I
Los espíritus son azules.
Nada que ver con espantos grises, ángeles blancos o demonios rojos. No, todos son azules, como unas nubecitas; a veces no distinguen muy bien las figuras, pero siempre sabes que están allí y es mejor que los aproveches mientras puedes, porque se cansan rápido.
Uno sabe cuando llegan. Claro, no esperes nada como en las películas, así al estilo “El Exorcista”, o como las de ciencia ficción, con cosas saliendo de las paredes o apariciones de fuego; no, no es así. Ellos tienen otra forma de aparecer, más sutil, más tranquila, como si fueran gatos.
La gente piensa que los espíritus, los muertos, van y vienen, caminan, hablan, y andan por allí espantando como si nada. No, nada que ver. Van al grano. Son hasta aburridos.
Tú sientes cuando llegan: empieza primero a concentrarse el humo de los tabacos, como si jugara con el aire. Luego comienza un baile flojo, lánguido, en el que el humo empieza a dar vueltas sobre sí, como tratando de escaparse de un abrazo muy fuerte; al rato, como si se soltara de una atadura, empieza a disiparse, con flojera y sin ganas de irse, luego de haber disfrutado de ese cortejo forzado. A partir de allí, es que empiezan a mandar los muertos.
Por supuesto, toda excepción tiene su regla, y nos hemos conseguido algunas veces con lo que llamamos “figuras”; que no son espíritus malignos precisamente, pero son bastante difíciles de controlar. Pocas veces se les llama, pues son ariscos, irrespetuosos y no abandonan a la materia tan fácilmente hasta que no les cumples los mandatos. Aparecen “coleados” cuando la Bruja se transporta, especialmente si los “bancos” no hacen adecuadamente la limpieza. Cuando llegan las “figuras”, hay que correr.
Una de las cosas que sorprende a la gente, es que las consultas se hacen en el cuarto de los altares, que es un recinto muy bien iluminado, que es así como le gusta a la Bruja. Nada de rincones oscuros, ni de figuras sombrías escurriéndose por el sitio. Hasta para los más fanáticos, llega a ser desilusionante ver que lo que esperaban como un encuentro cercano del quinto tipo, en realidad transcurre como algo muy tranquilo y calmo, sin mayores sobresaltos.
Dije lo de los espíritus azules, porque es verdad. El ojo poco enterado no los distingue del humo de los tabacos y ni de las candelas de las velas. Cuando llegan, se ven como una especie de reflejos metálicos al sol, que se pasean curiosos por la estancia, observan y se nos quedan mirando a nosotros, extrañados como si el otro mundo quedara de este lado. Bueno, imagino que para ellos debe ser así.
Tú los ves cuando aparecen y piensas que te van a dar un mensaje o revelarte cosas profundas, pero no, ellos van a lo suyo estrictamente: revisan, examinan, abren caminos, destrancan y se van. A los más, preguntan algo que consideren de su interés; excepcionalmente pueden dar una recomendación, pero por lo general son impersonales y distantes.
La mayoría de las veces las peticiones serían las que uno esperaría de un alma en pena: una vela, una misa, un mensaje, en realidad nada del otro mundo… valga la ironía.
Las menos veces, se ponen intensos. Dependiendo de la “corte” a la que pertenecen comienzan las exigencias: una ofrenda sencilla, unas flores, ron, cerveza, tabaco, agua bendita, un rezo específico, tierra del cementerio y a veces comida.
Sigue sorprendiéndome esta última petición, pues por lo general la comida se deja en los altares y se queda allí sin tocarla; y pasan semanas y hasta meses en que queda intacta, sin descomponerse.
Pasado un tiempo, con autorización del muerto, la comida se bota, nunca se consume. Otras veces, desaparece sin dejar rastro, y esto era motivo de peleas y regaños a los “bancos”, pero todos juraban y perjuraban que no habían sido ellos, hasta que por fin entendimos que eran los mismos espíritus reclamando lo que era suyo. No he visto todavía a un espíritu comiendo, pero algo harán con eso.
Por lo contrario, cuando la comida se pudre rápido es mala señal. La ofrenda no fue del gusto del socio y se trancan los trabajos que tenemos con él. Pasa mucho con los muertos de la “corte vikinga”, que se ponen pretenciosos de vez en cuando, pero uno les da su parao con cuidadito cuando exageran.
Todavía recordamos el día en que con la Bruja transportada, uno de los muertos nos pidió pan integral… nosotros nos reíamos.
