🧳 INCONVENIENCIA DE LOS INTELECTUALES

El mes pasado recibí a Quim en un paquete de Amazon; una caja perfectamente precintada cuya cara principal exhibía limpiamente ese magnífico isotipo que congrega las ideas de felicidad, desplazamiento, rapidez —e inclusive— cierta infalibilidad. El paquete solo debía contener una bicicleta estática, pero supongo que el buen Quim intentaba maniobrar desde algún lugar elevado del almacén, resbaló y cayó dentro de la caja desmembrándose un poco. Como suele ocurrir en estos casos, muy probablemente el resto de los operarios intentó solventar el error a su criterio, sin reportarlo para preservar la efectividad del equipo de trabajo, por lo que las partes mecánicas de la bicicleta estática y varios miembros del cuerpo de Quim terminaron limpios y embalados en poliestireno y papel de burbujas. Aunque la bicicleta vino con todas sus partes, no ocurrió lo mismo con el cuerpo de Quim; solo llegó lo necesario para ensamblarlo de la cintura para arriba. Como imaginaran, con tal déficit de órganos, miembros, redes linfáticas, nerviosas y circulatorias, no logré hacerlo funcionar. 

Ni por un momento pensé en echarlo a la basura, No es algo que se le ocurra hacer a uno con Quim, quien no solo es un excelente narrador, sino además un intelectual consistente que en cada texto aventura una hipótesis sobre el mundo. Por otro lado, si la empresa llegase a notar su ausencia posiblemente me exigiría su devolución. Opté por ponerlo en la mesita del recibidor y me dediqué a armar la caminadora estática mientras llegaba Carolina.

Yo no soy un hombre de pensamiento, al menos no de pensamiento abstracto; necesito la cercanía de las cosas para pensar. Si logré comprender el mundo durante mi niñez fue porque pude representarlo valiéndome de mi monumental colección de piezas de Lego. Con el paso de los años, los modelos a escala para armar, los muebles de Ikea y, finalmente las viviendas prefabricadas fueron los objetos que manipulé cuando necesitaba comprender algo. Armar la bicicleta estática me permitiría poner mis ideas en orden para afinar los últimos detalles del plan con Carolina, todo tendría que hacerse con rapidez y precisión; en esa etapa ya no había margen de error. Las pizzas y las Coca colas con las que ella llegó  bien pudieron haber sido, por ejemplo, un descuido muy costoso. Si su esposo hubiese visto que una mujer tan cuidadosa de su salud estaba comiendo y bebiendo estas cosas, sin duda habría sospechado. de algún evento extraordinario. Así se lo advertí mientras repasamos cada detalle. En unas 72 horas pasaríamos de la clandestinidad a la criminalidad, y sabemos las connotaciones eróticas de ello, por lo que terminé totalmente cansado cuando se fue y dormí profundamente hasta la mañana siguiente, cuando unos ruidos graves me despertaron. Salí a la sala y vi como el torso de Quim intentaba moverse trabajosamente hacia la botella de Coca cola que habíamos dejado en la mesita de noche. Había logrado abrir la boca, imagino que para facilitar aquella respiración mortificada y ruidosa que acompañaba su esfuerzo de sostenerse sobre sus brazos para avanzar. Le di a beber la Coca cola, cerró los ojos y comenzó a roncar.

La bicicleta estática trabajaba muy bien, nuevamente había logrado ensamblar a la perfección un artefacto. Como era costumbre, la acción me había procurado una gran lucidez sobre la manera en la que iba a actuar en las próxima horas, pero una voz me sorprendió: “¿Todo este esfuerzo para llegar a este lugar común?”. Salí a la sala y vi al torso de Quim revisando los papeles que Carolina y yo habíamos dejado sobre la mesa la noche anterior. Para mi sorpresa, hablaba con total claridad, quizás por el efecto vivificante de la Coca cola. “La muchacha es linda, es verdad, pero no es Barbara Stanwyck, y tú…bueno, quizás sí seas tan torpe como Fred MacMurray”. Debo reconocer que el asunto me indignó, Quim apenas si había entrevisto el plan por los apuntes que revisó, su opinión era demasiado arrogante. “¡¿Qué vas a saber tú?!, no conoces a ninguno de los involucrados, no has visto la casa ni los itinerarios, nunca has hecho nada así”, contesté. Tomó un largo trago de Coca cola y me respondió: “Sé que en un noir siempre hay una mujer cautivante y un tipo dispuesto a todo, pero en el fondo bastante ingenuo…Ella es la mujer cautivante, según veo por la imprudente foto que tienes en la sala”. Discutimos amargamente durante más de una hora. A cada recorrido minuciosamente cronometrado del esposo de Carolina, a cada posibilidad de su rutina cuidadosamente constatada, respondía con un ángulo que, si bien era improbable, yo jamás había contemplado.

