Lúcidas que son todas ellas, la esposa de Santa Claus llevaba tiempo insistiéndole al añejo obeso barbudo en borrar a Venezuela de su mapa de entregas decembrinas. Total, la franquicia de deliveries navideños que funciona hace siglos bajo la denominación comercial de “San Nicolás” no se iba a ver afectada demasiado en su facturación global por dejar de entregar obsequios en millones de hogares creole…
Pero resulta ser que el añejo obeso barbudo era más terco que el demonio, así que el viejo “Santa” -así sea por llevarle la contraria a su cónyuge y hacerla rabiar- no pensaba renunciar a su destino venezolano, donde se hartaba tradicionalmente de comer hallacas y pan de jamón hasta tener que desabrocharse la hebilla de su cinturón.
Sabido es que San Nicolás siempre comienza su periplo por Caracas, volando año tras año al ras del Ávila. Habiendo despachado ya buena parte de las urbanizaciones del norte caraqueño, el añejo obeso barbudo decide aterrizar su trineo aerodinámico pletórico de renos voladores justamente en el último piso del estacionamiento destechado del centro comercial Los Chaguaramos.
Tal escaramuza logística le permitía a Santa Claus entregar casi medio millar de regalos navideños en los predios circunvecinos evitándose un montón de “parqueos” innecesarios del trineo (ahorrándose, además, la quejadera de los renos que cada año se ponen más exigentes, hipersensibles y plañideros, en plan de sindicalistas envalentados por el güisqui adulterado).
Poco menos de una hora después, con la barriga llena de dulce de lechoza y ponche crema, el añejo obeso barbudo no puede dar crédito a lo que ven sus ojos: el trineo aerodinámico ha sido totalmente desvalijado, tanto así que ni el espejo retrovisor panorámico le han dejado. Por supuesto que el inventario del “siniestro” incluye – además de varios sacos de obsequios- el GPS vergatario, todos los faros halógenos y hasta el asiento ergonómico que soportaba los sopotocientos kilos de peso de Santa Claus.
Aunque ya se podrán imaginar ustedes que lo peor y realmente espeluznante de este cuento es la masacre absolutamente cruel y sanguinaria de la media docena de renos. San Nicolás, rodilla en tierra (bueno, en verdad, rodilla coñaceada sobre el asfalto maltrecho del piso del estacionamiento) no podía contener la vaguada de lágrimas ni mucho menos los alaridos del terror más espeso y oscuro.
El olor de la carne de reno cocinándose apresuradamente en cientos de parrillas circunvecinas producía un hedor nauseabundo y recalcitrante que invadía las fosas nasales del viejo Nicolás. Oigan ustedes, pero si hasta tiempo les había dado a esta cuerda de desaprensivos criminales ecológicos para manufacturar gruesas morcillas con la sangre de estos mamíferos artiodáctilos de la familia Cervidae, cuyas pezuñas servían ahora de ceniceros improvisados y portavasos.
“¡Caracas ya no es la sucursal del cielo sino Sodoma y Gomorra en versión zombie!” vociferaba Santa Claus, a la par que maldecía (sin subtítulos) en sucesivas jerigonzas antiquísimas indudablemente foráneas.
Par de días después, tras calarse la retahíla de gritos conyugales de “¿cuántas veces te lo advertí yo?”, fat Nicolás se dispone a comunicarse con los Reyes Magos por güasápp con el propósito de advertirles sobre los riesgos horripilantes de aterrizar en Venezuela -hasta que, una vez más y como siempre- su esposa le señala la insensatez de aquel buen gesto: “No friegues, Nicolás, que se fuñan esos dizque Reyes Magos, que no solo son competencia tuya, sino que, además, a mí siempre me han parecido los 3 Chiflados bíblicos. ¡Deja que las hordas carroñeras se coman sus camellos y les hurten sus coronas, a ver si a ese trío de payasos se les quita, de una vez por todas, sus ínfulas de reyezuelos!”
THE END (soundtrack de The Doors seguido de “La cabra mocha de Josefita Camacho” en versión technopunk)