Arriesgado.
Episodio piloto para Netflix-Caracas.
Luiz Javier Hierro
— Como pudo apreciar, Faúndez, después de esta larga conversación, mi vida bien se merece un libro, ¿no le parece?
Hice una pausa efectista, un poco por darme importancia pero también para sopesar con detenimiento las palabras que pronunciaría a continuación. No quería sonar desesperado, pero tampoco podía dejar pasar esa ocasión, por muy trivial e insignificante que me resultara la sosísima historia que estuve sorbiendo durante esas tres largas horas de coloquio con doña Henriqueta París, una de las tantas damas aburridas y adineradas que tienen afición por la literatura, y afán de figurar en los círculos culturosos de la ciudad. Me recliné sobre el sillón tapizado de rosa viejo, sorbí un trago del té, ya irremediablemente frío, que me habían servido durante el soporífero monólogo de la señora, limpié los cristales de mis anteojos con el pañuelo, entorné los ojos para enfocar a mi interlocutora, que estaba sentada en el sofá que hacía juego con el resto del sobrecargado mobiliario —una pesadilla de tapicerías pesadas, alfombras persas, molduras doradas y adornos ridiculísimos, entre los cuales destacaba una abominable colección de perros de cerámica, disfrazados de payasos—, y solté:
—Sin duda, señora mía. Tiene todos los elementos que precisa la literatura actual: misterio, romance, algo de política, y esa pizca de erotismo que, bien dosificada, va a deslumbrar a crítica y público por igual. Un auténtico filón. Lástima que mi agenda esté tan apretada. Para guiarla en el proceso de escritura, necesitaría trabajar a tiempo completo por lo menos durante unos cinco o seis meses. Es lo mínimo para tener un primer borrador.—Claro que esa alusión a una guiatura fue una mentira piadosa; era evidente que la vieja París era incapaz de escribir ya no digo un libro, sino una simple carta, a juzgar por su aburrida narración, cargada de lugares comunes, imprecisa y a trompicones. Así como era mentira lo de mi agenda, del resto: hacía meses que no escribía una línea, ni por encargo ni motu proprio. Pero las formas se hicieron para respetarlas, después de todo.
—¡No me diga que no quiere tomar este encargo, Faúndez! Mire que lo busqué justo a usted porque me lo recomendaron ampliamente.
Sonreí para mis adentros: la presa había picado. Ahora, me tocaba cansarla, soltar algo de sedal, recogerlo, entrar en ese tira y encoge que, modestia aparte, se me da bastante bien.
—No sé, tendría que organizarme, y sacar tiempo, ese activo tan intangible y precioso en mi profesión. Pero le confieso que estoy tentado a abandonar ciertos compromisos, o postergarlos, por muy importantes que sean. Esta historia pide a gritos ser contada. Pero… tal vez me sea difícil.
—Estoy segura de que podrá ayudarme. Ustedes los escritores son gente demasiado complicada, ven impedimentos en donde no los hay. Ahora, ¿cinco meses? ¡Eso es una eternidad!
—No lo crea, doña Enriqueta. Para obtener un producto de calidad, no se puede escatimar en el recurso del tiempo. Es la diferencia entre un libro mediocre y una obra de arte. Y supongo que usted apunta a la excelencia: eso se puede intuir de su entorno. Usted es una mujer refinada, acostumbrada a lo mejor. Su libro debe ser reflejo de ello.
—En eso tiene toda la razón, Sebastián. Puedo decirle Sebastián, ¿no?
—¡Por supuesto! creo que la confianza es primordial, y la podemos establecer desde ahora. Cuanto antes, mejor. —La verdad es que me daba igual que me tuteara, me llamara de usted o se equivocara con mi nombre; me era suficiente con que los pagos estuvieran bien identificados.
—Perfecto. ¿Cuáles serían los próximos pasos?
Listo. Había logrado mi cometido. A partir de allí, ya todo sería trámite: acordar honorarios, establecer un plan de trabajo, y embarcarme en un proyecto sin mucho reto ni diversión, pero que garantizaría mi subsistencia durante un período bastante largo, si jugaba bien mis cartas. Aunque sabía que ese libro no pasaría de ser un obsequio para las amistades de la París, y que muy poca gente lo leería, mi conciencia no me molestó en lo más mínimo. Un trabajo más, que despacharía profesionalmente. Eso era todo.
Luego de planificar nuestro próximo encuentro y de despedirme de la entusiasta anciana, bajé por el ascensor interno de aquel pent house desproporcionado y decadente hasta el lobby del edificio, y salí a la acera a esperar por Wilfredo, o Willy, como le decía secretamente. Ya comenzaba a anochecer, y, por mucho de que estuviéramos en un vecindario de clase alta, no me sentía a gusto allí, indefenso, presa fácil para cualquier raterito que se antojara de mí. Como de costumbre, me hizo esperar casi un cuarto de hora. Y eso que, previendo su habitual impuntualidad, lo había llamado con bastante antelación. Pero él era así, no parecía un chofer sino alguien que estuviera haciendo un favor. “Si me vuelve a embarcar, lo boto”, pensé, sabiendo que en realidad nunca me atrevería a hacerlo.
Cuando por fin vi la trompa del Lexus acercarse al lugar en donde estaba pagando ese plantón, todo mi enojo se disipó ante la perspectiva de ver de nuevo a Willy. Pero no quise hacérselo saber, así que me senté en el asiento trasero, hice caso omiso de su efusivo saludo, le dije un escueto “a la casa”, y me encerré en un mutismo dramático y ridículo.
—¿Cómo me le fue, patrón? ¿Coronó? —rompió el silencio al cabo rato mi chofer.
—“Coronó”. ¿Qué clase de palabra es esa, Wilfredo? ¿Tú crees que estaba jugando damas en esa reunión?
—Bueno, no se me ponga bravo, usté sabe a lo que me refiero. ¿Cuadró la chamba?
—Sí, obtuve el trabajo, ¿tenías alguna duda?
—No, patrón, usté es el rey de las viejas, no se iba a pelar ese boche.
—Wilfredo, por todos los santos, ¿será que algún día vas a moderar tu lenguaje? ¿Tú quieres que te dé alguna clase?
—Nooo, que va. Paso y gano, yo ya pagué mis años de estudio.
—Pero como que se te olvidaron; te sale un repasito. Estoy a la orden, tú lo sabes.
A partir de ese momento, quien enmudeció fue Willy. Yo me mordí los labios, y me abstraje viendo el paisaje urbano que desfilaba por mi ventanilla. Arrogante este Willy, negro fino y estudiado, como le encanta decir de sí mismo. De verdad lo voy a botar en una de estas. Aunque bueno, el Willy, con todo y su pregonada erudición deportiva, certificada por el Instituto Pedagógico de Caracas, y el alarde de sus ojos verdes, “únicos en Mamporal”, no es ni de lejos tan arrogante como mis clientas. Cada una está más convencida que la anterior de tener una cualidad inexistente: inteligencia, mordacidad, coraje, erotismo. ¡Coño, erotismo es la peor! Nunca soy tan profesional como cuando pretendo que mi interés crece en el momento en que despachan a la servidumbre cercana, me miran con una picardía bobalicona y comienzan su cuento, que siempre es más o menos la misma vaina: “Mire Faúndez, y estos personajes van a tener sexo, claro que van a tener sexo…” Lo que sigue es la narración de una serie de toqueteos tópicos y adolescentes que irremediablemente terminan en un felatio. Cuando llegan aquí, hacen silencio y me observan seriamente. Yo, claro, hago mi trabajo: subo una ceja, considero en silencio y respiro profundo antes de decir: “es arriesgado…pero tiene fuerza, tiene mucha fuerza”.
La vaina es que me mimetizo. Sería hasta divertido si no fuera por eso. Más allá de saber cómo dorarles la píldora, de haber creado el personaje de un “coach literario” bien vestido, y versado en las más recientes técnicas de autosuperación, el secreto de mi éxito es poder mimetizarme con estas viejas. Yo tengo que convertirme en ellas. Para que la vaina les guste, yo tengo que ser cada una de ellas, pero con la capacidad de escribir una cosa decente. Espejo complaciente de brujas sin hechizos. ¡Y ahora me va a tocar hacer de la gorda esta! Me va a tocar meterme en el fango de sus convicciones eróticas a ver qué saco en limpio. Eso va a estar difícil, imaginar su deseo. ¿Sería capaz la gorda de tener una vaina con su mayordomo? ¿Se lo buceará? El tipo es un carajo elegante y sobrio que la trata de madame. ¿Se habrá ella imaginado en un “¡dame, coño e tu madre!” con este francés de Táriba? Es todo lo contrario a este Willy; es un carajo serio, educado, seguro que puntual. Creo que sí pega eso, creo que voy a poner a la protagonista de esta gorda a tirar con el mayordomo. El sexo con el mayordomo es un clásico, pero por eso funciona siempre, quizás sea un arquetipo del inconsciente aristocrático eso de tirar con el chofer. ¡Qué chofer un coño, el mayordomo!