– Ahhh… ¿Y será que lo quieres con queso crema y jamón de pavo también?
Para qué fue eso: el muerto trancó las velaciones, picaba los tabacos y reventaba los destrancamientos. Un peo. De tanto darle, jalarle en realidad, al fin se conformó con unas canillas que le dejamos en su altar y se terminó el drama.
II
¡Cómo les gusta un tabaco a los espíritus! Para ellos es como una atracción sensual, como un llamado de celo. Allí es que se demuestra la destreza de los “bancos”, que inician los rituales para traerlos y mantenerlos en este plano. Y al igual que cuando termina el celo, como al apagarse las pasiones humanas, llegar el desamor, los espíritus también pierden el interés y desechan al que los llama.
Tú puedes ser muy bueno fumando, pero esa no es la gracia, no basta con tener “materia”. Los espíritus saben muy bien para qué los llamas, no son tontos; hay que negociar, adularlos, convencerlos de que son importantes y que alguien los necesita. En lo que hay que estar claros, es que en este trabajo no se hacen amigos extraterrenales, y aunque nunca nos ha pasado nada malo, de verdad hasta los momentos ningún muerto nos ha llamado para felicitarnos por el cumpleaños.
Todos los “bancos” tienen una madrina, que es la que dirige el rito y que es la segunda después de la bruja, la médium, la iluminada, la sacerdotisa, como quieras llamarla. Por lo general son mujeres siempre. Cosas de la sensibilidad para con el mundo espiritual, quizás. Si hubiera hombres en ese papel, en vez de llamarlos padrinos, se les dice “madrineros”, para diferenciarlos del resto.
Neyda es nuestra madrina, una chica joven pero recia, que más de una vez ha volteado patas arriba a creyentes y escépticos por igual. Ya la he visto rezando, fumando, haciendo volados, destrancando y montando rituales mientras cobra, recibe a los “pacientes” y da recomendaciones.
Contenida en un metro cincuenta y cinco, manda como una pequeña generala. Una trigueña enérgica, que cuida que los ritos se cumplan a cabalidad en todos sus pasos. Mucho cuidado: si algo no tienen los espíritus es sentido del humor, y no entienden de rituales incompletos ni a medio hacer. Si los comienzas, debes terminarlos.
Para eso es la labor de Neyda, ella es organizativa: debe tener todo listo para cuando llega la Bruja, que vigila que todo esté en orden antes de comenzar los chequeos y los rituales. Muy importante: el previo de las consultas es fumar siete rondas de tabacos antes, para llamar a los espíritus. Y de ser posible, también deben ser siete los “bancos” fumando, como los sacramentos, aunque se permite que estén siempre suficientes en un número impar.
Así ves a todos los “bancos” rezando alguna oración personalísima, persignándose y concentrados en su labor, cada uno con su ristra de tabacos en el regazo, fumando y fumando hasta completar los siete. Lo ideal es que estén todos para cumplir con el mandato, y si alguno llegara tarde, inmediatamente se incorpora al corro y cumple con su parte.
Y es obligatorio que todos vistan de blanco mientras ejercen su labor. No por norma de santería, sino que también resulta un buen golpe de vista para el negocio.
III
Lo que la gente no sabe, es que para llamar a los muertos, es necesario pedir permiso. Ese permiso se compone de dos partes: la primera es pidiéndole a Dios todopoderoso para que le permita a esa alma bajar hasta aquí y que pueda permanecer temporalmente entre los vivos; la segunda, es la solicitud directa al espíritu para que se acerque y acceda a recurrir en auxilio del que lo convoca. Y que conste: a veces ni Dios permitiéndolo, el espíritu quiere bajar.
Hay que decir que José Gregorio Hernández en verdad es quien capta la mayor audiencia. Los jueves son sus días de consulta y el cuarto de los altares se llena de gente esperando ser objeto de su gracia. Muy espíritu y todo, pero nunca deja de lado sus modales de médico y caballero de principios del siglo XX. Respetuoso y profesional, pide que el paciente enumere sus síntomas, mientras asiente pensativo armando su diagnóstico.
A veces hay que aclararle que es difícil conseguir sales de plata; que el arsénico no es de venta libre; o que el ácido bórico ya no viene por libras. Hasta se sorprendió cuando le revelaron que no era necesario preparar las friegas de árnica en casa, pues ya venían en roll-on. Aún así, siempre es certero en sus diagnósticos y muy estricto en los controles de sus pacientes, recordándoles siempre la importancia de cumplir con los tratamientos.
