Tenía que morir Raffaella Carrá para que Italia ganara la €uropoca. Fútbol con penalties no es fútbol, reiteraba siempre mi padre. Yo soy de las que bendigo los deportes que mantienen en el redil al rebaño masculino. Cerveza en mano, pero en el redil haciendo catarsis de testosterona. A ver quién celebra con más jacaranda el gol de su equipo. A ver quién se mofa con mayor ingenio de los perdedores. Cada encuentro deportivo se equipara con cualquier elección política. Magallaneros y adecos versus copeyanos leoninos.
El día que prohíban los deportes nos fregamos las mujeres. ¿Olimpiadas japonesas sin público presencial? ¡No hay problema! Este circo de sudor funciona también a distancia virtual. Y nosotras pintándonos las (pez)uñas mientras nos tragamos las ficciones de netflix y amazon prime. Nosotras, maledicentes vía whatsApp, siquitrillando a todas nuestras amigas y conocidas, replicando fakes y bulos sabrosísimos. Morboseándonos, también, machos ajenos en instagram, twitter, facebook, tinder.
Adquiriendo vainas inútiles y dispendiosas gracias a amazon y su servicio de delivery que nos evita zapatear centros comerciales. Así no tenemos que maquillarnos ni vestirnos como modelos de pasarela. Así no hay que ocultar sobrepeso ni celulitis ni michelines ni estrías ni líneas de expresión híper acentuadas por el insomnio que se combate a punta de somníferos de obsolescencia programada.
La pandemia trastocó nuestra existencia dejando pendejos a Orwell y McLuhan. Aunque confieso sentirme muy cómoda con estas nuevas usanzas. Las agorafóbicas como yo estamos gozando una ola con las restricciones al colectivismo de intemperie pletórico de proselitismo. Imagínate que ya no logro recordar cuando fue la última vez que puse un pie fuera de mi apartamento.