(envi)diosito
Francesca Spirou
¿Qué me miras, voyeur aburrido, te hartaste de tu tanta magnificencia, te extenuamos con nuestras miserias humanas, demasiado humanas y por ello enloqueciste de silenciosa (y licenciosa) sífilis a tu criatura díscola e irreductible bautizada como federico nietzsche?
No sé y por ello se me ocurre preguntártelo. A ti que lo sabes (y lo puedes y lo debes y lo temes y lo tienes y lo cobras y lo espías todo). Pero antes de que me respondas (si decides tomarte el tiempo –que a ti te sobra, creo– y el trabajo correspondiente para resultar explícito a mi entendimiento), quiero exponerte mis teorías peregrinas: imagino, pues, simplemente, que te has aburrido y te sientes solo, en tu más allá, dondequiera que sea, espectador rodeado de ángeles asexuados y propiciatorios a alabar cualquiera de tus iniciativas, por delirantes o nimias que resulten.
Al principio ejercías a plenitud (eufemismo para abusar) y disfrutabas de tus omnipotencias. Y aquí me voy de recuento: escu(l)pías estatuas de sal y ahogabas a los impíos o derribabas las escaleras mecánicas que edificaban los insensatos que pretendían, asidos a la fortaleza de un lenguaje común, ascender hasta la cúspide de tu grandeza. Después te ablandaste o te repetiste con terremotos, erupciones, huracanes y te inventaste uno que otro virus letal (de las guerras, las invasiones y las apropiaciones indebidas que cometen determinados inquilinos del planeta no pienso culparte).
En suma, que te apocaste. Te sugiero que crees una diosa que te complazca y colme tus apetencias. O que te desobedezca como nuestras féminas y viva retándote, desafiándote, sometiéndote con sus encantos húmedos y obscuros. En verdad, ¿tú dictaste aquello de los pecados capitales y los mandamientos? Qué tal si, entonces, te da por lo de la gula y te engulles de una buena vez la totalidad de las estrellas, aderezadas por cometas y asteroides o te afilias a la cofradía de la pereza y te echas una siesta de un par de millones de años. Pero, sobretodo, deja de victimizarte y victimizarnos. Mira que las víctimas siempre sobran y te queda muy mal ese papelito triste de verdugo, fíjate que todos los verdugos lo son (tristísimos, digo, y grises también).
Total, diosito, y ahora me equiparo contigo y me pongo fraterna, te propongo que te afilies al disfrute de la contemplación plácida (¿flácida?) y serena de tu creación o que te integres de lleno a la protagonización placentera de lo que sea que te guste.
Si aquí ya completaste tu obra, déjanos por cuenta nuestra, que nosotros nos apañamos y el resto viene por añadidura (si sientes algo parecido al remordimiento que hinca sus dientes en tu hiperconciencia, échanos una mano y destierra las inmundas enfermedades de nuestro reino, sin importar que se arruinen los médicos y las transnacionales farmacéuticas).
Por lo demás, gracias por imaginarnos así como somos y ahora dedícate a la ficción de otros mundos, no sé, en otras dimensiones, universos, galaxias. Debo confesar que tanta infinitud, tanto espacio en blanco o en negro o vacío me aburre, me extravía.
Así que, nada, me dio por escribirte y aquí tienes mi epístola naif y defensiva. Catarsis que dicen los cocoanalistas. Salúdame a sigmund (¿qué tal se lleva con pavlov, como perros y gatos?). Acusa recibo, aunque me temo que pronto nos enteraremos de tus iniciativas (caminos misteriosos, renglones torcidos, evangelizan tus múltiples franquiciados, fariseos proselitistas, que canibalizan tu mercado divino).
Francesca Spirou
(Bioanalista. De padres inmigrantes, nací en Caracas entrada ya la segunda mitad del siglo XX. Depilarse es de locos. Me quedé pegada en el espejo retrovisor.)