MATISSE EN EL DIVÁN.

MATISSE EN EL DIVÁN.  

Jacinta Ortega

Sigmund es el Picasso del psicoanálisis. Pablo, el Freud del cubismo. Ambos nos arrancan las imposturas, exponiéndonos sin ropa en una vitrina con cristal de aumento. Recurrente, este es uno de mis sueños. Corro desnuda por la avenida más concurrida de la ciudad, plena de edificios y centros comerciales a diestra y siniestra. Cientos de pupilas me señalan y yo me esfuerzo en huir dificultosamente. Apenas avanzo. Me descubro sin maquillaje, despeinada, con mi vientre exento del vello púbico que ostento frente al espejo. Me abruma la vergüenza y sin embargo disfruto el momento. Ya no quiero guarecerme. Camino ahora erguida, sabiéndome admirada, acariciados mis pezones erectos por la brisa cálida del mediodía. Mis nalgas firmes se bambolean rítmicamente, provocando traspiés en los transeúntes.

Le invento todo esto al psiquiatra con la esperanza de alterar su rostro inmutable. Alzo las caderas y me acaricio el muslo mientras le cuento. Frunzo los labios, le sostengo la mirada, me abanico con la mano izquierda. Pero él es un profesional de la indiferencia a quien mi marido le paga para escucharme, escrutarme, aplacarme, me, me, me, me…
Me aburro. Enciendo un cigarrillo y me recuerda que está prohibido fumar en el edificio. Aspiro con fruición y decapito mi Kent 0,1 mg de nicotina contra la estatuilla de ónix que languidece sola en la mesilla lateral del diván. Nunca he sabido qué representa, ni siquiera cuál es su sexo y no le pienso dar el gusto de preguntar. Demoro el humo en mis pulmones y lo exhalo dibujando una nubecilla diagonal que asciende caprichosa, dando tumbos, hacia la rejilla que recicla el aire acondicionado.

Picasso odiaba a Matisse. Le envidiaba su sentido salvaje de la belleza. Una estética inteligente que se alimentaba de la contemplación de lo hermoso. Es decir, todo, porque ¿dónde no hay belleza? Señálame algo y yo te evidencio su belleza. Brutal, escandalosa, sublime, espasmódica, terrible. ¿Por qué discriminarla, por qué reducirla a categorías éticas? Lo visualmente gratificante, como cualquiera de los placeres, no tiene por qué someterse a cuestionamientos morales.

Deidad espontánea, la estética brota por doquier, presurosa, irreprimible. Es como el ballet donde pintas con tu humanidad el escenario. Adoro al checo Jiri Kylian con sus coreografías telúricas que alaban las fuerzas naturales, articulando el folklore australiano con la intolerancia japonesa. O la Suite por Casualidad de Merce Cuningham, en la que cada intérprete marca y defiende paso a paso, cuerpo a cuerpo, su propio espacio, aunque sin establecer fronteras, límites que son apenas excusas imaginarias para retornar a la torre de Babel y desatar las desavenencias. Las mulatas de Gauguin son tan exóticas y naif como la visión romántica que Toulouse-Lautrec tenía de sus cabareteras y prostitutas. Matisse homenajeaba la belleza circundante, duplicándola. Picasso se empeñaba en afear la realidad, deformándola, no como el Greco que, verticalizándola, estilizaba a quienes viven eternamente en sus lienzos.

Intuyo el bostezo reprimido de mi terapeuta ante mis disgresiones. Yo, diva divina divagando en el diván. Yo, conjugándome en primera persona del singular, yo me asusto, yo me gusto, yo me arrebato, yo me afrento, yo me enfrento, yo me vulnero, yo me venero, yo me impugno, yo me repugno, yo me exhibo, yo me inhibo, yo me recibo, yo me transcribo, yo me traduzco, yo me seduzco, yo me reduzco, yo me grafico, yo me gratifico, yo me exploro, yo me imploro, yo me invoco, yo me provoco, yo me revoco, yo me apreso, yo me expreso, yo me imprimo, yo me exprimo, yo me comprimo, yo me aplico, yo me replico, yo me explico, yo me implico, yo me suplico, yo me endioso, yo me purgo, yo me excomulgo, yo me satanizo, yo me exorcizo, yo me bendigo, yo me padezco, yo me endurezco, yo envejezco, yo palidezco, yo me humedezco, yo me pertenezco, yo me entrompo, yo me entrampo, yo me saboteo, yo me vengo, yo me prevengo, yo me convengo, yo me mando, yo me demando, yo me impaciento, yo me onanizo, yo me satirizo, yo me penetro, yo me compenetro, yo me atengo, yo me abstengo, yo me detengo, yo me entretengo, yo me mantengo, yo me sostengo, yo me retengo, yo me atraigo, yo me abstraigo, yo me retraigo, yo me substraigo, yo me elevo, yo me alabo, yo me zambullo, yo me diluyo, yo me rehuyo, yo me prostituyo, yo me corro, yo me recorro, yo me asqueo, yo flaqueo, yo me ilumino, yo me difumino, yo me borro, yo me aburro, yo me usuro, yo me embasuro, yo me castro, yo me mutilo, yo me ablaciono, yo me circundo, yo me histerizo, yo me histerectomizo, yo me lobotomizo, yo me evacúo, yo me tatúo, yo me perforo, yo me erecto, yo me enarbolo, yo me izo, yo me analizo, yo me eternizo, yo me erizo, yo me erotizo, yo me clitorizo, yo me uterizo, yo me matrizo, yo me martirizo, yo me banalizo, yo me idealizo, yo me profundizo, yo me obstaculizo, yo me asfixio, yo me fricciono, yo me ficciono. Yo, diva. Yo, divina. Yo, divagando. Yo, en el diván. Yo me despido, yo exhalo, yo, sin falo, yo finalizo.

Nota del editor:
En la onda de aquellos “ejercicios de esti(l)o” de Cabrera Infante, esta actriz y fotógrafa hondureña nacida en 1969, nos envía esta muestra de narrativa juguetona desatada en mil palabras. Al igual que Pollock, Jacinta detesta a Picasso. Participante del Taller literario “Dinámicas urbanas” en 2013.

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