🪲 EL SANTO

Cuando yo lo conocí, él era un niño sensible, introvertido e incluso un poco cursi. Gustaba de mirar la naturaleza, dar paseos solo por los jardines públicos de la ciudad y llevaba consigo bolsas o cajas suficientes para coleccionar todo lo que iba encontrando.

En casa tenía todas sus plantas, tierra, piedras y en algunos casos, insectos que prefería guardar  vivos en un frasquito. Tenía una especial debilidad por los escarabajos de colores y tamaños interesantes, no tenía el valor para matarlos rápidamente con un alfiler como lo hacen los verdaderos investigadores, él buscaba siempre llevarles algo de comer para hacerlos sus mascotas.

Su madre vivía en permanente estado de histeria, cada vez que lo veía llegar con un nuevo cargamento de insectos, hojas, ramas, fango, y uno que otro frasco o servilleta llenos de cacas con formas exóticas que él no podía evitar llevar consigo porque la idea de no saber que animal las había hecho le volaba la cabeza.

Yo lo buscaba en el colegio bajo cualquier pretexto, teníamos ya casi 12 años y la primera víctima de mi amor adolescente fue él.

Tenía una especie de obsesión hacia él, lo tengo que reconocer, él era todo lo que para mi podía ser un hombre perfecto, bueno, cuando llegara a ser un hombre. Era mi amigo pero no podía negar que cada vez me gustaba más, él me trataba como un chico más sin darse cuenta nunca de mis sentimientos.

Me di cuenta de que yo tenía esperanza el día que volvió de un viaje a Yucatán, yo lo extrañaba demasiado, solo miraba su pupitre en el salón de clases y me salían las lágrimas y los suspiros. Algunos en la clase ya empezaban a darse cuenta y me miraban con lástima. Ah que le iba yo a hacer, para esos días ya estaba más que enamorada de él,

El día que volvió a la escuela sentí una mezcla de alivio y dolor más fuerte, me latía el corazón más rápido de lo normal. El aire estaba enrarecido, yo sabía que él había llegado y no quería encontrármelo por ninguna parte. Creí que mi corazón no lo iba a resistir, entonces me fui a encerrar al baño el resto del día de clases. Mi refugio no me duró demasiado porque la maestra mandó a una compañera a buscarme hasta que finalmente llegué con la cara roja como un tomate y mirando hacia el piso hasta la puerta del salón y lentamente entré sintiendo su mirada clavada en mi hasta llegar a mi silla. Nunca había vivido una tortura tan larga como ese día, lo único que quería era desaparecer, ni siquiera me atrevía a voltear a mirar lo guapo que había vuelto, sentía que moriría de amor, que algo explotaría en mi pecho.

Él se comportaba con naturalidad, en realidad no le intimidaba mi presencia en lo más mínimo, yo lo sabía. Cuando terminó la clase, todos salieron del salón, él se quedó aún guardando algunas cosas, y sacó una pequeña caja con hoyos de su mochila. Se acercó a mi y me dijo –Mira lo que te traje de Yucatán.

Yo recibí la cajita no sin hacer un gesto estúpido y con el corazón latiendo a mil por hora, traté de actuar natural, pero creo que no pude ocultar el sudor corriendo por mi frente ni lo rojo de mis mejillas.

-¿Te sientes bien?- me dijo, y yo solo asentí pensando en el bello color dorado que tenía ahora su piel y en lo rápido que de pronto se había puesto tan alto y se le había ensanchado el pecho. Es que era solo una niña, pero esas cosas ya me estaban enloqueciendo, solo pensaba en estar en sus brazos y flotar en una nube, quedarme ahí eternamente, miraba sus ojos, sus labios, sus dientes perfectos, era el humano más hermoso que había visto jamás.

  • …y entonces le pones agua todos los días, no lo olvides, confío en ti. Él terminó de darme indicaciones sobre como cuidar mi regalo y yo no había escuchado absolutamente nada. Se despidió y se fue corriendo rápidamente, entonces volví a la realidad y miré adentro de la caja que tenía en la mano. Era un “maquesh” un pobre escarabajo cubierto de piedritas de plástico con una cadena dorada que terminaba en un seguro para la ropa. Ay pero pobre, vamos a casa, primer paso, algo de agua.

Al otro día en la escuela había descubierto como se usaba el maquesh, era joyería, solo tenía que prenderlo de mi ropa y él caminaría en círculos sobre mi.

Llegué presumiendo mi nuevo regalo, el regalo que mi amor me había dado, era realmente exótico y bonito. Todos me preguntaban por él, ¿qué era?, ¿quién me lo había dado?…y yo presumía a los 4 vientos.

De pronto en el salón de clases llegó muy molesto, se acercó a mi y me dijo

– No seguiste mis indicaciones, te dije que le quitaras las piedras con agua, y esa cadena también, yo no quiero que sufra.

Lo miré incrédula pero obediente, casi al borde del llanto, y al verme me dijo con condescendencia,

-Vamos a mi casa al rato y te ayudo a quitarle las piedras, te voy a enseñar a cuidarlo ¿sale?. – ¡Sale!

