🃏 ENVIDIA

Envidio a las (envi)diosas que envidian más que yo. Emulando a Roa Bastos soy yo (envi)diosa suprema, MAYÚSCULA, superlativa, viciosa de la envidia en sus más pecaminosas y abyectas manifestaciones. Hago de la envidia un arte de ignominia que descalifica y menosprecia cualquier logro o esfuerzo de todos los demás. Pontifico que la competitividad es el perfil virtuoso de la envidia y a eso me he aferrado en cada ocasión en que juego a los naipes con mis amigas, a quienes desplumo del dinero en efectivo que les proporcionan sus maridos. Todo ello, claro está, aderezado con rictus de breves sonrisas que dibujo con destreza en mi rostro hierático.

Envidio a quienes obtienen preseas culturales: certámenes literarios que nunca he ganado; concursos fotográficos en los cuales no ceso de participar incurriendo en el fracaso. El aspecto positivo, argumenta mi esposo intentando animarme, es que mi obstinación me arrastra a continuar insistiendo en tales menesteres y así lo dejo tranquilo en sus clandestinas aventuras extraconyugales.

Envidio la beldad quirúgica de las reinas de belleza que se someten a diversas intervenciones para extirpar costillas e inflar voluptuosidades que algún día explotarán con consecuencias indeseables.

Envidio el virtuosismo sincopado de las amas de casa que, cuales Cenicientas hiperactivas, mantienen su hogar pulcro, disfrutan su orgasmo sabatino y cocinan nivel Master Chef logrando ovaciones de los comensales invitados a sus cenas de los viernes.

Envidio a quienes interpretan instrumentos musicales ordeñando de ellos sonidos agradabilísimos que riman unos con otros. Nunca menos, envidio a aquellas parejas que saben moverse al ritmo de los valses y baladas que empalagan las veladas en los cuentos de hadas.

Envidio la habilidad de manufacturar objetos que tienen los artesanos llenando de inútiles objetos decorativos los hogares de la típica clase media, venida cada día más a menos, que aspira, asmáticamente, ascender alguno que otro peldaño en la pirámide alimenticia de los depredadores financieros.

Envidio a las viejas emperifolladas que ganan en el bingo, llamando la atención y la envidia de sus vecinas de mesa, aunque envidio muchísimo más a los que se llevan el jackpot de las máquinas tragaperras.

Envidio la fortuna del dueño calvo de amazon y del reptiliano propietario de facebook, whatsapp y todo lo que compre de ahora en más. Envidio los bolsillos hiperbólicos de los políticos corruptos del planeta que desoyen, con obsceno caradurismo, mentadas de madre proferidas por sus pueblos.

Envidio a los coleccionistas que otorgan propósito a sus vidas atesorando y clasificando cualquier tontería, desde guías telefónicas de sitios ignotos hasta balones de fútbol autografiados por las bestias pardas que los patean.

Envidio a los evasores de impuestos que esconden tsunamis de dinero en paraísos fiscales de nombres exóticos e impronunciables. Envidio a los acólitos de las religiones y neo-doctrinas que recitan mantras reiterativos y envidio harto más a los farsantes que lideran tales rebaños.

Envidio al rey que está desnudo y al monarca emérito que mata elefantes. Envidio la charlataneria del sumo pontífice sureño que se mofa de moros y cretinos desde el vaticano. Por envidiar que no quede y envidio, así, a quienes incurren, con cotidianidad y alevosía, en todos y cada uno de los pecados capítales. Ya tendremos el ardiente placer de conocernos en la tierra prometida del averno, donde, me temo, no hay señal de internet que nos posibilite enviar nuestros selfies.

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Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!

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