Claustrofobia escénica urbana
(ABRE TELON. ESCENARIO COMPLETAMENTE A OSCURAS. ESCUCHAMOS VOCES DE LOS ACTORES CON CIERTA RESONANCIA)
VOZ MASCULINA: (TONO SERENO)
–Tranquilícese, señora. No pasa nada. Esto es sólo un apagón. Cuando vuelva la luz el ascensor abre sus puertas.
VOZ FEMENINA: (ALTERADA, NERVIOSA)
–¡Cuando vuelva la luz! ¿Y si no vuelve hasta mañana? ¿Y si el ascensor se cae? ¿O si se abren las puertas entre dos pisos y lo que tenemos es una pared frente a nosotros? ¿Y si hay un incendio o un terremoto? ¡Ay, no, dios mío! ¡Además, señor, yo a usted ni lo conozco!
VOZ MASCULINA: (PROTOCOLAR)
–Cierto. Déjeme presentarme. Me llamo Ernesto Zambrano. Soy ingeniero y tengo mi oficina en el último piso.
VOZ FEMENINA: (APENADA)
–Ay, discúlpeme, señor Zambrano…
VOZ MASCULINA: (ENCANTADOR)
–Ernesto, por favor.
VOZ FEMENINA: (FORMAL)
–Ah, yo soy Pacífica. Pacífica López de Serrano.
VOZ MASCULINA: (CASUAL)
–Perdóneme que se lo diga, Pacífica, pero usted no le hace honor a su nombre.
VOZ FEMENINA: (BAJANDO LA GUARDIA)
–¿Verdad? Eso mismo dice mi esposo. Que yo debería llamarme inquieta, guerrera, turbulenta. ¿Sabe lo que pasa? Es que yo soy acelerada, muy nerviosa. Hasta creo que soy claustrofóbica. Y para colmo de males, mi móvil no tiene señal aquí adentro.
(SU MÓVIL ILUMINA TENUEMENTE SU ROSTRO)
VOZ MASCULINA:
–Ni el suyo ni el mío. (EL MÓVIL DE EL ILUMINA AHORA SU ROSTRO. LOS DOS SONRÍEN Y SE APAGAN LAS LUCES DE AMBOS TELEFONOS). Me temo que ningún móvil tenga cobertura aquí adentro.
VOZ FEMENINA: (IMPACIENTE)
–Ay, no diga eso, Ernesto.
VOZ MASCULINA:
–Mire, Pacífica, este edificio es muy viejo. Me atrevería a decir que es uno de los más antiguos de Caracas. Y este ascensor donde nos encontramos es el original, instalado en esa misma época. Los repuestos ya casi ni se consiguen. Imagínese que Don Diego de Lozada lo inauguró por allá en el año de mil quinientos y tantos.
VOZ FEMENINA:
–Usted sí es exagerado.
VOZ MASCULINA: (CONCILIADOR)
–No, de verdad, lo que quiero es que se tranquilice.
(SE ESCUCHA UN ZUMBIDO ELECTRICO Y SE ENCIENDEN LAS LUCES DE EMERGENCIA DEL ASCENSOR, ENCANDILÁNDOLOS LIGERAMENTE. EL ESPECTADOR LOGRA APRECIAR AHORA EL DISPOSITIVO ESCÉNICO: UN ASCENSOR DE ESPACIO REDUCIDO, HECHO DE MATERIAL TRANSPARENTE, CON LAS PUERTAS Y EL TABLERO METALICOS, SOLIDOS, DE CARA AL FONDO. EL ASCENSOR, A SU VEZ, CIRCUNDADO POR LA MAS ABSOLUTA OSCURIDAD, ESTA POSICIONADO EN EL CENTRO DE ESCENA, LO MAS CERCA DEL PUBLICO Y, SI FUERA POSIBLE, COLOCADO SOBRE UN SALIENTE DEL ESCENARIO QUE SE ADENTRA ENTRE LAS PRIMERAS FILAS DE ASIENTOS DEL TEATRO)
PACIFICA: (REPENTINAMENTE ESPERANZADA)
–Ay, ¿y será que ya volvió la luz, aunque sea así de a poquito?
ERNESTO:
–No quiero desanimarla, pero creo que estas son apenas las luces de emergencia del ascensor que debieron encenderse cuando nos quedamos sin electricidad.
(NUESTROS PERSONAJES SE OBSERVAN CON CURIOSIDAD, COMO MIDIÉNDOSE UNO AL OTRO)
PACIFICA: (DESENCANTADA)
–Definitivamente, usted es un aguafiestas, Ernesto.
ERNESTO:
–Gracias, Pacífica, yo también disfruto su compañía. (SE SIENTA EN EL SUELO DEL ASCENSOR Y CON UN ADEMAN LA INVITA A ELLA A HACERLO. SACA UN PAÑUELO DEL BOLSILLO Y LO EXTIENDE EN EL PISO FRENTE A EL). Póngase cómoda.
PACIFICA: (CONTENTÁNDOSE, MIENTRAS SE SIENTA)
–Lo que sí es verdad, es que usted es todo un caballero, Ernesto. (RECUPERA SU TONO QUEJUMBROSO) ¡Qué fastidio lo de estos apagones últimamente!
ERNESTO:
–Acostúmbrese, Pacífica, que el problema del racionamiento de la electricidad va para largo. Pica y se extiende.
PACIFICA: (NUEVAMENTE ALARMADA)
–Ay, dice usted aquí y ahora, ¿encerrados?
