La sesión comenzó como cualquier otra, hasta que, en un punto, me escuché diciéndole que había soñado con ella. No era un sueño erótico, ni esos que despiertan sospechas entre terapeuta y paciente, sino algo mucho más inesperado: los roles estaban invertidos. Todo era igual, la misma habitación en un departamento antiguo, el mismo sofá turquesa donde me siento cada semana, incluso la luz, que...