La dirección:
Lic. Macedonio Alveolo
(preguntar por “El Profesor Bicicleta”)
Tocorito Despacio
(entre San Rafael de Zurpe y Corozopando)
Venezuela
La carta:
Querido Padrino:
Ya llegué a Caracas, ya me instalé, ya estoy estudiando en la universidad, pero todavía no le he agarrado el gusto a todo esto.
Esta ciudad es bien disparatosa. El plano urbanístico parece dibujado por su nieto Ramirito, que lo que tiene son cinco años. Una montañota. Una casita. Un edificio. Un elevado. Otra casita. Un centro comercial. Muchos carritos en una cola. Una lagunetica. Una carabela. Un rascacielos. Una casita más. Una mezquita. Una sinagoga. Una iglesia pequeñita. Un aeropuerto atravesado en la mitad. Demasiados ranchitos. Un río marrón. Un centro cultural. Una ciudad universitaria. Una panadería. Un sol. Un hotel por encima de unas nubes. Una gentecita, en fila india, por la cuneta de una autopista. Aquí no hay orden ni planificación.
Alquilé una pieza en un lugar llamado Los Chorros, que no tiene aceras. Entonces hay que andar pegaíto al muro y como mirando patrás no vaya a ser, porque los caraqueños manejan esmandados y si lo pisan a uno, nadie se para. En otras partes sí hay aceras. Todas con huecos, alcantarillas rotas, paradas de autobús atravesadas, postes con letreros de ventas de comida, kioscos de periódicos… Aquí es bien difícil caminar. A primerita hora me voy para el Parque del Este (yo no sé si ese ya estaba cuando usted estudió aquí en la capital) y paseo. Mi Madrina Eudelia me lo dijo tres veces seguidas: “cuidado nos regresa caderón, no vaya a volver señoritingo y caderón, caderón sí es verdad que no”. Así que yo camino de Los Chorros al parque, una hora ahí adentro y luego me arranco para la universidad. Pero todos los días me acuerdo de usted. Usted me habló de los aromas de Caracas: que si Maripérez huele a chocolate y El Rosal, a coco, y Boleíta, a café y a golfiao. Bueno, Padrino, eso habrá sido hace 40 años cuando usted vivía aquí. Ahora todo huele a… perdóneme, Padrino (y no le vaya a leer esto a mi Madrina)… esto huele a pupú. No, a pupú no, perdóneme otra vez, Padrino, pero todo huele a mierda. Pupú es lo que hace su gato Miriñaque, y eso ni huele. Esto es otra cosa. Figúrese que uno va por la calle y ahí mismo ve a un señor que se baja los pantalones y la pone. Sin vergüenza y sin que le quede nada por dentro. Hay una escalera, al ladito del Metro, por donde ya no puedo bajar. Es que no queda ni un pedacito limpio entre escalón y escalón. Y una cosa que aquí llaman “espacios verdes” y que, a lo mejor, hace tiempo fueron jardincitos, bueno, esos son “espacios castaño oscuro”, llenos de porquería, de basura y de una pobre gente, bien infeliz, que duerme debajo de planchas de cartón. Yo creía que Caracas era otra cosa.
Pero no todo es tan feo ni tan triste, Padrino. Hay unos edificios bien bonitos, brillantes, como de cristal: azules, verdes, morados. Parecen unas piedras preciosas talladitas. Uno los ve y la verdad es que siente que se está en una ciudad importantísima. Claro, lo malo es que como el sol se refleja en todos esos vidrios (en esos espejos), sube la temperatura, se secan los árboles, se muere toda la vegetación y ya casi no quedan pajaritos. Es bien raro despertarse en un lugar sin trinos. Bien desalentador.
Esto no es como Tocorito. La gente no se ríe y lo único que hace es hablar de penas y desgracias. Es que todos tienen miedo de salir a la calle. Pura angustia y depresión. Y es que roban y matan y nadie hace nada… Entonces a uno le entran unas ganas enormes de irse de aquí. No porque uno no quiera y no le duela su país, sino porque siente que “este” país ahora sí es verdad que no tiene nada que ver con uno.
¿Habrá valido la pena tanto esfuerzo para que yo me viniera a estudiar para acá?
No me haga caso, Padrino, es que me hace falta mi casa, pero no vaya a decir nada que yo no quiero mortificar a mi mamá.
La bendición,
Andrés Eloy
La postdata:
Me acaban de decir que están dando becas estudiantiles para irse Madrid. Y… digo yo… ya que salí de Tocorito, ¿qué importa que me vaya un poco más allá?
Escrito en los primeros años del siglo XXI