ERNESTO: (EXCUSÁNDOSE)
–Caramba, discúlpeme, no quise inquietarla nuevamente. Mire, esto del ascensor se resuelve en cualquier momento.
PACIFICA: (ALIVIADA)
–Ah, ya…¡qué alivio!
ERNESTO: (DISERTANDO)
–Me refería a los apagones en general. El racionamiento durará hasta la época de lluvias o más allá. El Guri está colapsado y mire que esa es una de las grandes obras de ingeniería hidroeléctrica de Latinoamérica.
PACIFICA: (INTERRUMPIENDOLO)
–Yo ya estoy harta. En casa estamos pensando comprarnos una planta eléctrica. Usted sabe, esas que funcionan a gasolina o gasoil y son tan ruidosas y huelen feo.
ERNESTO:
–Y por qué no piensan en colocar paneles solares, como hacen en Aruba y Curaçao. Total, sol es lo que nos sobra en el trópico. Lo que pasa es que la inversión es más grande, pero más duradera y ecológica, sin duda.
PACIFICA: (INSOLENTE, DESDEÑOSA, ABURRIDA)
–¿Usted no venderá artefactos de esos?
ERNESTO:
–No, Pacífica, no se preocupe, que yo no vendo nada. Eso se lo dejo al resto de mis compatriotas.
PACIFICA:
–Bueno, pero mejor dejamos de hablar de estos temas que me deprimen y me recuerdan este encierro. (SE ESTREMECE CON UN ESCALOFRIO Y SE ABRAZA ELLA MISMA)
ERNESTO:
–¿Y de qué quiere que hablemos?
PACIFICA:
–No sé. Aquí donde usted me ve yo sigo muy nerviosa. Y si hablo siento como que me falta el aire, así que cuénteme algo usted que se le nota buen conversador. ¿Usted es casado, Ernesto?
ERNESTO: (SONRIENTE, TRIUNFAL)
–Voy por mi tercer matrimonio y déjeme decirle que cada uno es mejor que el otro.
PACIFICA:
–¡Qué terribles son los hombres! Y segurito que cada vez se casa con mujeres más jóvenes.
ERNESTO:
–¿Usted como que es adivina, Pacífica?
PACIFICA: (OFENDIDA)
–Sí, hágase el gracioso. ¡Y después hablan de nosotras las mujeres!
ERNESTO:
–¡Nosotras las mujeres! Ese era el programa de televisión favorito de mi mamá, bueno, eso sí, después de las telenovelas…
PACIFICA:
–Déjese de acordarse de su mamá, que nadie se la ha nombrado todavía, Ernesto. Y por cierto que mi mamá, que dios la tenga en la gloria, también veía ese programa todas las tardes…
ERNESTO:
–Ahora quien se puso con la mentadera de madres fue usted, Pacífica.
PACIFICA: (ALTIVA)
–Vamos a dejar a nuestras progenitoras tranquilas en la santidad del sepulcro…
ERNESTO: (PONIÉNDOSE DE PIE DE UN BRINCO Y ALZANDO LOS DEDOS MEÑIQUE E INDICE DE LA MANO IZQUIERDA)
–¡Ah, no, Pacífica, a mi mamá me la deja vivita y coleando allá en Barquisimeto, que mi viejita es muy buena gente y no se mete con nadie! (OFENDIDO, SE DA MEDIA VUELTA)
PACIFICA:
(TORPE, NERVIOSA, APRESURADA, TRATANDO DE ENMENDAR LA PLANA)
–Su mamá, Ernesto, su mamá debe ser una santa. Y volviendo a hablar de cosas reconfortantes como los sacramentos, pues mi matrimonio es único y para toda la vida. Tal y como dios manda.
(ERNESTO PERMANECE DE ESPALDAS A PACIFICA, MANTENIENDO UN SILENCIO INCOMODO)
PACIFICA: (APENADA, EUFEMÍSTICA, PROSOPOPEYICA)
–Ingeniero…Ernesto…de verdad espero que no se haya ofendido por algo que yo hubiese dicho. Si es así, por favor discúlpeme. Nada más lejano de mi intención que ofender a nadie y menos a un caballero tan grato y cordial como usted, quien además debe ser un buen hijo. De verdaíta, Ernesto, discúlpeme por lo de su mamá. Usted no se imagina cómo yo me alegro de que la doñita todavía esté viva, allá en…Barquisimeto, disfrutando del obelisco y de los crepúsculos y…
ERNESTO:
(VOLTEÁNDOSE DE REPENTE Y HABLANDO CON GESTOS CONTENIDOS, MIENTRAS AGITA UN PUÑO CERRADO EN EL AIRE Y HABLA CON LOS OJOS CERRADOS Y EL ROSTRO CONVULSIONADO)
–Pacífica, por favor, hágame la gracia y tenga la merced de callarse, que si no fuera usted una dama…
(ABRE LOS OJOS Y MIRA AL TECHO. HACE EJERCICIOS DE RESPIRACIÓN, ASPIRANDO PROFUNDAMENTE Y EXHALANDO EL AIRE EN INTERVALOS SUCESIVOS. PACIFICA LO MIRA ATERRADA)
PACIFICA: (DESFACHATADA, INSUFRIBLE)
–Ay, Ernesto, me tenía asustadísima. Yo pensé que se estaba desinflando, no sé, que le faltaba el aire…
ERNESTO: (ESCÉPTICO)
–Pacífica, usted es una vaina. Definitivamente, uno no se la puede tomar en serio. ¿Para qué me voy a molestar si usted simplemente no tiene remedio? (SE QUITA LA CHAQUETA. PACIFICA LA AGARRA Y LA DOBLA CON CUIDADO DE QUE NO SE ARRUGUE) Y entonces, usted está casada, Pacífica…
PACIFICA: (ORGULLOSA)
–Casadísima, Ernesto, casadísima con el señor Serrano…
ERNESTO:
–Que debe ser un santo varón, con una paciencia de hierro, y que se debe pasar el día trabajando, lo que se dice un workaholic, un adicto al trabajo…
PACIFICA: (NAIF)
–Ay, ¿usted como que conoce a mi José Félix?
