon con timidez.
Alguien narró mi experiencia, en él. Los demás confirmaron en ellos la misma historia.
Abrimos la puerta: un lugar: ¿cuál?
Optamos por permanecer adentro, aferrados a lo único propio.
Uno estiró la mano y dijo: me llamo Guillermo. Otro: José, a sus órdenes. Margarita contó que venía de un pueblo marino donde la brisa se ausenta y deja al mar sin pájaros ni oleaje. Elena confesó que siempre ha querido ser poeta y tener cinco hijos que sean terribles y destruyan paredes y mobiliarios; y Auristela que cuando niña se orinaba en la cama; y Euclides que se chupó el dedo hasta los nueve años por más ají picante que sus padres le aplicaron en el pulgar…
Alguien puso música.
Aparecieron botellas.
Al pasar los días se acabó lo de la casa. Buscamos trabajo y descubrimos que el idioma puede ser una barrera; que las palabras adquieren significados diversos dependiendo del escucha. Joaquín y Jonás lograron ser cargadores en el mercado; Marta, Augusto, Eustaquio: barrenderos en el almacén; Elías, Isaac, Jacinto: pintores de brocha gorda…
Por las noches nos reuníamos a comentar la jornada. A escuchar canciones y melodías que Milagros punteaba en la vihuela. A disfrutar de lo poco que Asunción y Altagracia cocinaban…
Y entonces ocurrió. Se apagaron las luces. Quedamos a oscuras. Corrimos hacia la puerta. No pudimos abrirla ni tumbarla…
(Este relato forma parte del libro “De amores y domicilios”, 2014)