Evidentemente, el vehículo que permite la llegada de los espíritus a la tierra es la Bruja. Cuando todo está listo, ella se presenta. De lo más normal, hay que decirlo. No esperen que haya una transformación portentosa o truenos y relámpagos al momento de la transportación. Nada que ver.
Ella solamente cierra los ojos, aspira profundamente, y hace un ruido como de hacer silencio, un zumbido breve y agudo:
– Shhhhhhhhhhhh…
Y listo.
A partir de ese momento empiezan los rituales, que ya son con la presencia de los muertos llamados para resolver problemas en concreto. Puede ser una ceremonia un tanto intimidante por las candelas de las velas encendidas y por las figuras dibujadas con tiza de colores en el piso para favorecer la labor de los espíritus, pero son parte de los tratamientos que permiten destrabar los caminos de la fortuna y limpiar lo negro de la oscuridad de las almas.
Una de las características de los rituales es la presencia de grandes cantidades de agua. Pudiera pensarse en el fuego o la tierra como elementos principales, pero no. El agua limpia, purifica y libera. Dependiendo de la invocación y de la “corte” involucrada, el agua juega un papel importantísimo durante los rituales.
El uso del agua se hace con una gran reverencia, pues al ser bendecida por los espíritus, aliviana las mortificaciones del alma y permite una transición más amable de los planos espirituales a estos más terrenales.
Al bajar el espíritu, este identifica a la “corte” a la que pertenece y a sí mismo. Aquí baja frecuentemente el “tío Bassiré”, un espíritu un tanto indefinible, que se caracteriza por hablar un castellano como de hace tres siglos y comportarse como una especie de tío rudo y muy serio, aunque dispuesto a ayudar al que lo necesite. Su presencia infunde respeto; nada más al manifestarse, saluda y bendice a la concurrencia, y automáticamente el “amén” colectivo recorre la habitación.
Pero con él hay que trabajar rápido. El “banco” de turno describe el problema, da el nombre del “paciente” y el “tío Bassiré”, sacude la habitación con su voz profunda, rezando una oración corta y precisa, pidiendo a las “cortes” que intervengan para solucionar la cuestión: “corte Chamariapa”, “corte vikinga”, “corte negra”, “corte indígena” o “corte libertadora”, según sea el caso.
Nada de “cortes malandras”; en honor a la verdad, el tipo no las soporta y se pone de muy mal humor cuando se las nombran.
Y los “pacientes” van entrando en rápida sucesión, en grupos de cinco, que son bendecidos, santiguados y escuchados multitudinariamente en su petición. Nada de pena ni de miedo a hablar en público:
– ¿Usted quiere que lo ayuden, verdad? Bueno, hable ya que el “tío Bassiré”, no tiene tiempo para estar perdiéndolo en pendejadas.
Afuera esperan los demás “bancos”, quienes se encargan de ir guiando a los que van saliendo, haciendo los despojos y volados de pólvora que completan el ritual. Como unos guías turísticos, van llevando a los pacientes por las etapas finales de los rituales: “ponte aquí, abre los brazos en cruz, cierra los ojos, di amén, ahora enjabónate con el jabón azul, bótalo con la mano izquierda hacia atrás… no, con la derecha no… con la izquierda y recuerda botar la ropa luego del ritual”.
La gran mayoría sale tranquila y feliz, esperanzados en encontrar la solución a sus problemas, no por la completa intervención divina, pero sí ayudados por el empujoncito de alguien más cercano a los asuntos espirituales.
IV
La primera vez que la vi, pensé que era cualquier persona, menos la Bruja. Una mujer joven, atractiva y de buena figura, como si frecuentara el gimnasio, cosa que después averigüé era cierta. Lo mejor fue la entrada triunfal: llegó en una moto y a velocidad de crucero entró en el patio de la casa que le sirve como consultorio.
Si de imaginarse brujas se trata, más de un estereotipo rodó con esta. Es una mujer vivaz y extremadamente simpática, con mucho don de gentes. Tal como una “rock star”, apenas llega, se ve rodeada de sus “pacientes” y creyentes, quienes arrobados por su presencia, la besan, abrazan , apurruñan, le dan regalitos y por todos los medios intentan captar su atención para lograr unos minutos con ella.
