Pasaba cada tanto tiempo. Casi siempre los viernes. Casi siempre luego de la una. Casi siempre en un momento cercano, antes o después, de que algo saliera mal o de que el vacío arañase más fuerte en ese lugar bajo las costillas donde Sofía pensaba que estaba el alma. Por esos años todos terminaban en el Daiquirí, esa casona vieja en cuyos pasillos el humo del cigarrillo casi se podía materializar...