Con los panas diasporizados de Caracas montamos, aquí en Extremadura, la agencia publicitaria Algoritmo. Funcionamos en lo que fue, durante medio siglo, un minúsculo bar de copas anclado en la calle de San Juan en Badajoz. Lo + simpático es que ninguno de nuestros clientes está geolocalizado in Spain.
El catálogo de productos que gestionamos semeja los anaqueles de aquellas quincallas hiperbólicas atendidas por asiáticos en las esquinas de Alcabala a Peligro, allá en el downtown caraqueño. Si queremos ponernos eufemísticos y prosopopéyicos, diríamos que competimos directamente con la oferta amazónica de los reyes del mambo-delivery a escala planetaria.
Lo mejor del teletrabajo es no tener que verle el rostro a ninguno de los impresentables que exigen, con precisión ecuménica, nuestros textos laudatorios que se clavan como anzuelos de pescador nivel Jémingüey en las pupilas de los usuarios de las redes sociales.
Carcaj(earnos) mientras lanzamos nuestras ingeniosas saetas mercadotécnicas ayuda mucho a redactar varios cientos de miles de caracteres con espacios por jornada laboral en confortable horario flexible que incluye weekends y feriados. Aquí cada quien se arma su calendario mientras cumpla con la cuota estipulada de productos.
Hoy, por ejemplo, me ha tocado en suerte la nunca bien ponderada categoría de novedades para mascotas tropicales además de la línea bioecológica para la prevención precoz de la alopecia. Mañana serán manteles desechables de papel reciclado para ocasiones festivas con estampados de Better Call Saul y la novísima línea de juguetes elaborados únicamente en material biodegradable.
O sea, no hay lugar para el tedio en nuestros quehaceres dada la extrema pluralidad de ítems que esperan ser adquiridos con feroz avidez por consumidores impacientes que ni siquiera le dan chance a la obsolescencia para desechar sus antiguallas y optimizar sus rutinas vitales en tránsito hacia el averno.
La faz más triste del bitcoin consiste en arrejuntar palabras en procura de vender todos aquellos productos que nadie desea y que acumulan polvo en la sección outlet. Esta labor específica nos amarga la existencia una vez a la semana a todos y cada uno de los trabajadores de nuestra empresa.
En contrapartida, lo que verdaderamente nos flipa es escribir textos gozosos para las sagas infinitas de libros que, tras varios meses, se versionan en films y/o series para las diversas plataformas de streaming que están hundiendo en el estiercol al anquilosado Jólyvud.
La trampa espeluznante en la que reincidimos con terquedad reiterada los copywriters es beneficiarnos del descuento especial que nos otorgan nuestros clientes en la adquisición de sus productos, consumiendo así elevadas porciones de nuestros ingresos.
Este círculo virtuoso envaselina eternamente los engranajes de la manufactura de bienes indispensables que nos distraen de las angustias existenciales y los pensamientos hiperactivos. Tal secuencia garantiza la permanencia saludable de fuentes de empleo en los distintos segmentos. Todo ello potenciado por la bienaventurada omnipresencia de internet merced a las sapiencias algorítmicas que pronostican y satisfacen, antes de que surjan, cada uno de nuestros requerimientos. “Alexa, ponte en 4”, ordeno a viva voz y, en acto reflejo de genuflexión predictiva, esta asistenta virtual atrapada en su propia caja de Skinner, hace sonar, a volumen eufórico, la canción de la banda venezolana Los Amigos Invisibles: “Lo que yo quiero es ponerte a ti: en 4, en 4, en 4, en 4”.¡Vamos, que cualquier deidad analógica habita, ahora mismo, el Olimpo de los coprófagos!
El humor es la mejor manera de afrontar temas como éste, pues de lo contrario se nos acusará de paranoicos conspiranoicos.