En principio la idea es que según van llegando, los “pacientes” se van anotando en una lista dispuesta en la entrada; pero a lo largo de los años, la lista aún no cumple su cometido a cabalidad. A despecho de los que llegan más temprano, o de aquellos que esperan un trato preferencial, la lista pierde sentido paulatinamente y en su lugar se va estableciendo un orden dispuesto por las urgencias o preferencias del día.
Y más de una vez ha llegado alguien “pesado”, que dependiendo de la trascendencia del problema y los tiempos de los espíritus, es recibido sin muchas ceremonias y entra al cuarto de los altares para la consulta.
Por igual, políticos, artistas, deportistas y mucha gente de fama ha pasado como cualquier mortal por los duros asientos de la espera durante horas, mientras la bruja se desocupa y abre el espacio para atenderlos. Pero no sé… creo que la Bruja encuentra algo de disfrute en torturar con la espera a esa gente que creyéndose con una fama merecida o no, pretende hacerse valer de un muchas veces imaginario derecho de preferencia.
En tantos años que tengo viéndola, he sabido por los “bancos” más viejos, que en algún momento la Bruja se ha negado a leer los tabacos a personas en específico y en casos muy puntuales. Alguna vez, la Bruja se descompuso completamente y despachó a un tipo sin terminar la lectura. Los rumores posteriores indicaban que el tipo estaba involucrado en un delito de no sé qué cuantía.
Por el contrario, la Bruja hace ejercicio de conciencia si observa que el problema no pertenece a su ramo de lo oculto. Constantemente recibe llamadas de casos de “vida o muerte”, en los que se le solicita su intercesión para librar de algún mal o tumbar algún maleficio.
Les puedo asegurar con toda certeza, que muchos de esos supuestos casos de vida o muerte, corresponden en realidad a eventos médicos convencionales, incluyendo los psiquiátricos:
– Un momento… ¿y no es en esta parte en que baja José Gregorio?
– Bueno… lo que pasa es que su consulta es los jueves. Si quieres, esperas hasta ese día; si no, te ingresamos por “emergencias”.
Todavía recordamos el caso de una chica que luego de transitar por diversos médicos, llegó a la consulta de la Bruja, pidiendo “ser liberada de un espíritu maligno”, que tenía años poseyendo su alma, manteniéndola en un estado de pánico permanente. La familia desesperada había optado por recurrir a esta última solución de acudir a la Bruja, para terminar de una buena vez con la tragedia que esto suponía para todos ellos.
Fue épico ver a los “bancos”, Neyda incluida, arrinconados en una esquina del cuarto de los altares, muertos del miedo, y viendo como la muchacha reaccionaba fuera de sí ante los tabacos y los rezos que se hacían intermitentes entre gritos de miedo, brincos para resguardarse de los tarascazos que lanzaba la poseída y órdenes de la Bruja. El espanto se hizo general cuando la chica gritó algo ininteligible y se retorció grotescamente sobre el altar, entre un desastre de santos rotos, promesas pisoteadas y velas desparramadas.
Luego de algunos golpes, raspones y agarrones de unos valientes que se atrevieron a sujetarla en medio del peor susto, la Bruja fumó un último tabaco, transida en algo parecido a una dolorosa transfiguración; su rostro cambió facciones y empezó a rezar un conjuro extraño, que nunca habíamos oído, en un lenguaje totalmente desconocido que le salía de las entrañas. A cada grito de la chica, la Bruja se afincaba en su conjuro, hasta que en medio de un grito largo, horrendo y aflojando esfínteres, la chica cayó exánime con los ojos volteados.
Luego de un último rezo, agotada y devastada por el inmenso esfuerzo, la Bruja garrapateó algo en un papel y pidió a la familia que la llevara a una clínica cercana y le entregara el papelito al médico fulano de tal, que se encargaría de atenderla.
Al tiempo, nos enteramos que le diagnosticaron a la muchacha un muy terrenal trastorno de ansiedad agudo. Hasta ahora, está mejor y sigue tratamientos más afines a este mundo.
V
Apartando lo anterior, lo más frecuente es que las consultas sean de todo, menos espectaculares. Principalmente se tratan sobre problemas de dinero, familiares o amorosos. Estos últimos tienen una especial atención de la Bruja, pues ella misma se confesó alguna vez víctima de la soledad.
Como una especie de lema muy personal, nos decía siempre:
– La soledad es como las hemorroides: no te mata, pero puede hacer incómodo y doloroso el resto de tu vida.
Y vaya que sí… las hemorroides duelen que jode.
