A un nombre hay que darle cuerpo. Es un proceso público que se verifica diariamente frente al espejo, algo parecido a un asunto de tapicería en el que una funda debe rellenarse sabiamente para que logre adoptar la forma del puf, el cojín o el respaldar que se había previsto. Las personas los cuidan con orgullo o esperanza: advierten sobre excepciones imposibles (“Yo soy Lazaro, sin tilde”)...