🦾 BRAZO ROBOT

Me gustaría tener esa certeza, nunca la tengo, digo, un 99.99 % nunca es suficiente, maldita sea. Me revienta la cabeza la incertidumbre, la gota que perfora mi mente. Todos sabemos que mi brazo izquierdo está en su lugar, sin embargo yo no lo siento.

Tengo un brazo izquierdo i-ne-xis-ten-te.

Me dicen que lo mueva y no puedo simplemente sé que no está ahí por más que el mundo lo vea. No soy ningún loco, nadie sabe mejor de mi cuerpo que yo, y nadie tiene mejor dominio de cada una de sus extremidades que yo, que puedo hacerlo todo con una mano, y cuando digo todo  es to-do. Ese brazo izquierdo faltante no me ha hecho falta nunca.

Ahora que la tecnología ha legado a límites impresionantes veo con furor las nuevas prótesis que existen, mecánicas, robóticas, sincronizadas con el cerebro por medio de electrodos, ufff la maravilla son, algunas de colores vibrantes, blandas o de acero, como tentáculos, ni manos son.

¡Quiero una! Quiero una mano robot, quiero un brazo izquierdo completamente nuevo e inteligente, quiero eso en mi cuerpo. He trabajado toda mi vida para lograrlo y de los médicos solo recibo negativas y pases al psiquiatra y rehabilitación.

No sé cuando ni donde encontraré alguien que acceda a operarme.

He intentado de todo, pero ahora que empieza a decaer mi entusiasmo veo cada vez más factible una amputación auto infligida. Recostarme con el brazo extendido sobre las vías de un tren, pasar en el momento correcto cuando un ninja estará por batir su sable, entrar en una mina y asir una pieza de oro hundida en lo profundo de una zanja mientras me arrastra una estampida de mineros y salir triunfante de ahí, cargado por delante, chorreando sangre por un costado y con el único puño en alto. También he pensado en recostarme rápidamente en la mesa de un carnicero abismado en su oficio, sin tiempo para recapacitar.

Me lo quitan o me lo quito, ¡joder!

Siento su peso, me estorba, dormir de lado implica saltarlo pretender que no lo siento, no puedo conciliar el sueño con él, me relajo un momento y luego lo traigo , tamaña pesadilla.

Cuelga, estorba, es cosa muerta, mis dimensiones corporales no me permiten pasar en contraflujo peatonal sin golpear al menos a tres. No es intencional, pero pediría si pudiera a los rabiosos golpear menos la cara y más ese puto brazo, me harían un favor. Hasta he golpeado con él a tres negros, dos judíos, un musulmán y decenas de viejos (estos últimos son los más torpes para esquivarme y los más improbables para ayudar por su falta de fuerza). Ninguno ha podido ajusticiar su dignidad arrancándolo de un tajo, nadie me cumple el deseo, nadie.

Pasé por la noche por un barrio marginal, traté de arrancar la manta a un sin techo, sin reacción, sin botellas, sin navajas, su maldita paz con el mundo me dio repugnancia, pero nunca más que la que me provoca el gilipollado brazo. Atoré mi mano en el bolsillo trasero del pantalón de un fisicoculturista, con la esperanza de que me tomara del brazo y lo torciera irremediablemente, solo me partió  la nariz y luego me lamió los labios ensangrentados, insatisfecho, furioso y ardiente, desapareció. 

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Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!

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