ERNESTO:
–No, pero puedo imaginármelo, Pacífica, y creo que hasta seríamos buenos amigos, haciendo catarsis frente a media docena de whiskies en las rocas…
PACIFICA:
–Dieciocho años.
ERNESTO:
–¿Cómo?
PACIFICA:
–Que mi José Félix lo que toma es puro whisky dieciocho años, en las rocas, con una corteza de limón. Ay, no se ponga bravito conmigo, Ernesto y siéntese para que me siga contando su historia, pues, su vida y milagros.
ERNESTO:
–Mejor déjeme contarle lo que acaba de pasarle a Nelson, un amigo mío que se volvió loco por una mujer que no era la suya.
PACIFICA: (BEATA)
–Ay, no, Ernesto, historias de infidelidades no, por favor, se lo agradezco, mire que yo soy católica practicante, devota de Santa Marta del Desatino y de Santa Esperancita del Misterio Gozoso.
ERNESTO:
–Ve como la mal pensada es usted. (DA VUELTAS COMO UN LEON ENJAULADO). ¿Quién demonios habló de infidelidades, Pacífica, quién?
PACIFICA:
–Usted, ingeniero, deseando la mujer del prójimo y…
ERNESTO:
–Ah, y otra cosa, Pacífica, en toda esa corte celestial a quien usted se encomienda toditicas las noches antes de irse a dormir, y después de cumplir con sus obligaciones conyugales… (PACIFICA SE CUBRE EL ROSTRO CON LAS MANOS) Bueno, pues en esa corte celestial no hay ni un solo varón, ni un sólo hombre, Pacífica, además de su marido…
PACIFICA:
–Sí que sí, ingeniero. También soy devota de San Cayetano Bendito y de San Omar Milagrero. (INTERRUMPIÉNDOSE Y CAMBIANDO EL TONO, OFENDIDA) ¿Y qué carrizo hace usted hablando de mi lecho conyugal, dominio sacrosanto y exclusivo del señor José Félix Serrano Toro? Lo que pasa en mi dormitorio, ingeniero, yo no se lo cuento ni a mi confesor, el padre Patiño, ¿entendido?
(ERNESTO PONE CARA DE CIRCUNSTANCIA, REPRIME UNA SONRISA Y NO CONTESTA)
PACIFICA: (DESAFIANTE, IMPLACABLE)
–¿Entendido, Ernesto?
ERNESTO: (RESIGNADO, ESCURRIENDO EL BULTO)
–Entendido, Pacífica, estamos a mano, pues. Uno a uno. Empate técnico. Lo que es igual no es trampa. Y cuénteme que fue lo que usted vino a hacer a mi edificio.
PACIFICA: (IRONICA)
–Ay, sí, su edificio. De casualidad tendrá usted una oficina alquilada.
ERNESTO:
–Alquilada y a mucha honra, Pacífica. ¿Usted sabe lo que cuesta el metro cuadrado en esta zona?
PACIFICA: (RETRECHERA, CORTANTE, MARCANDO DISTANCIA)
–No lo sé ni me interesa. Y en todo caso, para que se entere, yo vine a hacerme una limpieza dental con la doctora Crespo, cuyo consultorio propio ocupa todo el tercer piso. Ah, y agarre su chaqueta, que yo no soy guardarropa de nadie.
(SILENCIO INCOMODO EN EL QUE PACIFICA SE PONE A REVISAR SU CARTERA, SACANDO Y GUARDANDO COSAS, MIENTRAS ERNESTO DA VUELTAS DENTRO DEL ASCENSOR).
PACIFICA:
–Ay, siéntese de una buena vez, Ernesto, que me tiene al borde de un ataque de nervios.
(ERNESTO SE SIENTA Y SONRIE DESPLEGANDO SU ENCANTO)
ERNESTO: (MIMOSO)
–¿De verdad no quiere que le cuente la historia de mi amigo Nelson, que se volvió completamente loco por culpa de su casera?
PACIFICA:
–¿Es interesante la historia?
ERNESTO:
–Así es.
PACIFICA:
–¿Y no tiene sexo?
ERNESTO:
–Nada de sexo, Pacífica, como Michael Jackson o los mismísimos angelitos esos, los querubines del poema de Andrés Eloy Blanco. Tan sólo aventura, acción y emoción.
PACIFICA:
–Cuénteme, pues. Dése el gusto, Ernesto.
ERNESTO:
–Bueno, Pacífica, si usted insiste, no me queda más remedio.
PACIFICA:
–Insisto, Ernesto, yo insisto.
ERNESTO:
–Mi amigo Nelson es artista plástico. Pintor abstracto. De esos que dan grandes pinceladas en un lienzo, lo que se llama un gran formato, mezclando colores primarios y volviendo a pintar encima, una y otra vez, tonalidades diversas.
PACIFICA:
–Lo que se dice arte moderno, que no me gusta para nada, y que no colgaría en ninguna de las paredes de mi casa. Yo prefiero los paisajes marinos y mi cuadro de la última cena. Cosas así, usted sabe.
