Plátinum Espádacus
Javier Miranda-Luque
—Cuentos.
—¿Qué?
—Vamos a inventar cuentos.
—¿Y para qué?
—Para pasar el rato, para matar el tiempo, mientras esperamos, ya que no trajimos nada para entretenernos y no tenemos ninguna otra cosa que hacer, salvo mirarnos las caras y morirnos del aburrimiento.
—Pero si dijeron que esto iba a ser rápido.
—Sí, ponte a creer.
—¿Cuánto te apuestas que aquí no vamos a estar más de…quince minutos, media hora máximo?
—Entonces, ¿qué quieres apostar? Porque lo que soy yo te digo que aquí nos salen raíces y se nos van a aplanar las nalgas de tanto esperar.
—¡Qué va! ¡Te apuesto lo que tú quieras que de aquí salimos en…no más de una hora!
—Ah, ¿viste? ¡Ya lo subiste a una hora!
—Sí, para cubrirme, te apuesto lo que quieras a que no tardamos más de una hora, si acaso.
—Okey, yo te apuesto tu Espéis Réicers a que de aquí no nos vamos, déjame ver tu reloj, antes de las 5 y 30.
—¡Sale y vale! Y tú me das tu Lóunly Páilot si estamos en la calle antes de esa hora.
—¡Perdiste tus Réicers…y para siempre!
—¡Despídete tú de tu Lóunly Páilot!
—¡Ya veremos!
—¡Vamos, pues!
—¿Adónde?
—A contar historias, a caernos a embustes, pero empiezas tú. Acaso no te la pasas diciendo que podrías inventar juegos mucho mejores de los que existen.
—Claro que sí. Es más, te apuesto cualquier otro de mis Páilots o de los Espéis Guarriors, lo que tú quieras, a que me invento ahora mismo un juego del que no te vas a poder despegar.
—Date, empieza, pero sin naves espaciales ni guerras modernas. Nada de gente que vuela, ni rayos láser, ni submarinos ni fantasmas. ¿Te atreves?
—Ah, el asunto es con condiciones y todo.
—¡Por supuesto! Simplemente, lo estoy haciendo interesante. Tú no dices y que vamos a envejecer aquí sentados.
—Ponte cómodo y espera las arrugas.
—¡Mañana es tarde! ¿Nombre del juego?
—Créizy King.
—¿Jugadores?
—Solo dos jugadores. Un único ganador. Sin derecho a revancha.
—¿Objetivo del juego?
—Vencer al rey y devolver los ojos a los varones del reino.
—¿Devolver los ojos a los varones del reino?
—¡Viste, ya te quedaste loco!
—¡Loco naciste tú, compañero, que tienes el cerebro volteado para fuera! ¿Nombre del reino?
—Ojilandia.
—¡Qué nombre tan malo, panita, reconoce que es lo peor que te has inventado! ¿Te rindes, tiras la toalla?
—Tú sabes que yo nunca tiro la toalla.
—Eso dices, no me consta. Terco eres, pero admite que ese nombre de Ojilandia es malo, malo con ganas, da ganas de vomitar, es pésimo.
—Está bien. No es nada genial. Dame chance. Luego se lo cambio.
—¿Cómo se llama el rey?
—Óculus Tercerus.
—Sin groserías, vale, recuerda donde estamos.
—No seas bruto. El rey se llama Óculus, Óculus Tercerus.
—Ya lo sé, genio. Ahora dime el árbol genealógico del Óculus.
—Óculus Tercerus es nieto de Órbitus Primerus, hijo de Órbitus Mágnum, quien a su vez es nieto de Óculus Primerus, que es el padre de Óculus Junior. De esta forma, el hijo de Óculus Tercerus podría llamarse Pupilus Primerus. ¿Ah, qué tal?
—Eso estuvo bueno. Tienes futuro. Estás aprendiendo, pero ahora es que te falta.
—Ahora es cuando. Déjame cambiarle el nombre al reino. ¿Adivinas?
—Tú lo que quieres es que te dé ideas, pero está bien, para eso están los amigos, vamos a ayudarte. ¿Oculandia?
—No, eso parece el consultorio de un oftalmólogo o el nombre de una óptica. Ah, y te quedan dos oportunidades para responder.
—¿Orbilandia? ¿Orbituslandia?