—Tenemos un problema en el camino, Sr. Faúndez— dijo Willy con los ojos fijos en el retrovisor.
—¿Qué pasó?
—La autopista está trancada con un choque de una gandola. La única es que nos desviemos por la vía de Terrazas del Ávila y caigamos por Palo Verde, pero esa vía es peligrosona.
—Dale, Willy, dale. Haz lo que tú quieras. No me interrumpas más que vengo pensando.
Todos los cuentos son igualitos, ¿por qué esas tipas serán tan ladillas en la cama? Y todas se creen Mía Khalifa porque echan una mamaíta de huevo. Sabrosa era mi negra Ofelia. Esa negra estaba dura; entrenaba una vaina arrecha, no me acuerdo cómo se llama, con unos mecates pesados y empujando unos cauchos de camión. Ofelia le echaba bolas a toda vaina. ¡Dígame el día que nos dio por darnos coñazos! Cuando esa negra me lanzó la primera cachetada sentí que el mundo se me venía encima. La caraja creyó que todo era parte de la fantasía, que me había tirado en la cama para que se me echara encima, como se me echó. ¡Coño, sabroso!
—Señor Faúndez, pásese pa’ acá.
—¿Cómo es la cosa, Willy?
—Lo que pasa, Sr. Faúndez, es que como le dije, esta vía es peligrosa. Si lo ven sentado atrás en un carro como este, van a saber que usted es de real. Usted sabe, un secuestro, una cosa.
—¡Deja la paranoia, Willy!
—Véngase, Sr. Faúndez, yo sé cómo es la vaina.
—Willy, te voy a hacer caso para que dejes el fastidio.
—Por seguridad. Sr. Faúndez.
— Ok,ok,ok.
Ajá entonces va a tirar con el mayordomo papeado, sí. Ahora no sé si papeado, mejor lo pongo como el mayordomo de verdad, elegante. Coño, este willy del carajo me desconcentró. Lo voy a venir botando.
—Sr. Faúndez, yo creo que es mejor si se quita la corbata.
—¡Willy, qué pasa ahora!
—Qué si lo ven encorbatado, también pillan que es un ejecutivo, una vaina. Esta vía es muy peligrosa.
—Está bien, me la quito. Willy, no me interrumpas más.
La verdad la vía se ve bien fea. El chofer, ajá, elegante como el de verdad. La vieja empieza a sentir como un pase de corriente…las vainas típicas, la caraja lo trata medio mal por el goce sadicón de la morboseadera… El tipo a todas estas todo inocente. Inocente no, él se sospecha la vaina, pero es un profesional, trata de evadirla. Entonces la gorda empieza a fantasear en las noches… cada noche una fantasía distinta.
—¡Qué fue eso!
—Tranquilo, señor Faúndez, un caucho que explotó. Casi nos salimos de la vía, pero ya controlé. Eso sí. Tenemos que pararnos a cambiarlo.
—Tú estás loco, nos paramos aquí y asaltan.
—Esta vía es así unos cuantos kilómetros más y más allá es Petare, que es peor. No hay remedio. Pero, le voy a pedir que se baje usted también, por seguridad.
La verdad es que me pasa esta vaina solo y me cago, o hasta me volteo. El willy salvó la patria con esa maniobra. Tiene sus vainas buenas dentro de todo.
—Con su permiso, Sr. Faúndez, me voy a quitar la camisa para poder cambiar el caucho rápido.
Haciendo caso omiso de la petición de su chofer, Sebastián desiste de apearse de la “nave” y enseguida se queda dormido. De inmediato empiezan sus arrebatos oníricos donde las clientas no-escritoras lo hostigan desnudas, arrinconándolo en los divanes de las bibliotecas. No joda, esto parece una réplica malosa de las narraciones se Leonardo Padura, allá en La Habana, donde sobrevive, a punta de ron y cigarrillos baratos, su personaje apellidado Conde. Faúndez, con cada nueva pesadilla, se babea copiosamente y ronca al modo de bandoneón desvencijado. El rata de Willy lo ha grabado, en audio y video, con idea de subirlo a youtube en algún momento ubicado en el futuro cercano, en plan de represalia por todos los desplantes fatigosos del escribidor de marras.