ERNESTO:
–Entiendo, Pacífica. El caso es que Nelson hacía más de veinte años que vivía alquilado en tremendo apartamento de uno de esos edificios antiguos en Chacao. Un monumento casi tan viejo como este. De construcción sólida. Y con esos detalles que no se encuentran hoy en día sino en condominios de lujo. Escaleras de mármol, pisos de granito oscuro, techos altos que recuerdan los cielos rasos con frescos del renacimiento…
PACIFICA:
–Suena de maravilla. Me lo imagino perfectamente.
ERNESTO: (ENSOÑADOR)
–Yo lo único que le envidiaba a Nelson era ese apartamento. Bueno…y sus cuadros. Impactantes. Extraordinarios. Con una fuerza salvaje que deja sin aliento a quien los observa. Por suerte, tengo uno en la sala de mi apartamento. Me lo regaló Nelson.
PACIFICA: (ODIOSA)
–¿Y va a seguir con el tema de los cuadros? Parece la enciclopedia esa del arte que viene encartada en el periódico.
ERNESTO: (RESPONDON)
–Voy a seguir con el cuento, si es que usted me deja, Pacífica. (ERNESTO SE LE QUEDA VIENDO Y PACIFICA LE HACE UNA REVERENCIA BURLONA, OBSTINADA Y RISUEÑA). Nelson tenía el contrato original de arrendamiento a su nombre y pagaba un alquiler bajísimo, de cuatro cifras, pues el edificio estaba regulado.
PACIFICA:
–Ya me imagino por donde va la cosa. ¿Quiere un caramelito de menta?
ERNESTO:
–No, gracias.
PACIFICA:
–Usted se lo pierde, mire que le sirve para refrescar la garganta. (QUITA EL ENVOLTORIO Y SE METE EL CARAMELO A LA BOCA)
ERNESTO:
–Estoy bien, Pacífica, gracias. Era un edificio bajo. Sin ascensor ni estacionamiento. Un solo apartamento por piso. Yo diría que excedía los doscientos metros cuadrados de construcción, sin incluir la terraza descubierta.
PACIFICA:
–A mí ya no me gusta el edificio ese, sin estacionamiento ni ascensor. Aunque por lo menos no se quedaban encerrados.
ERNESTO:
–Por lo menos, Pacífica.
PACIFICA:
–Ah, y lo del alquiler tan barato, eso sí me convence.
ERNESTO:
–No se crea, a Nelson también. Pero le salió caro, demasiado caro.
PACIFICA: (ANECDOTICA)
–Fíjese que mi papá siempre decía que pagar alquiler era botar el dinero, que uno tenía que comprar, así fuera un apartamentico pequeño. Techo propio sobre tu cabeza, me acuerdo que decía. Techo propio sobre tu cabeza. Y eso fue lo primero que hicimos José Félix y yo cuando nos casamos: nos compramos la Planta Baja en Bello Campo, con garaje contigüo y un jardincito privado donde cultivo mis flores y donde José Félix duerme su siestecita en el chinchorro… Pero siga con el cuento, Ernesto, ¿qué está esperando?
ERNESTO:
–Nelson estaba en su apartamento alquilado feliz de la vida. Y es que todo, además, le quedaba cerca. El Metro, el centro comercial, la panadería, la barbería, el abasticos donde le fiaban, el banco, la tienda de arte donde compraba sus pinceles, pinturas y lienzos…
PACIFICA: (IMPACIENTE)
–Ay, sí, ya entendí, Ernesto, ¿y entonces? Termine de una vez con el cuentico de hadas y vamos a la parte dramática, cuando se pone buena la cosa.
ERNESTO: (VEHEMENTE)
–Pacífica, ¡recuerde su nombre!
PACIFICA: (GRANDIELOCUENTE)
–Ernesto, sea un caballero, no inoportune a la dama en desgracia atrapada en el ascensor y métale chola a la historia.
ERNESTO:
–Tiene razón. Ahí vamos. El drama comenzó cuando la hasta entonces dulce y sonriente conserje, Doña Carmen, le compra el edificio, con inquilinos y todo, a un serbio exiliado, dueño de otros cuarenta edificios desperdigados por Caracas. ¿Y sabe qué? El exyugoslavo este vivía en el sótano del edificito más miserable de Catia. El hombre era tan pichirre que murió de gangrena, meses después de la venta, por negarse a pagar un taxi para que lo viera un médico.
PACIFICA:
–Ajá. ¿Y se puede saber de dónde sacó los reales la conserje, esa tal señora…Carmen?
ERNESTO:
–Unos dicen que de una herencia que le dejó una tía solterona en ultramar, otros cuentan que sacó el dinero del colchón y algunos afirman que se ganó la lotería. Pero nadie sabe a ciencia cierta.
PACIFICA: (ESPONTÁNEA, LA EXPRESIÓN LE SALIO DEL ALMA)
–¡Qué suerte tuvo la vieja!
ERNESTO: (MIRÁNDOLA CON LOS OJOS DESORBITADOS)
–Ni tanto, Pacífica. Ya verá por qué se lo digo.
PACIFICA: (EMOCIONADA, IRRECONOCIBLE)
–¡Lo que haría yo con un premio inesperado! ¡Mejor ni le cuento! Pero siga, siga, Ernesto.
ERNESTO:
–En fin, que la conserje compró el edificio y contrató a un bufete de abogados para desalojar a los inquilinos.
PACIFICA:
–¿Y Nelson?
ERNESTO:
–Mi amigo Nelson, como buen artista, se hizo el desentendido. Y dijo que mientras siguiera pagando puntualmente el alquiler, a él nadie lo sacaba de su apartamento. Que ese era su atelier, su castillo y su reino.
PACIFICA:
–¿Y?
ERNESTO:
–Y siguió pintando, Pacífica, que eso era lo que ocupaba la mayor parte de su tiempo.
PACIFICA:
–¿Y no contrató abogados, ni fue a Inquilinato o a la Defensoría del Pueblo?
ERNESTO:
–Lo único que hizo fue depositar el alquiler en un tribunal, antes del quince de cada mes. Y más nada, pues, salvo seguir viviendo, como acostumbraba, un día a la vez.
PACIFICA:
–Muy bien, pero ¿qué pasaba mientras tanto?
ERNESTO:
–Mientras tanto, la conserje Carmen, ahora con sus canas teñidas de rubio, se inscribió en un curso de yoga, se arregló su boca desdentada y empezó a hablar como una vieja sifrina, con un acento extrañísimo que provocaba la burla automática de quienes la escuchaban, casi como un acto reflejo.
PACIFICA:
–Sí, pero ¿qué hizo? Acciones, Ernesto, acontecimientos.
ERNESTO:
–Carmen convocó a una reunión de inquilinos, con sus gordos abogados presentes, y sugirió amablemente desalojar el inmueble en un generoso lapso de tres meses, tiempo de sobra para encontrar donde mudarse, pagando cincuenta y hasta cien veces más el alquiler regulado que allí disfrutaban.
PACIFICA:
–¡Qué chiste, ni que fuera tan fácil mudarse a un buen apartamento!
ERNESTO:
–Caso contrario, Doña Carmen de Palma y olé…
PACIFICA: (EXTRAÑADA)
–Ah, pero ¿la doña estaba casada?
ERNESTO:
–Casada como ninguna, Pacífica, con el señor Palma, un sureño venido a menos que obedecía sin chistar, ahora más que nunca, las sabias órdenes de su dueña.
PACIFICA: (MORDAZ)
–Okey, siga, obedezca la voz de su amo, como el perrito aquel de la RCA Victor, ¿se acuerda?
ERNESTO: (SIN INMUTARSE)
–Caso contrario, Doña Carmen de Palma y olé no tendría más remedio que desalojar judicialmente a todos y cada uno de los presentes y, muy especialmente, con saña, premeditación y alevosía, a mi amigo Nelson, el único convocado ausente.
PACIFICA: (EXPOSITIVA, ILUSTRADA, PROVERBIAL)
–Y como el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento…
ERNESTO:
–Usted lo ha dicho, Pacífica, doña Carmen y su ejército de abogados escapados de una pintura de Botero, enfilaron sus armas directamente contra Nelson.
(AMBOS PERSONAJES ESTABLECEN UN CONTRAPUNTEO DELICIOSO, FLUIDO, LOGRANDO UNA SINCRONIZACION CORAL, UN TRABAJO DE EQUIPO SINCOPADO QUE RECUERDA UN ARMONIOSO PARTIDO DE PING–PONG DONDE LA PELOTA SON LOS PARLAMENTOS QUE VAN Y VIENEN)
PACIFICA:
–Pero…
ERNESTO:
–Pero…mi amigo Nelson ya estaba pagando directamente en tribunales, lo que sentaba un precedente jurídico y le hacía ganar tiempo.
PACIFICA:
–Y además…
ERNESTO:
–Además, Nelson tenía la mayor antigüedad en el edificio. Un par de años más que Carmen y los leguleyos del dueño cometieron la torpeza de no ofrecer ni el apartamento ni el edificio en venta a Nelson, quien tenía la prioridad jurídica, antes que cualquier otro inquilino, incluida la conserje, a quien nunca se le considera en estos casos, dado su carácter de empleada y no arrendataria.
PACIFICA:
–Me abruma con tanta información, Ernesto. ¿Y a todas estas?
ERNESTO:
–A todas estas, los vecinos se reúnen y proponen aumentarse el alquiler en un cien y hasta un doscientos por ciento, pero la nueva dueña se niega, argumentando que quiere traer a su familia de España y que necesita el edificio completo para ella.
(PACIFICA SE PONE DE PIE Y ESTIRA LAS PIERNAS, GOLPEANDO EL AIRE COMO UN BOXEADOR EN SU EJERCITACION PUGILISTICA)
PACIFICA:
–No me está gustando nada este cuento, pero ya es muy tarde para detenerse, Ernesto.
ERNESTO:
–Ahora es cuando, Pacífica. Total, que los viejitos del segundo piso son los primeros en irse. Desaparecieron un fin de semana sin despedirse de nadie.
(ERNESTO MIRA HACIA ARRIBA Y PACIFICA MIRA HACIA ABAJO MIENTRAS HABLAN, CREANDO UNA INCOMODA TENSIÓN, DADA FUNDAMENTALMENTE POR SUS POSTURAS, APOYADOS CADA UNO EN UNA DE LAS PAREDES OPUESTAS DEL ASCENSOR, DE PERFIL AL PUBLICO)
PACIFICA:
–¿Y qué es de la vida de Nelson?
ERNESTO:
–Nelson rompe y bota a la basura las notificaciones legales que pegan a su puerta. Ah, ya sabía yo que se me olvidaba un dato buenísimo: la vieja Carmen, que sigue viviendo en la conserjería de planta baja, al lado precisamente del cuarto de la basura, le cambia el nombre al edificio y coloca en la fachada un gran aviso de cerámica azuliblanca donde se lee…
PACIFICA:
–¡Carmen, qué original!
