Rocco casi no podía respirar por la subida de las escaleras y los quinientos cigarrillos que se fuma a diario. Eran casi las dos de la mañana. El pasillo estaba a oscuras, escasamente iluminado por la luz de luna. Al azar, tocamos uno de los timbres de las cuatro puertas. Insistimos con otro, pero nadie respondió. Rocco tosía como un loco. Alguien nos abrió: — Malditos cabrones, ¿qué creen que...