—Ya llevas tres, pero te voy a dar otro chance.
—¡Este sí es: Retinuslandia!
—Te lo compro. Nombro a este reino como Retinuslandia.
—Retinuslandia, reino de valientes y…
—Aquí sí que te equivocaste.
—¿Qué?. ¿Por qué?
—Porque Retinuslandia es un reino de hombres sin valor y mujeres hermosas. Hombres que no se atreven a decir que el rey es un monstruo.
—Sí, ahora hasta te vas a inventar que Óculus Tercerus está loco.
—Precisamente, mi amigo. Óculus Tercerus, dueño y señor de Retinuslandia es un monstruo que está completamente loco.
—¿Y loco por qué, ah, qué es lo que hace Óculus para que tú digas que está loco? ¿Acaso el rey se pasea desnudo como el de aquel cuento para niños?
—Qué va, mi amigo, este rey mío está mucho más loco y es mucho más cruel y mucho más peligroso. Ojalá se paseara desnudo. Tú como que no recuerdas una clave que te di al principio del juego.
—Sí, chico, lo de los ojos.
—Exacto. Tú eres un buen jugador. No tanto como yo, pero…
—Perorata.
—¿Perro rata?
—Perorata, deja la perorata y dale play al juego.
—En el lejano reino de Retinuslandia, Óculus Tercerus le saca con su espada el ojo derecho a todo varón, el día que cumple trece años.
—¡Ese tipo está loco!
—¡Te lo dije, no? ¡Pero tú siempre discutiendo y cuestionando! ¡Pareces la típica hembra!
—¡Hembra tu hermana!
—¡Vamos a respetar a la familia!
—Ajá, pero, ¿por qué tu rey loco le saca los ojos a la gente, por qué lo hace?
—Escucha bien: Óculus Tercerus le saca con su espada el ojo derecho a todo varón, el día que cumple trece años, porque las leyes de Retinuslandia dicen claramente que sólo quienes tengan una visión perfecta pueden casarse o usar espadas.
—¡Qué maligno ese Óculus!
—Ah, y por supuesto que las mujeres no pueden ni acercarse a las espadas.
—Y no sólo eso. Yo diría que, en todo el reino, el único que tiene un arma es Óculus, ya que las espadas, las lanzas y los cuchillos están prohibidos en Retinuslandia.
—Aceptada esa regla, compañero. Las armas en Retinuslandia son un privilegio real. Y hablando de otros privilegios reales, Óculus es el único que puede casarse.
—Sí, y no tiene hijos, porque cualquiera de ellos podría heredar el trono…
—…y la corona y la espada. Otra regla aceptada. Si sigues así te voy a tener que nombrar caballero sin armas ni escudo del reino de Retinuslandia.
—No, gracias. Y dejarme tuerto como a los otros. Nómbrame socio, no juegues, y dame parte de las ganancias.
—¡Tuerto y todo ya estás viendo el éxito de Retinuslandia!
—Si por ti fuera, tu serías Óculus…
—¡No, no, no, no, frénate ahí, qué va! Yo jamás sería Óculus. Yo soy el caballero…no, el caballero no. Yo soy el Médico Brujo de la Espada de Platino, con el poder de vencer al rey maligno y, mediante un poderoso conjuro mágico, devolverle los ojos a los hombres del reino.
—Ay, sí, para que te proclamen rey y…
—Espérate ahí, insensato, y no te atrevas a cambiar mi juego. Yo, Plátinum Espádacus, que así me llamo, lucho con Óculus, que es tremendo espadachín, porque ha estudiado el arte de la esgrima con los vikingos. Pero así y todo yo lo venzo, después de un cruel y sanguinario enfrentamiento donde recibo varios rasguños y heridas superficiales…
—Ya va. Así de simple. ¿Lo vences y lo matas?
—Esas son las reglas del juego. Óculus y Espádacus pelean a lo largo de todo el castillo, salen a la plaza real y continúan luchando. Sus espadas echan chispas. Todo el reino observa. Los hombres con su único ojo, ejército desarmado de cíclopes involuntarios por obra del monarca desalmado, y las mujeres suspiran emocionadas, asustadas…
—¿Derretidas por ti, verdad?