ERNESTO: (ASINTIENDO, ENTRE RISAS)
–Doña Carmen, además, se inscribe en la asociación de vecinos y hasta se lanza como vocal suplente en una plancha municipal.
PACIFICA:
–¡No faltaba más!
ERNESTO:
–Un miércoles por la mañana, cuando la familia del primer piso se encuentra fuera en sus ocupaciones habituales, un juez, un fiscal, tres policías, todos los abogados de Carmen y un camión de la depositaria judicial con ocho obreros cargadores…
PACIFICA:
–¡Ay, qué gentío!
ERNESTO:
–Pues todo ese gentío irrumpe en el apartamento y muda en un santiamén a los desafortunados Chacón–Mora, violando su intimidad y destrozando la mitad de sus pertenencias.
PACIFICA:
–¡Debió ser horrible!
ERNESTO:
–Imagínese, Pacífica, la cara de la familia cuando llegaron esa tarde al apartamento. Los niños llorando sin sus juguetes ni nada que comer o ropa para cambiarse. Vidrios rotos. Fotos en el piso.
PACIFICA:
–¿Y Nelson?
ERNESTO:
–Nelson, como buen gocho, se indigna y declara la guerra a muerte. La campaña admirable. Waterloo. Tormenta del desierto. La toma de la Bastilla. Delirio en el Chimborazo…
PACIFICA:
–Pero…
ERNESTO:
–Pero, primero, en un arranque de solidaridad excepcional en él, auxilia a sus vecinos y los instala en su apartamento.
PACIFICA: (APLAUDE COMO UNA NIÑA)
–¡Ese es mi héroe, bravo por Nelson!
ERNESTO: (SONRIENTE)
–Fue comiquísimo, porque Nelson es un lobo solitario que siempre ha vivido solo. Fíjese que sus parejas eventuales si acaso se quedaban una que otra noche con él. Y entonces ahora, durante tres largas semanas, Nelson adopta a una familia entera con dos niños pequeños.
PACIFICA:
–¡Así se hace en la vida!
ERNESTO: (RESENTIDO)
–Pero, bueno, Pacífica, ya me está haciendo sentir celoso de mi amigo Nelson.
PACIFICA:
–Deje la quejadera, el lloriqueo y los celos, Ernesto, un hombre hecho y derecho como usted. (LE EXTIENDE UNA MANO) Póngase de pie, mire que me va a dar tortícolis como yo siga así, con la cabeza inclinada hacia abajo y el cuello doblado, como una jirafa comiendo.
ERNESTO: (YA ESTA DE PIE)
–Parece un buen tratamiento antiarrugas para la cara y el cuello.
(PACIFICA SE LE QUEDA VIENDO FEÍSIMO, EN LA ESQUINA OPUESTA DEL ASCENSOR, CON LOS BRAZOS EN JARRA)
ERNESTO: (SINUOSO, ENCANTADOR DE SERPIENTES)
–Aunque usted no necesita ningún tratamiento para las arrugas…por ahora, Pacífica, créame. Usted está en la flor de la madurez, rutilante y muy bien conservada. Todavía se le puede jugar un quintico…
PACIFICA:
–Ya está bueno, Ernesto, olvídese de enmendar el capote, que usted lo que hace con los manos, lo deshace con la boca. Valiente ingeniero que debe ser. Por favor y me informa de alguna de sus obras para evitar transitar por ellas.
ERNESTO: (UFANÁNDOSE)
–Si usted supiera, Pacífica. Mis obras de ingeniería son tantas que le costaría trabajo evitarlas. Pero prefiero que las descubra y se asombre usted misma.
PACIFICA: (FRIA, DISTANTE, ESCÉPTICA)
–Siga, pues, Ernesto. Cuénteme de la convivencia de Nelson con los niños.
(AMBOS VUELVEN A SENTARSE, SONRIENTES, COMO ANTIGUOS CAMARADAS Y PROSIGUEN LA CONVERSACIÓN)
ERNESTO:
–Dentro de todo, esas tres semanas fueron una etapa bien productiva y divertida para Nelson.
PACIFICA:
–¿Cómo así?
ERNESTO:
–Nelson se ponía a pintar sus grandes lienzos con los niños, llenándose todos de pintura de los pies a la cabeza. Y le digo algo, Pacífica: Nelson nunca había logrado unos cuadros tan pintorescos e ingenuos, por decirlo de alguna forma. Y, cosa curiosa, los vendió mucho más rápido que ninguna otra obra suya, con excelentes resultados económicos, además.
PACIFICA:
–Me alegro por Nelson, pero…¡déme noticias de la malvada bruja desalmada!
ERNESTO:
–Carmen está que se muere de la rabia. Botando agua con la manguera, que es su única satisfacción en la vida (todos sabemos que la manguera es un símbolo fálico, un sustituto del órgano masculino, pues, un sucedáneo del miembro viril, un mejor es nada…). Total que ña’ Carmen se la pasa malgastando agua y maldiciendo en catalán día y noche. Hasta le sale espuma por la boca. Y empieza a tomar medidas extremas. Cosas que incluso sus abogados le recomiendan no hacer.
PACIFICA:
–Umjú, ¿cómo qué?
ERNESTO: (ENUMERANDO)
–Quitar los bombillos de las escaleras. Iniciar trabajos de remodelación en los apartamentos desocupados. Comprarse un par de ruidosas cacatúas igualitas a ella para hacerse compañía y cambiar la cerradura de la puerta del edificio.
PACIFICA:
–¿Y nuestro héroe, super–Nelson?
