🥿 Aquellos Neutroni

Las rutas de aquella Caracas en autobús, y a pie, las recuerdo como quien rememora una foto querida, sin vida. Una especie de quimera donde jugábamos a entrar en lugares como si las divisiones no existieran, pero están, como aquella vez que salí de uno de aquellos barrios y las cercas se me aparecieron claras y definitorias. 

Veníamos bajando desde el Guarataro a una calle principal de mi ciudad para tomar un autobús que nos llevara a una zona menos amenazante con el pasar de las horas, todavía entonces las había. En aquellas áreas de esa Caracas la seguridad se media con el reloj. La pesadez entraba de tarde. Cada hora marcaba angustias en los rostros de las personas con quien interactuábamos, y si nos quedábamos jugando con los niños de la zona o conversando con la gente de la comunidad la inquietud crecía hasta que con apenada insistencia nos decían que nos fuéramos. Aquel día había llovido a cántaros y mi compañera de trabajo y yo decidimos esperar a que pasara el chaparrón. Aunque avergonzados, algunos hasta nos invitaron a sus casas para que nos resguardáramos. Nos negamos para hacerlos sentir menos mal pues reconocíamos la incomodidad de dejarnos entrar a sus espacios. Cuando menguó y decidimos por fin irnos eran ya pasadas las cinco de la tarde y el lugar era otro. Los que afuera de sus casas estaban nos miraban extrañados, algunos con vergüenza, otros con miedo por lo que podría pasar, y otros con las ganas que nosotras nos negábamos a reconocer. Había que salir y caminábamos con la prisa del que se sabe acechado. Las alcantarillas en la ciudad funcionan con una eficiencia errática y en aquella zona el aguacero había sido demasiado fuerte para sus capacidades. Las calles eran ríos que con la inclinación parecían más bien cascadas, y nosotras no nos deslizábamos por ellas con gracia ni estilo sino con el desespero del que no sabe nadar por aquellas aguas. 

Arrancó de nuevo a llover. De pronto, ya cuando lográbamos ver la avenida, comenzaron los ruidos secos, comunes detonantes que no se escondían con el sonido de la lluvia. No sabíamos bien de donde venían. Mis zapatos Neutroni, tenían huecos en las suelas. Ese modelo estaba descontinuado. Me gustaban tanto que los usaba como si estuvieran nuevos, porque lo estaban, y el zapatero, contrario del amolador de cuchillos, tenía rato que no pasaba por mi urbanización y si lo hubiera hecho, tampoco se los hubiera dado para repararlos. Zaaaaaaaaaaaaaaaaa-patero, el amolador, el amolador, el amolador, señora marchanta: si tenemos los tomates, los mamones, la patilla, los cambures…. Sonidos que suenan huecos en mi memoria inmigrante. 

El agua que descendía por aquellas calles-cascadas traía de todo, y yo veía mis pies empapados cuasi a la intemperie como si fueran los de otra persona. Iba con el cuidado del que anda sobre lo que no puede ver y con la prisa del que no sabe lo que hay detrás. Con cada paso esperaba la inserción punzante de alguna cosa que no veía, y pensando que, a pesar del olor, al menos aquellas aguas estaban menos sucias por la mezcla de agua limpia que de arriba nos caía. El momento de llegar a la avenida, y la espera del posible dolor a la deriva al correr calle abajo en medio de aquellos sonidos secos se convirtió en una especie de episodio de serie de terror, solo que esta vez era yo la protagonista huyendo no sabía bien de quien o qué. ¿Quién puede aburrirse en una ciudad como Caracas? Todavía hoy tengo esa incógnita, sobre todo ahora que vivo en el lugar perfecto para el aburrimiento, y más si se es caraqueño. 

Llegamos a la avenida que nos dio una muy grata y silente bienvenida. Nos abrió puertas imaginarias que cruzamos con la rapidez del que se siente a salvo y nos dio la irreal certeza de aquel que se cree seguro. Tomamos el autobús común que nos dejaría en un punto cualquiera de la ciudad sin decir palabra alguna. Cada una con sus miedos y sus reflexiones, aprehensivas incluso de mirarnos. Cada una tomó su rumbo. Al llegar a casa me quité la ropa, estaba empapada. Antes de entrar al baño me quité los zapatos y los boté en la basura, me bañé con agua caliente. Esos fueron mis últimos zapatos Neutroni, todavía hoy los recuerdo con cariño. 

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Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!

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