🕸️ DUST IN THE WIND

Supongo que es como soñar. Esa sensación de que toda la membrana que cubre el cuerpo y lo conecta con los demás se ha desvanecido un poco; entonces estamos ahí como espectadores. Como en los sueños, dejamos que la trama avance, que sucedan las cosas y que todo se precipite hasta el final, o hasta ese momento parecido a un final, en el que despertamos y vamos recuperando la sensación, la membrana que ahora sí nos conecta definitivamente a las sábanas, a la erección matutina involuntaria, a la pelirroja que duerme junto a ti y a las luces que se filtran por detrás de los párpados y por detrás de esos párpados de la habitación que son las cortinas de pequeñas flores que no lograste apreciar en la madrugada cuando entraste por primera vez a este cuarto.

Sí, definitivamente es como soñar. Porque, cuando estás despierto, verdaderamente despierto, se encienden las alarmas, y ese escalofrío que recorre tu espalda en forma de sudor frío, que eriza los vellos de tus brazos y acelera el corazón es un aviso antiguo, un aviso que viene desde las cavernas o quizás de más atrás, de mucho más atrás. Es el aviso de correr, no el de correr o pelear, solo el de correr. El de cuidar la carga genética, la supervivencia de la especie. Ese aviso se llama miedo, y como estudiamos en la clase de genética, todas las especies lo experimentan y actúan en consecuencia. 

Cuando estás despierto, escuchas el sonido que viene a lo lejos, que se filtra por las cortinas de esos otros párpados que son tus oídos y que, como los párpados, también te intentan proteger de lo que hay afuera. El sonido es familiar. No, no es familiar, nada que suene así puede serlo, pero tiene algo de familiar, lo puedes seguir, como si formase parte de tu memoria. Como si cada acorde y cada nota estuviesen en el lugar correcto, solo que un poco después. Exacto, cada acorde y cada nota, porque es música. 

Existen más de cuarenta y seis mil especies del orden araneae, distribuidas por toda la extensión del planeta, salvo en la Antártida. Todas, sin excepción, son depredadoras. Todas, sin excepción, son cazadoras. Casi todas llevan una vida solitaria y son intensamente territoriales. A pesar de que en la mayoría de los casos caben en la mano cerrada de un ser humano adulto y de que apenas unas treinta especies tienen veneno suficiente como para representar un peligro real para nosotros, las hemos convertido en villanas habituales, en enemigos fáciles a los que enfrentar o de los cuales escapar.

La decisión de estudiar zoología nació con las arañas del jardín de mi abuela. Mientras mis primas ayudaban a cuidar las rosas, quitar las malas hierbas y regar los geranios, yo me concentraba en observar con todo detalle cómo la luz se filtraba por los finos hilos de las telarañas en los que se quedaban atrapados los pequeños insectos, luchando desesperadamente hasta que la resignación o el veneno acababan con sus espasmos.

En ese jardín había una gran cantidad de argiope argentata, la araña tigre que está quizás en cada jardín de cada abuela del continente. Recuerdo cómo me fascinaba el prosoma plateado que brillaba intensamente en contacto con la luz del sol, su forma de espiral, con espinas como las rosas, que imitaba a las caracolas en la orilla de ese mar tan distante de nuestro pedazo de montaña. También estaban las Parasteatoda tepidariorum, que de niño creía que eran dos arañas distintas, las más pobres del jardín porque compartían la telaraña, hasta que en la enciclopedia Océano de mi abuelo leímos sobre el dimorfismo sexual. Y, por supuesto, las salticidae, con sus ojos siempre atentos y sus alucinados colores.

Armado de una libreta de tapas duras que me había regalado mi tío, la cartuchera con los lápices mongol y los prismacolor , echando una mirada cada tanto a la enciclopedia Océano, dediqué todos los sábados que pude a observarlas, dibujarlas y entenderlas. Progresivamente fui descubriendo que la argentata también tenía ocho patas, no cuatro como parecía cuando la veías sosteniéndose en el precipicio de la tela, que las bolsas de huevos pueden contener hasta 300 arañas listas para llenar de terror el mundo, sobre la dureza del hilo y la capacidad de salto olímpico, pero por sobre todas las cosas, las maneras de cazar.

En esa generalidad desinformada que es el miedo, y que nos han repetido desde Tolkien hasta la película dominguera de Aracnofobia, creemos que las arañas cazan tendiendo una tela y esperando a que su presa queda atrapada, pero lo cierto es que hay casi tantas maneras de cazar como subespecies. Solo en la familia salticidae hay una enorme variedad de estrategias, ninguna de las cuales incluye tejer una telaraña. Mientras la phaeacius se camufla en un árbol a esperar que pase cualquier posible presa y saltar sobre ella, la portia ubica a su presa y luego da varios y significativos rodeos en ramas, hojas y piedras cercanas hasta caer sobre la víctima, quizás para desconcertarla o aturdirla. Incluso, la Anasaitis canosa, que se especializa en hormigas, da vueltas alrededor de estos peligrosos insectos hasta que logra tomarlos por detrás de la cabeza, desarmando su posible defensa. 