—Ensériate, mi amigo, aquí no hay nada de romance. Sólo acción y aventura para jugadores valientes con manos firmes, nervios de hierro y resistencia de acero, ¿okey? Espadachines que dominen su ratón y su teclado, su quiúbix y su pléyestéichon. Caballeros que, una vez que comiencen a jugar, no pongan pausa para beber refrescos ni ir al baño. Retinuslandia es un juego a muerte. El ganador se lo lleva todo. Espádacus vence a Óculus y guéim oúver.
—Ya va, quieto potro. Vamos por partes. ¿De dónde sale Plátinum Espádacus, quién es, por qué viene y cómo entra a Retinuslandia?
—Buena pregunta. Me estás escuchando. Así me gusta.
—Gracias, profesor, pero responda el interrogatorio o lo mandamos directo a la horrible cámara de las torturas, manejada por el tenebroso Doctor Siniestrus.
—Fíjate, respondo de una: Plátinum Espádacus era un niño que nació hace muchos años en Retinuslandia…
—¡Epa! ¿Hijo de quién, si en Retinuslandia nadie tiene hijos, ni el rey?
—¡Verdad, verdad, verdad, es verdad! ¿Cómo se me pudo escapar ese pequeño detalle?
—¿Pequeño detalle, genio? ¡Dale, acomódalo, pues!
—Bueno, esteee… Ya sé: en Retinuslandia sólo los reyes pueden tener hijos. Solamente un hijo varón por cada diez hijas hembras, casi como en la China milenaria, y entonces…
—Entonces nada, estás ponchao. Si fuera así como tú dices, todos serían miembros de la familia real y no habría gente del pueblo. Tenemos que cambiar esa regla.
—Tienes razón, socio, vamos a acomodar el juego…
—La verdad es que si tú no ganas la empatas.
—Ahora sí vas entendiendo. Se juega para ganar. Eso que dicen de que lo importante es competir no significa nada. Son palabras vacías de alguien que nunca logró ganar un juego. Okey, volviendo al tema, Retinuslandia es un reino más o menos normal donde todos pueden casarse y tener familia, pero sólo los reyes tienen el privilegio de usar la espada. Y como Óculus está loco…
—Óculus puede estar todo lo loco que tú quieras, pero no tiene que sacarle los ojos a nadie. Simplemente, las armas son de uso exclusivo del rey y punto, sin necesidad de inventarse esa regla loca de que sólo los hombres con visión perfecta pueden usar espadas. Además, mi amigo, un miope como yo no podría entonces batirse a duelo con sus rivales. Eso es absurdo y no hace falta para nada. Si se cortan usando las espadas o cuchillos, pues para eso están las curitas y el mertiolate, para desinfectar las heridas y curarse.
—Bueno, está bien, escucha, enfermero: la única arma permitida en Retinuslandia es la espada y sólo puede usarla el rey, pero para hacer el juego interesante, yo insisto en que Óculus le saque el ojo derecho a los varones que cumplan trece años, siguiendo una antigua y misteriosa tradición familiar, al igual que hacían sus padres, abuelos y bisabuelos. Este mandato horrible, cruel y sangriento asegura que el gran poder de los reyes de Retinuslandia se mantiene porque Órbitus, Párpadus, Pestáñeumus, Céjax, Lentículum y todos ellos se comen los ojos que le arrancan a los jóvenes. Y tantos años de esta costumbre ha hecho que se vea como algo perfectamente normal y hasta aceptado, sin saber que en otros reinos vecinos no ocurre nada parecido. Se trata, simplemente, de una forma de mantener callada y sometida a la gente, quienes, por cierto, no tienen permiso para abandonar el reino amurallado por sus cuatro costados. Por eso, es que antes te hablaba del ejército de cíclopes cobardes a que se ven reducidos los hombres del pueblo.
—Oye, choca esos cinco, con razón eres tan rápido inventándote excusas en el colegio.
—Gracias, pero ¿no te dije que estoy escribiendo un libro titulado “Las mil y una excusas para no hacer la tarea, no presentar exámenes y faltar a clases sin problemas”?
—Te compro uno.
—Con una dedicatoria: “a un alto pana” y mi autógrafo debajo.
—De acuerdo, arreglado este asunto, sigamos mejorando el juego. Te pregunto de nuevo: ¿de dónde sale Plátinum Espádacus, quién es, por qué viene y cómo entra a Retinuslandia?
