Pantaletas abajo, agachada justo al lado del Mercedes que le sirve
como cortaviento, la jevita orina aliviada. Le sabe a mierda salpicar
sus zapatos de tacón alto que ya han sido bautizados con otras
secreciones. Fluyen chorros irregulares de golden shower que se
maneja en el argot de pornhub. Meandros que trazan sinuosos
derroteros de 95% de agua, mientras que el resto es ácido úrico y
sales minerales.¿Y el alcohol, acaso no se mea también todo el
Johnnie Walker trasegado?
La noche ha sido ruda y Caracas está a punto de amanecer.
Detesto a los gallos que cantan en las ciudades entonando su
nostalgia por su paisajito provincial. Yo soy full capitalina y ando,
ahora, despidiéndome de mi ciudad. Mañana arranco para Vilna, a
más de nueve mil kilómetros del Ávila. Los gallos allí cantarán en
lituano, idioma que tendré que aprender. Por lo pronto me
defenderé en mi inglés chapuceado en duolingo y coñaceado en
mis ojos por los subtítulos de las películas de netflix.
Cada vez que me preguntan en Lituania si provengo de un país
pobre, agarro una arrechera del carajo y les replico que nací en la
república con las mayores reservas de excremento del diablo y el
consumo más elevado de whisky escocés en el planeta. De
diablitos underwood y frescolita ni se los menciono porque me
consta que no me van a entender.
Ahoritica, encaramada sobre la Torre de Gediminas, me asomo a mi
nueva ciudad. Entrecierro los ojos buscando similitudes con la
odalisca tendida a los pies del sultán enamorado.