Las más particulares, quizás, son las mimetidae, aracnófagas que llegan a las telarañas de sus presas y con las patas reproducen la vibración que generaría un insecto o alguna araña pequeña invadiendo el terreno. Mimetizan, mimetidae. Entonces, cuando la tienen suficientemente cerca, brincan y cierran sus patas sobre ella, clavando las espinas que tienen en el metatarso para inmovilizarla e inyectándole el veneno más especializado que existe en el orden araneae. Tres cosas hacen inquietante a la araña pirata: su capacidad imitativa para engañar a la víctima, su especialización evolutiva para alimentarse de otras arañas (el veneno no afecta ni siquiera a las moscas, solo a los miembros del orden araneae) y, esto es incluso maquiavélico, utilizar la confianza del cazador para convertirlo en presa.

Sí, es la sensación del sueño, de un sueño que transcurre en cámara lenta. Con los ojos cerrados voy armando el rompecabezas de la noche anterior. La pelirroja en el bar, la pelirroja bailando, la pelirroja que escucha atenta sobre el dimorfismo sexual de las arañas. Que tiene un corazón palpitante cuando se acerca y una lengua ligeramente torpe cuando nos besamos. Está la luz que se filtra por los párpados y la música, o el sonido que se parece a la música, que se filtra por los oídos y que no deja que los recuerdos se terminen de ordenar.  Yo conozco esa música, pero no sé de dónde.

El profesor Durán explicaba que en el fascinante reino animal, ese era el adjetivo que utilizaba, había dos grandes tipos de víctimas: las que daban su vida para que otro se alimente, como las cebras, los peces y las moscas, y las que dan su vida por no darse cuenta a tiempo de lo que les está pasando, como las mantis religiosas, los leones marinos y los humanos. Las primeras, terminaba su explicación, sirven para que siga girando la rueda de la vida, mientras que las segunda para que hagan documentales que vemos con lástima y alivio en las noches de insomnio. Cuando alguien le preguntaba por qué alivio, siempre alguien hacía la pregunta obvia, sonreía casi agradeciendo el pie de entrada y concluía: porque nos gusta pensar que en igualdad de circunstancias, haríamos las cosas distintas.

Entonces comienzas a abrir los párpados y las retinas se van familiarizando con la luz. Ves las cortinas con pequeñas flores que no viste con detalle en la madrugada. La mesa, el espejo, el closet y la puerta. Ves la silueta de las nalgas de la pelirroja y de repente recuerdas el frente de la casa, saliendo del taxi y mirando el frente de la casa y diciéndole que pasas por ahí con mucha frecuencia, pero que no te habías percatado de su existencia, una casa más entre las muchas casas antiguas, dos plantas, jardín descuidado al frente, que hay en el centro de la ciudad. Recuerdas que lo del jardín descuidado lo piensas, pero no lo dices, porque en ese momento van subiendo una oscura escalera que desembocará directamente en la puerta de su cuarto o de un cuarto que luego te enteras que es el de ella. La ves llevándote de la mano mientras suben las escaleras y recuerdas, pero solo ahora con la misma vieja canción sonando de fondo, su expresión al voltearse y mirarte antes de entrar al cuarto. Piensas, o recuerdas que pensaste en ese momento, que era de ansiedad y excitación, pero ahora, con la luz, con el sonido que viene de la planta de abajo y que suena cada vez más fuerte entiendes que era otra cosa, algo distinto.

Es Kansas, lo que suena sí es música, sí es una canción, cuando ya tienes los ojos abiertos, cuando tienes consciencia, cuando la membrana se ha vuelto a activar por completo lo entiendes. Casi puedes ver la portada de Point of know return con el barco balanceándose en el abismo y la monstruosa serpiente marina que lo rodea y se prepara, se alista para atrapar a su víctima.

Ese movimiento ralentizado de la música también lo recuerdas, cuando en el tocadiscos de los abuelos tomabas los discos de 45 y los ponías a sonar a 33 rpm. Lo hacías porque era gracioso, pero esta vez no lo es. Escuchas los pasos, o lo que parecen pasos, cada vez más fuertes que suben por la escalera, intentas despertar a la pelirroja moviéndola de un brazo y esta abre los ojos perezosamente y te sonríe. Ignora la música, ignora los pasos, ignora la angustia de tu cara y con esa misma sonrisa que podría estar diciendo buenos días, ¿quieres café? o fue un buen polvo, alterna el movimiento de su mirada entre tu cara y la puerta del cuarto. Te da tiempo a voltear y preguntarte si la puerta estuvo abierta toda la noche, si acaso serviría de algo saltar y tratar de cerrarla, si en algún momento antes habrá sonado The spider o si eso que se asoma por detrás del barco balanceándose en el abismo es un ojo, el ojo de un cazador a punto de saltar sobre su presa. 

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Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!

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