Bípedos
Javier Miranda-Luque
“Vivir en barroco. Pactar con la vida.”
(Umberto Eco)
La primera te acojona. De ahí en adelante te sale natural. Yo me licencié en Letras y tengo una maestría en literatura hispanoamericana. Vivo dando clases 40 horas semanales y prorrogo las entregas de mis estipulados trabajos de ascenso hasta el último instante del plazo asignado. Jamás he escrito nada medianamente decente. De esta forma, los intentos de canalizar mi hostilidad cotidiana mediante el emborronamiento de cuartillas en blanco han resultado gestos inútiles. Así maté la primera vez. Y la segunda, tercera, cuarta. Después no llevas la cuenta. Asesino selectivamente. Librando a mi familia, amigos, colegas, alumnos y coterráneos de auténtica escoria que pulula sobre la tierra. Bípedos que existen para descalificar, humillar, agredir, someter, burlarse, engañar, estafar, utilizar y aprovecharse descaradamente de los demás, deshonrando la condición humana.
Yo, simplemente, soy el cobrador de dios, ahora y aquí, que viene a que le cancelen la cuota inicial de la infamia. Ya les advertí que a pesar de haber leído tanto a Huidobro y Cortázar escribo muy mal. Ser un gastronauta de libros no te convierte en autor. Ni por ósmosis con la tinta que oscurece las puntas de tus dedos. Esto apenas pretende ser una documentación de mis crímenes. Mi aspecto común (estatura, peso, color de ojos, cabello y piel, ausencia de cicatrices, marcas visibles, lunares, verrugas, pecas, barba, bigote o lentes) me permite pasar completamente desapercibido. Mis alumnos y colegas apenas recuerdan mi nombre, salvando la situación gracias al consabido título de “profesor”. Yo mismo no insisto en recordar mi gentilicio también masivo (aparecen 13726 homónimos míos en la guía telefónica de la Gran Caracas). Si no me lo preguntan ni lo pronuncio y cuando lo hago, hablo rápido, bajito, arrinconando las vocales y enfatizando brevemente la consonante final. Nadie me recuerda. Nadie me ve y yo desaparezco de la escena del crimen sin dejar rastro.
Mi conflicto es con la gente que observa el mundo a través de sus esfínteres, pues obtiene una visión deformada de la realidad. Un esfínter es una membrana mucosa que dosifica evacuaciones diversas, no un lente f 1.4 que recrea la luz en perfectos claroscuros, ni siquiera un f 32 con nítida y generosa profundidad de campo. Charlatanes de oficio. Discursivos, retóricos, grandilocuentes, churriguerescos. Fatuos, vanos, vacuos. Reproductores de lugares comunes, latiguillos, fórmulas y frases hechas. Funcionarios que disfrazan sus palabras y modales. Catervas de crápulas que posan, reposan, se adiposan a instituciones públicas y privadas, vampirizándolas hasta hacerlas desfallecer por el desvío de recursos a otras nuevas en donde se eternizarán, presidiendo el consejo consultivo y contratando a sus hordas de fanáticos habituales: su corte de los milagros complaciente, trashumante y bufonesca.
Por todo lo antes expuesto, he decidido, pues, refrescar el panorama del mundillo cultural, renovando sus rostros directivos. Los grandes cambios comienzan por la cabeza, encargada de coordinar el movimiento del tronco y extremidades. A ver. El Museo Contemporáneo de Bellas Artes. Su directora-fundadora instauró un ente vanguardista, en concordancia con sus similares de Europa, atesorando una excepcional colección. Tras un cuarto de siglo sin permitir ninguna clase de injerencia o supervisión, es hora de un homenaje post-mortem, que no implique rebautizar con su nombre la institución.
Caso: Biblioteca Pública Nacional. Presidenta nombrada a dedo por su papá, a la sazón, primer magistrado de la república. 30 años en el cargo, con intenciones de heredárselo a su único hijo. Mi intervención oportuna deja acéfala la red bibliotecaria y sin sucesores a la vista. Una nueva generación de bibliotecólogos y documentalistas toma las riendas, dinamiza y democratiza la BPN.
La burocracia recargada del Ministerio de la Cultura me ha dado trabajo excesivo, pero aquí la purga fue integral: un ministro, dos vices, los diecisiete miembros del consejo gerencial, los directores generales sectoriales de literatura, bellas artes, artes auditivas, artes escénicas, artes audiovisuales y los 23 coordinadores nacionales. Las páginas culturales de la prensa se confunden con las necrológicas. Este ha sido mi golpe maestro. Soy un asesino rápido, limpio, 100% eficiente, silencioso. No me esfuerzo en sembrar pistas falsas ni en escenografiar las bajas como accidentes. Las autoridades policiales buscan en los archivos a posibles intelectuales resentidos a quienes no les hayan concedido cargos, otorgado premios, publicadas sus obras completas o todas las anteriores.
En mi lista sigue la editorial del estado, el sistema nacional de orquestas juveniles e infantiles; la confederación venezolana de ateneos; la cinemateca y el fondo de fomento fílmico; el teresa carreño; el poliedro; la concha acústica de bello monte; las direcciones culturales de alcaldías y gobernaciones; las bienales literarias y salones de arte; el festival internacional de teatro; los jóvenes coreógrafos, las facultades de humanidades y educación de la central, la católica, la de los Andes, la del Zulia…
(842 palabras; 5505 caracteres con espacios)
APLAUDO ESTA MARAVILLOSA DISTOPÍA.