Ella entra a la habitación, cierra la puerta y se desnuda. Se sienta en la mecedora y revisa su celular. Al rato, se sonríe y saluda con la mano. Es curiosa la rutina que hemos establecido, desde que me mudé a la casa del frente y la espío por la ventana. La casa, que no existe más, es el recipiente ya intangible de los recuerdos que conservo con ella. Ambas desaparecieron, pero, inevitablemente...