El muchacho salió de la tienda en la estación de servicios con la mochila colgada al hombro, empuñando una cajetilla de cigarros recién comprada, viendo al piso con la cabeza gacha, como quien cuida sus pasos para no dar un resbalón. Dejó que a sus espaldas se cerrara automática la puerta de vidrio, produciéndose el mismo crujir de bisagras herrumbrosas y la misma alharaca de campanas...