TRANCE
Lucía Rodríguez
Te lo juro, que la sangre más dulce que he probado fue esa. El sabor de mi propia sangre, nunca la olvidaré. En un estado semiinconsciente tirado en la sala de nuestra casa. Fue uno de los momentos más placenteros de mi vida, recapitular una a una las palabras que nos dijimos durante tres años, los audios, las fotografías, las caricias virtuales…
Para el momento en el que todo cayó como un cometa sobre la Tierra, yo ya era polvo. Ella me había vuelto polvo, el más fino y volátil, de tanto placer me hizo morir en vida. Me mataba cada segundo, cada mirada a mi teléfono.
Me entregué a ella desde el principio, sin la menor idea de a donde llegaría, de lo que quería de mí, le di mi ser completo. Mi único error, no habérselo dicho a Lara, ella me amaba, hacía todo lo que una buena esposa hace, me daba la paz de saber que tenía un hogar. Y aún así no me arrepiento de lo que hice, ni me arrepentiré jamás. Ella lo sabe, por eso casi me mata.
Solo de recordar los efectos embriagantes de esa relación vuelvo a estar en trance, el trance en el que me mantuvo constantemente y que no me permitía comer, ni dormir, incluso a veces moverme. Cuando estaba así, permanecía un largo rato sintiendo cada parte de mi cuerpo, ella no estaba aquí, yo estaba bajo los efectos de algo que no era todavía un orgasmo, pero me era absolutamente placentero. Ella a la distancia, en otro hemisferio, casi en otra galaxia, era como la droga más potente.
Nos comunicábamos por mar y cielo. Yo sentía su aliento tibio al abrir mi ventana por la noche y ella bebía agua salada del mar, donde mis deseos de la noche anterior habían sido vertidos, cruzado la Tierra.
Recibí el primer golpe en la cara, el más certero, Lara me dio con la botella del vino que yo había comprado para la cena al salir del trabajo, me partió la quijada, perdí la vista por un momento y ella me lanzó contra la pared, choqué contra nuestro librero haciendo un estruendo, un libro grueso de Caspar David cayó sobre mi nuca.
Fue el segundo más corto de mi vida, mientras sangraba mi rostro una mezcla de mi sangre con vino rioja, los cristales en el suelo, los libros, la fuerza del impacto, lograron por fin llevarme al final de mi viaje erótico a la Patagonia, mi placer se cerraba como un círculo perfecto dibujado con una fina línea, dibujado por sus manos de artista sobre mi piel. Hubiera sido el más fatal de los errores, para la salud emocional de Lara, confesarle que me había ayudado a terminar mi tarea, que aquel golpe me había llevado a consumar mi placer.
Lucía Rodríguez
(Artista visual mexicana. Reside en Alemania. Dirige una escuela de idiomas. Participante del Taller de escritura en Stuttgart).
Aprovecho estos predios virtuales para ir publicando los relatos de quienes han venido participando en las sucesivas ediciones (2018, 2019, 2020) de mi TALLER DE ESCRITURA en Stuttgart.