Entre los escritores venezolanos vivos, quien ha construido la obra literaria con mayor reconocimiento de la crítica especializada ha sido Ana Teresa Torres. De sus más de quince libros destaca la trilogía de novelas historicistas protagonizadas por mujeres no heroínas: “El exilio del tiempo”, “Doña Inés contra el olvido”, y la más reciente, publicada en 2013, “La escribana del viento”, cuya lectura recomendamos este domingo. Es una novela apasionada, escrita con extrema sobriedad que no obstante aborda tópicos tan escabrosos como el fanatismo, la maldad, y el amor anómalo en una de sus manifestaciones más insidiosas, el incesto. Es, por supuesto, una novela de profusa contextualización, donde eficientemente Ana Teresa Torres muestra una ciudad Caracas tan sombría como el sistema de creencias casi medievales en el que estaban sumidos sus pobladores; el ambiente religioso, las órdenes, voluntariados, congregaciones y claustros son descritos desde adentro, prolijamente, al igual que la incipiente capital de capitanía, mostrada sin sucumbir nunca al paisajismo: “Catalina recordaría siempre las calles por las que corrían las cinco acequias que llevaban el agua a las casas, y los charcos del barro que se amontonaba con la lluvia y hacían del camino un lodazal. Cuando nació solamente estaban empedradas las cuatro calles largas que corren de norte a sur y las seis que corren de este a oeste.” (p.38) Los personajes principales son: Catalina de Campos, sus medio hermanos Pedro y Gabriel, su cuñada Beatriz, el obispo Mauro de Tovar, y la escribana Ana Ventura. La novela, de 383 páginas, está estructurada en ocho largos capítulos, cuatro de ellos nombrados Pasión de Catalina de Campos, tres Testimonios ordenados cronológicamente, y al final, el Testimonio de la misma autora. Se ha dicho que la certeza, la verosimilitud en la escritura de diálogos consiste en poder diferenciar los personajes, perfilarlos en su léxico, crear construcciones oracionales en correspondencia con su condición, edad, creencias y entorno. La autora no sólo logra muy bien esa personificación del habla sino que la utiliza como eje accional de la historia anterior al presente narrativo. Ana Ventura es una muchacha modesta pero letrada cuya familia cae en desgracia, se dispersa, y ella se ve obligada a trabajar miserablemente como sirvienta de iglesia; allí conoce a una señora supuesta religiosa, quien junto con otras tres la conminan a acompañarlas a la península de Paraguaná para fundar una orden de oración; al llegar al árido destino las posibilidades se complican, el grupo se divide, tres religiosas regresan a Trujillo, y la cuarta, que no resulta ser tal monja sino Catalina de Campos, acusada y perseguida, le pide a Ana que permanezca con ella y además le sirva de escribana. Ese mecanismo permite enunciar dos visiones de la realidad literaria, el anterior, versionado por Catalina, y el presente narrativo descrito por Ana. De modo que entre los numerosos testimonios solicitados por las autoridades, típicos de las sociedades donde el estado y la iglesia son una sola entidad de poder, Ana declara cinco veces, así como también lo hace el resto de la familia y los relacionados: Gabriel Navarro de Campos, David de Rocha, Magdalena Ponte, Paula de Ponte, Felipa de Ponte, Bernabé Díaz de Mesa, Tomás de Ponte y Beatriz de Cepeda, a quien la inquisición colonial obliga a confesar bajo tortura, y a inculpar de adulterio a su esposo Pedro en incestuosa relación con su media hermana Catalina. De altísima literariedad es el párrafo que precede a este hecho, uno de los motivos composicionales de la novela: “Un día le propuso un paseo a caballo por las afueras de la ciudad (…) continuaron el ascenso, el aire comenzó a refrescar y detuvieron los caballos. Desde o alto se contemplaba el valle. Hacia arriba se divisaba el molino de Marmolejo, y hacia abajo la acequia mayor que trae el agua desde el buco de Catuche (…) los bucares florecidos alrededor del Anauco, y más lejos la mancha verde de la sabana de Chacao, al este. Es hermoso, dijo Catalina. Es nuestro, dijo Pedro, será siempre nuestro, ¿por qué?, porque aquí nacimos, porque nosotros lo poblamos, porque somos sus hijos. Casi no se veían las casas, solamente la torre de San Francisco. Ni desde allí nos ven a nosotros. Desmontaron y Catalina supo que una frontera de la que no podía dar vuelta atrás había sido traspasada.” (p.59). Es una novela imprescindible.
Reseña tomada de su libro compilatorio “Por escrito I”.