ERNESTO:
–Una vez que sus protegidos se han ido, el super–gocho va sacando de a poquito sus pertenencias. (CARRASPEA. PACIFICA SACA UN PAR DE BOTELLITAS PLASTICAS DE AGUA MINERAL DE SU CARTERA. LE DA UNA. BRINDAN ENTRECHOCÁNDOLAS. LAS DESTAPAN Y BEBEN UN LARGO TRAGO). Ah, me estaba muriendo de la sed, Pacífica, gracias. Y debo reconocer que usted es una maravilla, siempre lista para cualquier emergencia.
PACIFICA:
–Mujer precavida vale por dos, Ernesto, pero créame que la mejor forma de agradecerme mis recursos, talentos y provisiones es continuar con la historia sin detenerse, sin propagandas ni cortes comerciales, mire que en cualquier momento vuelve la luz y yo no me bajo ni loca de este ascensor sin saber cómo termina este cuento.
ERNESTO: (BURLON)
–Cónchale, Pacífica, parece una telenovelera cualquiera.
PACIFICA: (OFENDIDA)
–Cualquiera no, respete.
ERNESTO: (EXCUSÁNDOSE, CONCILIADOR)
–Discúlpeme, Pacífica, quise ser gracioso y me salió una morisqueta, pero la cosa rimaba y todo. Telenovelera. Hasta ahí.
PACIFICA:
–¿Usted de verdad es ingeniero?
ERNESTO: (AMBIGUO, EN GUARDIA, SAGAZ)
–Ingeniero de ficciones y otras prosas.
PACIFICA:
–Pero, ¿esta historia es real?
ERNESTO:
–Como usted y como yo, como la vida misma.
PACIFICA:
–Concluya, pues, ingeniero.
ERNESTO:
–Usted lo quiso, Pacífica. Recuerde que fue usted quien me pidió que terminara la historia.
PACIFICA:
–Al principio, usted estaba loquito por echarme el cuento de su amigo Nelson, que si esto, que si lo otro y que si Nelson se volvió loco por una mujer que no era la suya. Y ahora, justo cuando se acerca el final de la historia, se frena todo y se excusa y le da sed y se hace el interesante, solamente para que una le pida que desembuche de una buena vez. ¡Hay que ver cómo le gusta hacerse rogar, Ernesto. Usted es más remilgoso que una monja que me daba clases allá en el Santa Rosa de Lima, Sor Purificación se llamaba y nosotras, ¡malvadas que éramos!, le decíamos Sor–Mo: Sor Mortificación de los Dolores, los Calorones y el Abatimiento)
(PACIFICA INTERRUMPE SUS REMEMORACIONES Y CARCAJADAS AL PERCATARSE DE QUE ERNESTO LA OBSERVA CON LOS BRAZOS CRUZADOS Y CARA DE POCOS AMIGOS)
ERNESTO:
–Ajá, entonces, ¿sigo con lo de su amigo Nelson o usted me piensa deleitar con sus memorias piadosas de una señora que se aburre?
PACIFICA:
–El encierro a usted lo pone grosero e hipersensible. Disponga usted del discurso, por favor, ingeniero…
ERNESTO: (HISTRIÓNICO , DIRIGIÉNDOSE A UNA AUDIENCIA VIRTUAL)
–Muchas gracias por el pase, colega. Informando en vivo y directo, desde el propio escenario de los acontecimientos, me resulta grato informarle que Nelson, con todas y cada una de sus obras pictóricas a salvo en sitio seguro y secreto, Nelson, pues, nuestro protagonista que se ha sabido ganar con su gallardía el cariño y respeto de nuestro público presente y siempre consecuente…Nelson, pues, decía, abre a todo lo que da la llave de paso del gas de su apartamento…
PACIFICA: (PERSIGNÁNDOSE ALARMADA)
–¡Ave María purísima!
ERNESTO: (LITÚRGICO, RESPONSORIAL)
–Sin pecado concebida. ¿Sigo?
PACIFICA:
(URGIDA, ERÓTICA, TOCÁNDOSE EL CORAZON CON LOS OJOS CERRADOS)
–¡Por dios, por lo que más quiera, no pare, no desacelere ahora, no pierda el ritmo. No baje la marcha ni se detenga bajo ninguna circunstancia terrena o divina, Ernesto!
ERNESTO: (EN TONO INFORMATIVO)
–Nelson abre el gas. Llena el microondas con cuatro o cinco potes repletos de pintura en aerosol y lo enciende a veinte minutos en máxima potencia.
PACIFICA: (ALZANDO LA VOZ CON SOBRESATURACIÓN DE AGUDOS)
–¡Pero eso es una bomba…una bomba casera de alta potencia!
ERNESTO:
–Nelson cierra bien las ventanas, asegurándolas con tirro y abandona el apartamento. Baja las escaleras rociando gasolina a su paso. Sale a la calle. Encadena la puerta del edificio, le coloca un candado anticizalla y corta los cables telefónicos que asoman de un tubo metálico externo. (BOSTEZA LARGAMENTE CUBRIÉNDOSE LA BOCA CON LA MANO)
PACIFICA:
–¿Usted pretende quedarse dormido ahora…en el mismísimo clímax…de la vida, obra, epopeya y milagros de Nelson?
ERNESTO: (ENTRE COLOQUIAL Y DIDACTICO )
–Ya va, Pacífica, coja mínimo. ¡Qué público tan exigente! Usted no sabe que hoy en día ningún autor que se precie cuenta el final de la historia. Esto es lo que ahora se llama final abierto, sin desenlace ni conclusión, sin moralejas ni mensajes ni enseñanzas de ninguna clase… ¡Use su imaginación, caramba! ¿Qué más quiere que le diga? Entre la explosión y el incendio, el edificio se quemó completico con la nueva dueña achicharrándose adentro.
