🚪 La puerta y el espejo

Estaba en una casita regular en la que había nacido con distinción de nobleza para las aspiraciones de clase que no podía llegar al Paraíso, la primera urbanización de sangre azul. La casita no distinguía de las de su alrededor, tenía como casi todas sus arcos morunos y zaguanes y como todas tampoco fue concebida con estacionamiento. Era una casita encofrada entre otra que servía de escuelita con zaguán de patio de recreo y una pensión para caballeros decentes.

La casita sobrevivió al espanto urbanístico que le robó para siempre el nombre, en un solo año fervientemente adeco toda la cuidad se olvidó de su nombre para ser tan solo “frente a Parque Central”, dejando al marquesado del noroeste como única urbanización poseedora de un título nobiliario en nuestra República.

Don Nico y su esposa habían dispuesto el frente de la casita como tienda y taller. Del lado izquierdo estaba una máquina con rodillos de metal, uno revestido de lana, otro de púas de hierro y otro que no imagino para qué servía.  Esa era la máquina con la que Don Nico remataba el trabajo manual de reparar casi todos los zapatos de los vecinos.

El olor a cuero y pega Hércules no es otra cosa en mi cabeza que la zapatería de Don Nico y su esposa; el color marrón claro de sus paredes era parte del olor. No es concebible el olor del cuero y la pega sin sentir esa tonalidad: ese olor no duele como el azul, y no se queda pegado como el rojo. Detrás de ese olor y el mostrador estaba otra máquina inexplicable y una puerta; tras la puerta solo recuerdo ver un pasillo mal iluminado, para estar en el trópico, y un espejo en la pared derecha. Más allá estaba la vida no empresarial y privada de Don Nico y su esposa.

Era una pareja ordinaria, capaz de mimetizarse con cualquier otra llegada del otro lado de la hambruna que dejan las guerras y la barbarie. Habían llegado sin hijos y no parieron caraqueños y solos lograron su espacio en el competido mercado de remiendos y cambios de tacones que le presentaban los gallegos de más arriba. No se podía exportar a La Candelaria y en El Conde consumíamos productos autóctonos. Habían descubierto un error en la teoría de Adam Smith, pero jamás hablaron de ello y no consta ninguna crónica al respecto, pese a que la revista Time pasó por ahí con Pérez Jiménez.

Creo que fue el misterio, el no conocer lo que me vedaba esa puerta y ese espejo inútil  que no podía duplicar a nadie en ese lugar absurdo lo que hace inolvidable para mí la zapatería de Don Nico y su esposa, qué había ahí detrás, permitía la oscuridad dejar pasar hasta ese fondo inalcanzable el olor. Era su casa, es todo lo que sabía. Quizá fueron los cuentos horrendos de los abuelos y sus trincheras, batallas y deportaciones lo que me hicieron imaginar que era ahí donde Don Nico y su esposa escondían sus guerras, fusilamientos y cunetas sin nombre.

No vi a don Nico ni a su esposa aquella mañana, no quise escuchar los detalles que sabía aumentaban en espanto a medida que pasaba de una boca a otra. Tampoco me hizo falta porque pude sentirlo cuando me contaron que nadie los había tocado, que no tenían signos de violencia, aseguraban que nadie atravesó la puerta y no hubo reflejos diferentes en el espejo.

Recuerdo ver como desangraban su aceite ambas máquinas en medio del taller y la acera, los zapatos rotos y a medio arreglar junto con retazos de cuero, facturas y recibos estorbando de esquina a esquina de la calle. La única estantería rota en menos pedazos que la ventana que Bárbara Brändli fotografió una tarde.

Solo dos papeles había a los pies de Don Nico y su esposa, la lista del fiado y una cursilería casposa en letra de molde y en castellano que mi papá me pasó cuando me confirmó que habían muerto por terror, abrazados de espanto.

“El recuerdo y el espejo
puerta que no se cierra jamás
sombra en el claroscuro del rincón.
Algo que quedó atrás con mil adioses
regresando como un fantasma,
una sombra de otro tiempo
esperando en la noche.
Algo que pasó hace mucho,
algo que no se irá.”

Michelina.

Fue esa noche del 27 de febrero cuando supe el nombre de la esposa de Don Nicola, pero nunca me dijeron su apellido. Basta su significado.

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