Me pagan con pizzas de supermercado y cervezas bien frías. Mentira, también me entregan, en efectivo y silencio tributario, el cuatro por ciento de las ganancias que les genero. Ellos ponen el dinero y yo apuesto en casi todos los eventos deportivos que se suceden en el planeta. Ello me obliga a dejarme los ojos y los dedos en jornadas de casi 19 horas sin feriados. Me gusta decirme que mi nivel de aciertos resulta imbatible. Sé que hay espectros mucho mejores que yo en esta especialidad. Ah, y cada vez + jóvenes los hijeputas. Pero aquí estoy dando cabezazos, brazadas, patadas, pedaleando, remando, noqueando pronósticos. Lo más satisfactorio es elegir resultados improbables que arrojan ganancias pornográficas y escuchar las lisonjas que me lanzan los inversionistas. Hace tiempo ya que zanjé mis deudas con ellos y, desde entonces, abandonaron sus protocolos gansteriles conmigo. Ahora consienten la casi totalidad de mis caprichos sin regateos impertinentes. Hasta accedieron a porporcionar el microclima que precisan mis equipos para operar en condiciones ideales. Soy el puto perro de Pávlov y sé que vivo una distopía coñoemadrísima pero a mí me vale. Mi torre de marfil es híper cómoda. Como Rapunzel con alopecia, ya tendré tiempo de preocuparme una vez que comience a declinar mi rendimiento y me vea urgido a entretejer, en la rueca de mis neuronas, estrategias de fuga. Seré Bach, entonces. Por ahora, vivo del sudor ajeno destilado por bestias pardas que generan empleo a ejércitos de fisioterapeutas que coreografían sus dedos en lesiones de índole variopinta. Dicen que el karma es una hipoteca de usura churrigueresca. Cero random.