Nunca había dicho eso de manera tan natural y tan nerviosamente feliz.

Ya en su casa saludamos a su mamá y fuimos hacia el patio donde él tenía sus “cosas” de investigación botánica y naturalista, pusimos al maquesh en la mesa, él con mucho cuidado comenzó a remover el pegamento de las piedritas, yo observaba como hacía algo tan delicado a la perfección, (este hombre será médico cirujano cuando sea grande).

-Ya está, ya eres libre amiguito.

Le sonrío al bicho y se lo puso en la mano, el escarabajo caminó un poco y trepó por su ropa simpáticamente.

-Pero tú tienes una mamá, mira, te la voy a presentar.

 Y puso al maquesh en mi mano. Yo lo acaricié con tanta ternura, no sabía si eso debieran sentir las madres de verdad, pero de alguna forma era “nuestro  hijo”, y eso me llenaba de una felicidad infinita.

Después de terminar la escuela, fuimos a secundarias diferentes, nuestros padres tenían muy diferentes ideas sobre la calidad del nivel educativo del D.F, así que yo me fui a un colegio de monjas y él a una escuela privada.

Yo no pude olvidarlo, además desde que solo estaba rodeada de niñas en la escuela todo se había vuelto aburrido, no me interesaba mucho hablar con nadie, extrañaba a mi amigo y amor secreto todo el tiempo.

Por las noches yo llamaba a su casa por teléfono y si oía su voz colgaba inmediatamente, hice esto durante cuatro  años, recuerdo perfectamente como fue cambiando su voz. Era para mi uno de los matices más bellos, recordar todas las noches antes de dormir , las pequeñas diferencias entre su voz de antaño y la que ya estaba adquiriendo, su voz de hombre.

Si lo encontraba por casualidad en la calle, me limitaba a saludarlo de lejos con una sonrisa muy tímida y distante, creo que pensaba que no me simpatizaba más, porque él solo respondía con un breve gesto antes de irse.

Tal vez mi amor se hubiera apagado por completo gracias a esos pequeños rituales sin esperanza, en el fondo yo deseaba que eso pasara, sin embargo para mi desgracia emocional un día recibí una visita misteriosa. Oí mi nombre por la noche afuera de mi ventana, la calle estaba sola, y de pronto vi debajo del farol un brillo color plata. Era su cabeza, llevaba una máscara un poco extraña que solo permitía ver los ojos y la boca.

– Pssst, psst, ¡baja Julieta!

Mi nombre no es Julieta, seguramente lo había dicho por ironía pero sin pensarlo bajé, la voz era inconfundible. De nuevo me latía el corazón más que nunca, era él, me iba a morir de amor si sonreía o si podía siquiera oler su aliento de cerca.

A lo lejos pude ver su pecho grande y dorado, no llevaba camisa, solo unas mallas, una capa y esa máscara color plata. La imagen me hizo sentir extraña, ayudó a aliviar mis nervios porque al verlo solté la carcajada, era el disfraz más ridículo que había visto nunca a decir verdad.

  • ¿Qué se te hace tan chistoso?
  • Nada, nada. Estas muy elegante hoy.
  • ¿Sabes quién soy?
  • No (mentí).
  • Pues soy el Santo, el luchador de plata enmascarado. Vine a visitarte.
  • Oh, ¿eres luchador profesional? ¿contra quién luchas?
  • Contra los malos, soy un superhéroe. (Teatralizando sus expresiones)
  • Pues me parece muy bien, me alegra verte, perdona, conocerte.
  • ¿Cuidaste bien a tu maquesh?
  • ¿Cómo sabes eso? (riendo y teatralizando)
  • Yo lo sé todo, tengo superpoderes.
  • Ya lo veo, pues mi pequeño amiguito vivió muy feliz un año, hasta que se quedó dormido en su caja, y aún lo conservo en recuerdo de alguien muy especial que me lo dio.
  • ¿Conservas cadáveres? Guácala (riendo).
  • (Un poco apenada) Pues creí que sería mi único recuerdo de él. Cuando se quiere mucho a alguien, uno guarda hasta los pelos que se le cayeron en la sopa.
  • (Se carcajeó) Bueno me alegra saber que el maquesh tuvo una buena vida. Mi misión está cumplida, ahora me tengo que ir.
  • Como buen adolescente y como buen hombre, esquivo hasta los huesos, emprendió el camino a casa a través de una vereda.
  • ¡Santo! – le grité.
  • Se detuvo sin voltear , solo podía ver su capa y su cabeza como un huevo plateado.
  • Te amo. (Le dije con dulzura, primero gritando y al final con arrepentimiento, más como un acto de exorcismo que para conseguir algo a cambio. La vereda se llenó de silencio y luz dorada de los faroles, ese vacío curó mi alma como si me hubiera limpiado por dentro).
  • Tú eres mi Julieta, (dijo él sin voltear mientras se alejó hasta perderse doblando la esquina).

Agregar un comentario

Síguenos en:


Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!

Los artículos más visitados: