Amanecí inmune a la imbecilidad. Propia o ajena, hoy no me molesta. Apenas me divierte. Dibuja un atisbo de sonrisa leve que se asoma a la comisura de mis labios. Pero no renuncio a la ironía. Eso no. Qué va. Jamás de los jamases. Tendría que nacer de nuevo. Y ni siquiera. Ni aún así renunciaría a la ironía. Ese capital que nadie alcanza a expropiarme. La ironía en mí es un valor o un prejuicio...