A veces no podíamos evitar la curiosidad, y de todas las consultas, las amorosas siempre llamaban la atención. Existía la oportunidad de escucharlas, pues entre el dolor y la desesperación, la gente habla como en un confesionario o una consulta psiquiátrica, sin límite de preferencia, y sin percatarse de la presencia de la gente a su alrededor, en su mayoría “bancos” que esperaban turno en el salón de los altares para empezar los otros rituales.
La principal condición: calladitos, que nos veíamos más bonitos. Y en medio del silencio expectante, era allí cuando nos enterábamos de todas las miserias de nuestra muy humana condición: separaciones, traiciones, engaños, indiferencia, mentiras, desconocimientos, todos ellos generados y cometidos por causa del amor o la falta de este.
Cuando nos poníamos muy intensos abarrotando el ambiente con murmullos y comentarios por lo bajo no solicitados, la Bruja nos mandaba a desalojar apenas veía al “paciente” perturbado al caer en cuenta de las inesperadas respuestas en sordina que recibía, no de la consultada, sino del bulto de chismosos acechantes.
Castigados, salíamos en fila como perros regañados a esperar a que nos llamaran para empezar el trabajo que nos tocaba en realidad.
Había cuentos realmente dramáticos, muy al estilo de unos Romeos y Julietas indispuestos para el amor, donde dos familias enfrentadas decidían a priori el destino de la pareja enamorada. Únase a esto el marco dramático de un barrio cualquiera, dos pasiones desenfrenadas, alguna pistola, unas motos de alta cilindrada y tenías el escenario perfecto para una historia novelada, que muchas veces terminaba nueve meses después con las familias enfrentadas, peleándose ciertamente… pero para cargar y hacerle arrumacos al muchacho fruto de los amores otrora prohibidos.
En alguna ocasión, como salido de un cuento, llegó un tipo consultando sobre un problema con visos casi como de telenovela de las 9 pm: una historia de un hijo no reconocido de padre fallecido, con una malvada madrastra estilo Disney, que peleaba porque se desconocieran los derechos del intruso, en medio de una demanda para decidir la posesión de una inmensa fortuna peleada… adivinaron, por este y su mamá, la anterior pareja del irresponsable padre, que a su vez, en la imprevisibilidad de la muerte, no había dejado ni un papelito, y mucho menos había dicho ni “mu”, para hacer mención del atribulado consultante.
Y entre un festival de abogados buscando su tajada, demandas, apelaciones, amenazas, algunos tiros a la puerta de la casa (cortesía de la madrastra, según el tabaco), además de pruebas de ADN al 99,95% de certeza, transcurría una guerra de baja intensidad donde la malvada madrastra hacía de las suyas retardando, prometiendo, no cumpliendo y desconociendo olímpicamente los derechos del pobre hombre.
He aquí que como último recurso, llegado el pleito legal a un punto muerto y bajo presión por las constantes amenazas, había recurrido a la Bruja, confiado de encontrar en ella la solución a tan cruel incertidumbre. A pedido de esta, empieza a enumerar todos y cada uno de los pasos ejecutados durante el pleito legal, incluyendo los tropiezos e incumplimientos por parte de los demandados.
La parte mejor del cuento fue la de los tiros, que incluyó una aparición estelar de su progenitora saltando sobre él para cubrirlo con su propio cuerpo y evitar así que sufriera algún daño. Añádanse a esto unos gritos mentando madre, un destartalado Maverick del año 74 sin placas picando cauchos y el consecuente alboroto de los vecinos, para terminar al otro día sentado casi en shock en la consulta de la Bruja.
Hay algo que no le puedo negar a la Bruja: lo ejecutiva que es. Por supuesto, hizo su consulta, pero llegado a cierto punto, empezó a pedir nombres y señas de los involucrados en el pleito mientras leía el tabaco. Hizo sus precisiones y dijo sus vaticinios sobre el caso, los cuales, en principio, eran favorables para el hijo no reconocido.
Al mismo tiempo, hizo unas llamadas, pidió más nombres y remitió al muchacho donde unos “amigos” que tenía en el Palacio de Justicia, que a su vez tenían otros “amigos” que quizás podrían ayudarlo.
Hasta el sol de hoy, lo que hemos sabido es que la malvada madrastra tiene un expediente montado en la policía científica, hay una congelación de bienes y por lo visto se han tomado ciertas medidas de conciliación para sacar el pleito fuera de los tribunales.
Todo esto por el módico precio de una consulta para leer un tabaco, más la comisión.