🪡 LA AGUJA Y EL GALLO

Eran los ancianos quienes usualmente hablaban de las viejas historias. Algunos vagaban de un lugar a otro, en busca de calor y algo de comida.

A este, nadie lo había visto nunca, pero aseguraba conocer al gran Gilga, el explorador más bravío de todo el sector. Junto a su perro, Enki, Gilga vigilaba los bordes del oeste. Ningún intruso lograba escapar del poder de su arcabuz láser, o de su lanza de ébano. Cíclopes y vampiros, le temían por igual.

“Es cierto que me dio el susto de la vida, pero luego descubrí que se trata de un hombre gentil que protege a los suyos. Él me enseñó el camino para encontrarlos” – dijo el viejo, mientras se acomodaba junto a los leños ardientes.

No pasó mucho tiempo antes de que los niños lo rodearan, esperando a oír sus cuentos. Algunos adultos también nos acercamos.

El vagabundo dio un largo suspiro, acariciando la luna llena con la mirada.

“Todo empezó en el año 2019 creo…con el gran incendio de Notre Dame. Era una iglesia, una catedral muy antigua. Construida hace muchos siglos, en un tiempo conocido como “edad media”. El edificio era gigantesco. Se vino abajo consumido por las llamas. ¡Un aviso, sin duda! Una advertencia de lo que estaba por venir, la caída de la humanidad. Una semana después del incendio, las naves de los cíclopes, aparecieron en los cielos de todo el planeta”.

Una mujer se acercó con agua y un plato de sesos recién cocidos. El viejo estiró la mano de manera grosera, no quería ser interrumpido. Lo usual era que los nómadas brincaran sobre la comida. Por lo visto, el anciano era una excepción, estaba completamente entregado a su relato.

De voz grave, narraba los acontecimientos con tal pasión, que parecía que él mismo hubiese estado allí.

“Al principio, la gente festejaba a lo largo y ancho del planeta. Creían que los viajeros galácticos, traían consigo la salvación de la Tierra. Unos los trataron como ángeles, otros más locos todavía, como dioses. Las naciones del mundo, querían poner el destino de sus pueblos en las manos de los extraterrestres. Los hombres de ciencia cayeron a sus pies, babeando al ver sus trajes grises y sus escafandras, mendigando el conocimiento de los gigantes. Dicen que un famoso científico escribió en alguna parte, que el mundo tenía por fin respuesta cierta a la gran pregunta. Los humanos no estaban solos en el universo. Luego, cuando vino la era de la desgracia, descubrieron por las malas que nunca lo habían estado”.

Un silencio de piedra barrió el campamento. Por unos segundos, solo se oyó el viento danzar sobre el fuego.

“¡Aparecieron los malditos chupa sangre!” – gruñó uno de los niños. Todos se echaron a reír agradeciendo la ocurrencia, que hizo desvanecer los malos recuerdos.

“¡Sí! Salieron a la luz, si se puede decir así. Cuando los cíclopes comenzaron a imponer su régimen de esclavitud en las ciudades, los vampiros tuvieron que actuar. El hombre común no es adversario para un cíclope. Un vampiro promedio es más fuerte, más rápido”.

– Pero los vampiros no luchan para salvarnos. Solo intentan defender su statu quo – dije desde las sombras.

“¿Por qué dices eso? No sabes nada de historia. Déjame verte, acércate a la hoguera”.

El viejo se oía contrariado. Yo avancé unos pasos.

“En un principio, hombres y vampiros combatían juntos, unidos por una fuerte alianza. La primera vez que los cíclopes mordieron el polvo, fue luchando contra el ejército del “Ciego de Cité”. Guerreros de ambas especies, que combatían por una sola causa. El Ciego era un vampiro llamado Sila, pero su lugarteniente, Juan de Quimera, era un hombre. De hecho, la idea de recuperar la aguja y el gallo que coronaban en otros tiempos, el techo de Notre Dame, la tuvo Quimera. Durante un amanecer, el oficial oyó el canto de un gallo y entonces, entendió que erguir de nuevo los símbolos, levantaría la moral de la humanidad. El gallo siempre canta antes de la llegada de los primeros rayos de sol. El Ciego no estuvo de acuerdo de inmediato. Sin embargo, con el paso de los días los cíclopes estrecharon el cerco que rodeaba a los rebeldes. La lucha se hizo más encarnizada. Sila perdió la vista luego de que el disparo de un cíclope, le rozara el rostro. Sus otros sentidos se hicieron más agudos aún. Él, Juan Quimera y sus hombres, debían encontrar una ruta de escape. El lugar en donde antes había estado la catedral, parecía una buena opción. Quimera había escuchado que el centro de la isla, escondía túneles secretos que llevaban a otros sectores”.

– Ya hemos escuchado esas patrañas de “La Aguja y El Gallo”. No es más que un mito, nadie ha visto nunca ninguno de esos objetos y es posible que el Ciego de Cité, ni siquiera haya existido – alcé la voz, para arrepentirme luego.

Una centella roja cruzó los ojos del anciano.

“Vuelves a interrumpirme muchacho. ¡Qué mala educación! Quería contarles sobre el error de Quimera, nunca hubo túneles en Cité. Pero no entraré en detalles, no vale la pena. Ustedes no están interesados en conocer la historia de esos tres días en el tártaro. Nunca sabrán cómo los rifles de rayos azules y los colmillos, acabaron con los cíclopes del sector. Tampoco voy a mal gastar saliva, explicando la soberbia de los hombres. Después de vencer a los cíclopes, trataron de acabar también con los vampiros. Una carnicería que no terminó nada bien. Los pocos sobrevivientes huyeron con la aguja y el gallo, ocultándolos para siempre. Juraron que el día en que los cíclopes fueran erradicados completamente de este planeta, no habría amanecer. La humanidad pagará por su arrogancia, en medio de una noche oscura e interminable”.

– Pareces saber mucho, cualquiera diría que eres uno de los soldados del Ciego – dije colocando el dedo en el gatillo de mi arcabuz láser.

“Chico, estuve allí. Yo soy Juan de Quimera”.

– Imposible. Ya estarías muerto ­– respondí alterado.

“¿Sabes cómo continúo con vida? Cuando los hombres trataron de exterminar a los vampiros, con los que antes había peleado hombro a hombro, me opuse. Sabía que llevábamos las de perder. Pero no hicieron caso, así que tuve que elegir. Escogí hacerle honor a mi apellido, me convertí en una quimera, una bestia de dos cabezas. Una de oveja, que es la que han visto desde que llegué y otra, que verán ahora”.

La boca del viejo se desgarró, convirtiéndose en un tragadero de vampiro. Un puñado de colmillos apareció chorreando su propia sangre. Las barbas blancas se tiñeron de rojo en el acto.

Disparé dos veces, intentando detener al monstruo por unos segundos, pero cuando alcancé la estaca escondida en mi bota, era demasiado tarde. Pensé en Gilga y en su perro, seguramente ahora compartiría su misma suerte.

FIN

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