Arrancando el primer episodio, sin que aún sobreimponga el título, le disparan par de balazos en el rostro a la protagonista en médium close up. El sangrero salpica el lente de la cámara. Todo esto va con un silencio que te molesta en los oídos porque te deja escuchar todo el sonido ambiente de tu casa y el ruido que hacen tus vecinos. Y entonces le subes el volumen al televisor pensando que se jodió la vaina, pero no es así. Y una vez que tienes el volumen a toda mecha y sueltas bajito, entre tus dientes careados, un coñoelamadre pentasílabo, suena la estridencia de un claxon que marca el inicio de la banda sonora de la serie. Y se suma el piano, la guitarra eléctrica, el bajo y la percusión. Es una musiquita pegajosa, como de Mick Jagger, que te resuena dentro de tu cabeza y la tarareas en la ducha.
Las buenas ficciones son así: la protagonista es un puto personaje de loca-de-mierda que hay que aniquilar en los primeros minutos y catapultarte, entonces, un flash-back. Ya tú sabes, como espectador, que esa caraja es un mierda en pasta que se la cargan y que, a continuación, te van a mostrar por qué la hicieron pagar por cada una de sus cagadas. Y sabes, segurísimo, que la tipa salpicó mierda a un gentío, incluidos personajes consanguíneos y amigos. Y enarbolas tu cerveza y brindas, en el aire, a la salud de los guionistas.
Porque sin guionistas que se batuqueen y expriman el cerebro para entretener al rebaño no hay un coño que filmar ni que narrar ni que pronunciar. No hay trama ni parlamentos. Y los actores tendrían que verse las caras los unos a los otros y vomitar su aburrimiento. No habría netflix ni hachebeó ni amazonpráim ni un carajo. Nada de nada. La tribu analógica de mierda tragándose el humo frente a la hoguera. Una horda donde toditicos se juran caciques y el bolsillo no les da ni para rascarse con anís destilado junto al Guaire.
Yo a los guionistas sí que los respeto y hasta les aplaudo. Porque después de dispararse unos delirios cojonudos que te mantienen amarrado al sofá vienen los contadores públicos del rating a decir que a esa vaina le falta drama, le sobran parlamentos y que hay que procurar no ofender a nadie para granjearse, de una, la mayor cantidad posible de espectadores con poder adquisitivo para poder seguir pagando la tarifa estipulada por este delivery de entretenimiento eterno.
—Nuestras teleseries tienen el deber inexcusable de resultar a-dic-ti-vas”–reitera el chivo que más mea de la corporación.
“Mea culpa no es”, replica el director de la tropa de guionistas, intentando un chiste de fuckoff comedy. “Para ser audaces y a-dic-ti-vos, ese deseado atributo cuatriboleado, precisamos licencias poéticas que nos permitan burlar las restricciones de contenidos. Mientras más políticamente correctos estemos obligados a ser, más eunucos nos encontraremos para poder ficcionar series y películas que al usuario le resulte im-po-si-ble (¡ajá, otro cuatrisílabo, sí!) dejar de ver.”
“Ficciones orgánicas como la saliva, la sangre, el semen, las lágrimas que inunden el recinto donde se encuentre el usuario y lo ahogue en ese caldo organoléptico de sabores, olores y emociones. La gente tiene que sentir que si se desconecta de esta vaina pela bola y se muere y no se entera de nada y es un apestado ignorante y deslinkeado y descastado. Estás offline, pues, y entonces no existes, no eres ni un cero. Ni el infinito ni la nada. Ni la náusea aquella hediondísima de Sartre.”
—¿Y, según usted, señor comendador de la fuenteovejuna de guionistas, cómo se podría lograr este prodigio pandémico de adicción absoluta? –desafía el meamás corporativo.
“Hemos desarrollado un proyecto de megaserie que hemos denominado PSICO & T(R)ÓPICO. Consiste en multiplicidad de tramas que se van superponiendo unas a otras a un ritmo trepidante. El usuario establece una dependencia directa con nuestra ficción ya que se siente partícipe de ella. El meollo trasciende la empatía pues prescindimos de los molestos protagonistas y sus pretensiones narcisistas. Narciso se asfixió en el espejo de su vanidad pegajosa. Son historias corales que se anclan en la épica de lo cotidiano. Cada personaje es un antihéroe con quien podemos identificarnos en sus malos hábitos y mezquindades. Cualquier mesías que surja, lo exterminamos con eficaz inmediatez de las maneras más crueles, despiadadas y sanguinarias. El consumo de alimentos y bebidas alcohólicas, así como la ostentación de sexo explícito y el gore se dosifican de acuerdo a la geolocalización satelital y la idiosincrasia, ortodoxia y fanatismo ético o religioso imperante en tales predios circunvecinos.
—Nada que objetar, aunque tengo una inquietud en cuanto al financiamiento de este ambicioso proyecto hiperbólico.
“Nuestros personajes consumen de manera nítida e inconfundible todos aquellos productos que patrocinen nuestras ficciones. Lo harán de forma pausada y evidente: fuman Camel, hacen gárgaras con las burbujas de Sprite, se emborrachan jubilosamente con Johnnie Walker Black Label, como mínimo. Vuelan por Emirates y conducen BMW. Y ya que la ficción en streaming es un género invitacional, en nuestras series y films erradicamos toda carestía y marginalidad. En PSICO & T(R)ÓPICO no existen los depauperados ni los humildes ni los modestos ni los buenos samaritanos. Exclusivamente mostramos individuos haciendo gala de su más espontánea mismidad y hedonismo. Placer que te penetra por los ojos y te viola el alma, la calma, el (sosi)ego. Es una epifanía de celebración de los sentidos, de jolgorio permanente que permite que te olvides de los candidatos presidenciales y la inflación galopante de las jineteras del apocalipsis.”
—Suscribo un porcentaje sustancial de sus conceptos, pero le agradezco que vaya concluyendo su exhorto.
“Seré breve. Propongo maquillar y empaquetar como novedad algo muy viejo: afincarnos en la ficción como panacea adictiva y viral que enganche al usuario y lo vuelva incapaz de desvincularse de nosotros. El usuario está adherido, por ojos y oídos, a nuestra hoguera ceremonial. Conectándose a diario a nuestro PSICO & T(R)ÓPICO obtiene calidez y gratificación primigenia, atemporal, atávica, ab-so-lu-ta (mire usted: ¡otro cuatrisílabo!). Somos un útero exterior que envuelve y cobija al usuario mientras nos contempla y se nutre, cordón umbilical virtual, de nuestros contenidos.
Stuttgart, septiembre 2020.
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