Justo en la próxima pesadilla, Sebastián escucha a Pedro Camacho, aquel cuatriboleado personaje vargasllosiano, decirle: “Faúndez, usted no es otra cosa que una cagatintas tarifado. Mismito que yo, pues. Somos (somos es uno de los palíndromos mas enternecedores y usados) chóferes de Uber que llevamos a nuestros clientes hasta la próxima metáfora, símil, epílogo, todas las anteriores”.
En ocasiones, Faúndez gime y lloriquea pasito durante sus periplos oníricos (esto también lo ha grabado “Wild Willy”, su nombre de usuario en youtube). En la próxima estación férrea de la pesadilla, Sebastián subcontrata a una minúscula legión de ghost-writers en alguna de las diversas plataformas de empleos temporales y precarios que pululan en internet. De esta manera, don Sebastián Faúndez podrá escaquearse de la escribidera procaz de gilipolleces que tiene que acometer para poder medio parapetear su “tren de vida”.
A estos negros literarios, ennegrecidos de tanta tinta ajena y virtual, mister Faúndez apenas les paga un mínimo porcentaje del anticipo que le factura a su pléyade de señoronas caraqueñas que se aburren (sin un solo ápice, además, de aquella Ifigenia que también bostezaba al pie del Ávila). A lo largo del sueño siguiente, Teresa de la Parra y Pérez Bonalde sostienen un tórrido romance mientras rapean versos de sor Juana Inés de la Cruz (ella) y Walt Whitman (él). Vainas, por ejemplo, de este calibre:
“Si al imán de tus gracias atractivo
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras rapero lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?”
“Apenas sabrás quién soy ni qué significo,
soy la salud de tu cuerpo y me filtro en tu cuerpo y la restauro,
si no me encuentras enseguida no te desanimes,
te espero; en algún sitio estoy rapeándote”
Par de disparos que no ritman (sic) le roban protagonismo a Juana Inés y Walt Whitman. Faúndez se apresura a limpiarse la baba y se reincorpora con movimientos exentos de sincronía. Sus ojos boquiabiertos contemplan al descamisado Wilfredo de sus delirios de rodillas ante un trío desangelado de malandros que lo apuntan con una Glock obviamente robada.
De nada vale toda la charlatanería de coach de autoayuda que san Sebastián pronuncia, eufónicamente, ante sus captores que huyen, rápidos y furiosos, en el Lexus cargado con toda la vestimenta y pertenencias de Willy y el señor Faúndez. Cosas locas de la vida, lo que más le ha dolido al escribidor por encargo es el Rólex de imitación adquirido en Cúcuta años ha.
—¡Ni te imaginas, Wilfredo, los cientos de miles de millardos de caracteres con espacios que me voy a ver obligado a escribir, durante los próximos meses, para poder intentar recuperar una pequeña parte de todo lo que hoy hemos perdido!
“¡Maldito caucho rencauchado de mierda!”, reputea Willy, en interiores y calcetines, enarbolando aún la llave en cruz que refleja, marginalmente, la tenue resolana lechosa de aquella luna llena caraqueña.
Por favor, ¿dónde puedo leer otros relatos de este escritor?
Recuerdo un cuento de él publicado en el suplemento cultural de Ultimas Noticias que nos mandaron a analizar cuando estudiaba en el Pedagógico. Era muy críptico, retomando una y otra vez el mismo párrafo, y la mitad de la clase estaba perdida, incluyéndome.
Fui vecina de Luiz Javier en Caracas. Sus padres eran un encanto de personas, pero él, aunque correcto en su trato, era muy huraño. Siempre salía de su apartamento cargado de libros y apurado. Usaba los libros como un escudo protector para librarse de conversar con los vecinos. Ahora me entero que también escribe y hasta tiene humor.
Mientras estudiaba Letras en la UCV (década de los 80), leí un cuento de Luiz Javier Hierro en "Nítido", suplemento editado por la Comisión de Cultura de la UCV. Era un rompecabezas tipográfico que fue muy comentado en la Escuela de Letras. Nunca más, hasta ahora, volví a encontrar nada de él. Veo que este señor sigue jugando con el lector…
El Seyor Hierro fue mi gefe en la aseguradora, me tratava bien siempre i me regalo libros que yo leia con mucho plaser- Me dio gusto ver que porfin sus letras se imprimen manque sea en interné. Yegue aquí por casualidad porque estava buscando informasion sobre mi antiguo gefe para ver en que andava y si tenia un trabagito para mi porque ando pelando con la pandemia con la cuarentena si lo ben o ablan con el por fabor diganel que llame al numero del cachis el sabe quien es.