PACIFICA:
–¡Qué irónica es la vida! Carmen y el edificio Carmen…
ERNESTO:
–…consumidos por las llamas, ambos dos, en minutos.
PACIFICA: (VEHEMENTE)
–¡El propio infierno, dios mío, el propio infierno! ¡Ay, ahoritica mismo hasta me está oliendo a quemado! (HUELE, HUSMEA, ASPIRA PROFUNDAMENTE COMO UN SABUESO) ¿A usted no le huele a quemado, Ernesto?
ERNESTO:
–Yo lo que huelo es azufre, Pacífica, pero déjeme terminar.
PACIFICA:
–Acabe, pues, termine, mijito.
ERNESTO:
–Y después dicen que los urgidos y precoces somos los varones. Bueno, prosigo. Pero primero un recuento rápido: la compra–venta del edificio viciada de ilegalidad; la sorpresiva desaparición de los viejitos del segundo piso; el salvaje e inhumano desalojo judicial de la familia Chacón–Mora en su ausencia, con el consecuente trauma para los niños; el acoso psicológico y hostigamiento sostenido a mi pana del alma, insigne artista plástico venezolano, Nelson; y, finalmente, la declaración de guerra muerte, el acabóse, pues, el apocalipsis now, la ira vengadora, el asalto y la tempestad que prometía ese poeta alemán que estaba más loco que el carajo, Hölderlin, creo que se llamaba; el microondas dando vueltas con su carga de colores y destrucción; la explosión: ¡bummmmmmmmmmbbbbb!
(ERNESTO GRITA ONOMATOPEYICAMENTE Y PEGA UN BRINCO QUE SOBRESALTA A PACIFICA, QUIEN SE REFUGIA EN UN RINCÓN CON LAS MANOS EN LOS OIDOS. ERNESTO VUELVE A SENTARSE COMO SI NADA Y PROSIGUE SU NARRACIÓN DRAMATIZADA DE LOS HECHOS, MIENTRAS PACIFICA VUELVE A SER ABSORBIDA POR LA HISTORIA)
ERNESTO:
–La fuerza del impacto tumba la puerta del apartamento de Nelson y rompe los cristales de las ventanas. El tercer piso es un hueco negro y maloliente que parece haber sido bombardeado. El gas sigue botándose con un silbido agudo, haciendo el amor salvajemente con la gasolina que se desborda escaleras abajo. El incendio se propaga sin pausa y las llamas de fuego rojas, naranjas y amarillas se lo van comiendo todo a su paso, chupándose las paredes del edificio, derritiendo los techos, haciendo hervir los pisos, provocando aquel humo gris oscuro y asfixiante que se traga todo el oxígeno. El siniestro fue tan grande que el esposo de Doña Carmen se ahorró el funeral y el entierro, ya que los bomberos no pudieron encontrar los restos de la señora de Palma, presumiblemente incinerada en vida.
PACIFICA:
–¡Por dios, qué funesto! ¿Y Nelson?
ERNESTO:
–Nadie lo ha vuelto a ver, Pacífica. Se lo tragó la tierra. Sus cuadros ahora se cotizan muchísimo. Y ya que usted le cogió tanto cariño y admiración a Nelson, ¿no me querrá comprar el gran formato que tengo en mi apartamento?. Es de la época más clásica y serena de Nelson, con grandes superficies claras y luminosos toques de color. Cambiándole el marco, muy moderno para su gusto, el cuadro le va a quedar bien bonito allá en su Planta Baja y creo que José Félix lo va a disfrutar campaneando su whiskycito 18 años, desde la comodidad del chinchorro. ¿No le parece?
PACIFICA: (INQUIETA, INCOMODA, PONIÉNDOSE DE PIE, CONTRA LA PARED MAS LEJANA DE ERNESTO)
–Ay, no, ingeniero, esta historia me revolvió el estómago. Mire, se me puso la piel de gallina. Tengo jaqueca, me zumban los oídos, me arden los ojos. Usted como que se inventó todo esto.
ERNESTO: (IMPASIBLE)
–¿Usted cree, Pacífica?
PACIFICA: (SE LE CAE LA CARTERA DE LAS MANOS Y LA DEJA EN EL PISO. SUFRE UN ATAQUE DE PANICO IN CRESCENDO)
–Yo no sé nada, Ernesto, pero ya va siendo hora de que nos saquen de esta estrechez, de que se acabe este tormento. Este ascensor, así tan pequeñito, me recuerda un ataúd, un sarcófago egipcio, un féretro. (SE VOLTEA, DÁNDOLE LA ESPALDA A ERNESTO Y AL PUBLICO, COLOCÁNDOSE FRENTE A LAS PUERTAS METALICAS DEL ASCENSOR QUE INTENTA ABRIR CON LAS MANOS, PRIMERO, Y GOLPEA CON IMPOTENCIA A CONTINUACIÓN, INTERPRETANDO, SIN VIRTUOSISMO, UN CONCIERTO DESTEMPLADO DE PERCUSION METALICA. GRITA UNA Y OTRA VEZ EN IN CRESCENDO CORAL). Por favor…¿alguien me escucha? ¡Estoy atrapada en el ascensor! ¡Sáquenme de aquí, auxilio! ¿Me escuchan? ¡Por favooooor! ¡Ayúdenme! ¡Auxilioooo!
(CIERRA TELON) FIN.–