—Como ya te dije, Plátinum es el Médico Brujo de la Espada de Platino, con el poder de vencer al rey maligno y devolverle los ojos a los hombres del reino, mediante un poderoso conjuro mágico que aprendió por allá lejos. Nuestro héroe es una especie de justiciero, de caballero andante que ha viajado por todo el planeta y conoce secretos muy antiguos que le han dado ciertos poderes bastante especiales. Es un tipo muy valiente que anda siempre solo en busca de su misión. Un día, en el desierto de las arenas rojas, rescata a un muchacho de trece años que ha logrado escapar de Retinuslandia, para no perder su ojo derecho. Plátinum escucha su historia y le promete que va a terminar con esa costumbre oscura y sangrienta que ya tiene tantos siglos azotando a su pueblo. ¿Además, qué sería de los optometristas y fabricantes de lentes? ¿Venderían monóculos o se quedarían sin empleo?
—Invictus.
—¿Qué dices?
—Que el muchacho se llama Invictus, Máximum Invictus.
—Aprobado. ¡Buena esa! Máximum Invictus ayuda a Plátinum a entrar a Retinuslandia, a través de un túnel oculto bajo la muralla norte del reino. Y entonces, Óculus y Plátinum Espádacus pelean a lo largo del castillo, salen a la plaza real y continúan luchando. Sus espadas echan chispas. Todo el reino observa. Los hombres con su único ojo, ejército cobarde y desarmado de cíclopes involuntarios y las mujeres que suspiran emocionadas, asustadas, rogando que el extranjero venza al rey, de una buena vez y para siempre, acabando con su crueldad sangrienta y legendaria.
—Okey, pero hay que agregarle más emoción y obstáculos y trampas…
—Ahí voy. A Espádacus se le resbala su espada, mientras rueda por unas escaleras muy estrechas y empinadas. El rey lo espera abajo, pisando el sable vengador del caballero. Plátinum lo empuja con fuerza y Óculus cae de espalda, sin soltar su arma. El forastero recupera la suya y continúan entrechocando sus metales. Clink, clank, clink, clank. Los dos son excelentes espadachines. El pueblo nunca había visto un espectáculo igual. Hombres, mujeres, jóvenes y niños envalentonados le gritan al rey que se rinda. Óculus responde que jamás bajará su espada y amenaza enfurecido con sacarle ambos ojos al caballero misterioso y comérselos. Promete, además, que merendará el ojo izquierdo de todos los hombres del reino, dejándolos definitivamente ciegos.
—¡Óculus, el rey caníbal del ojo por ojo y diente por diente. De hecho, su escudo heráldico muestra un ojo sangrante donde se hinca toda una hilera de dientes… ¡El ojo derecho ya no le basta, el ojo izquierdo no es suficiente!
—¿Terminaste ya con tu poema para seguir yo con mi cuento?
—Dale.
—El emperador traga ojos y el médico brujo del arma de platino continúan batallando, ahora con más valentía, con más rabia, con más fuerza. Máximum Invictus ha regresado y observa también la pelea. Anima a Plátinum y le recuerda su promesa de vencer al rey maligno y devolver, mediante un poderoso conjuro mágico, los ojos a los varones de Retinuslandia. Al escuchar esto, el vil monarca se ríe como un loco. Carcajeándose epiléptico. El pueblo indignado le pita, lo insulta, lo abuchea. Óculus se burla con mayor volumen y jura que cenará los dos ojos de cada una de las mujeres y niños del reino. Amenaza con que todos los retinuslandianos se sumirán eternamente en un espeso e inquietante océano de tinieblas. El ruido de los sables, risas y gritos resulta insoportable. Los dos combatientes empiezan a hacerse pequeños aunque profundos cortes y sus ropas a mancharse de sangre que, en contacto con el aire, enseguida se oscurece. Rodeados de gente desesperada, enloquecida, el rey y el caballero luchan como fieras salvajes dentro de un círculo que se hace más y más reducido, cerrándose alrededor de ellos. Solo hay lugar para un espadachín victorioso. Óculus o Plátinum, el monarca malvado o el extraño justiciero. El ganador se lo lleva todo: la fama, el éxito, el honor, la admiración femenina y los aplausos del reino. El campeón obtiene, incluso, que cambie el nombre y las reglas del juego. ¿Jugamos?
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