La tendencia de los intelectuales de exagerar el mundo para examinarlo me molesta mucho. Permítanme explicarme con un ejemplo: hace tiempo que trabajo en bienes raíces, para mí la fotografía es un instrumento. Cuando tomo una foto quiero que una habitación se vea amplia, o elegante, o confortable, solo eso. Procuro los ángulos más locuaces de un espacio cuya virtud quiero destacar, pero cuando un sujeto como Quim toma una fotografía (porque estos “hombres del renacimiento” suelen tener dos otres habilidades que someter al ejercicio intelectual, y Quim incluye la fotografía entre ellas) extrae un mundo que estaba encerrado en el espacio que fue fotografiado. Nosotros solemos ser parte de ese espacio, o el material bruto de una narración. Somos la pasta con la que trabajan, la mayoría de las veces sin que nos percatemos de ello y sin dar nuestro consentimiento. ¡Esos ufanos infidentes cuelgan nuestras vidas en sus galerías personales! Disfruto, lo reconozco, del trabajo de muchos de ellos (después de todo, soy un buen lector), pero aborrezco su cercanía.

“¡A callar!”, grité dando un manotazo en la mesa y lo amenacé con no darle un solo trago más de Coca cola si volvía a abrir la boca. Debía concentrarme en lo que sería la última sesión de planificación con Carolina y era necesario que le transmitiera mucha seguridad, seguridad que la conversación con Quim había mermado en buena medida. Nuevamente revisé anotaciones, mapas e itinerarios y no encontré ningún error. Me concentré en lograr el sueño y pude dormir unas buenas seis horas.

Carolina llegó puntualmente a las ocho de la mañana. Me sorprendió su aspecto y su actitud: se veía fresca y tranquila a pesar de la inminencia de las acciones que habíamos planificado. Saludó a Quim amablemente y él le respondió con una sonrisa generosa, pasamos rápidamente a la última revisión. Insistió en que veía más sensato escapar en el mismo momento en el que trajera el dinero a casa y no a la mañana siguiente. Intenté un nuevo recurso para explicar la razón mil veces expuesta y tuve la mala idea de comentar el cuento de La carta Robada, de Poe como una referencia esclarecedora. Quim intervino con una decisión indetenible y comenzó una disertación acerca de cómo el cuento era en realidad una exposición sobre la manera en la Poe entendía el terror: como lo apenas intuible, pero abrumadoramente presente, postuló a la carta robada como la mejor versión del Pozo y el péndulo. También acusó a Stephen King de burdo plagiario. A Carolina le gustaba definirse como “sapiosexual” (aproveché mis lecturas para cautivarla, he de confesarlo), y el discurso de Quim la abstrajo por completo de nuestras circunstancias. Eso me indignó, le advertí que abortaría todo si no recobraba su foco, me llevé el torso de Quim y lo puse sobre el armario junto a mi cámara. Mi pequeña rebelión tuvo efecto instantáneo: Carolina repasó el plan con precisión y calma, su decisión bullía en cada gesto. Ninguno tenía dudas.

Todo fluyó de acuerdo a lo previsto. Carolina llegó a las cuatro con las maletas, las puso sobre la cama y las abrimos: unos quinientos mil dólares, no menos. Nunca habíamos tenido un sexo como el que tuvimos esa tarde.

A las nueve de la mañana siguiente  Carolina debía tocar el timbre y yo bajar con las maletas. Lo tocó. Yo bajé. Su esposo la sostenía bruscamente del brazo al frente de cinco guardaespaldas.

Durante mi larga convalecencia, erizada de tutores y clavos de traumatología, pude ver la foto que se hizo viral desde el momento que fue subida a las redes sociales (instantes después de haber sido tomada): una imagen fascinante en ángulos de picado de dos cuerpos sudorosos que fornican en medio de maletas llenas de dólares, al fondo un reflejo reproduce una parte borrosa del torso de Quim. “No selfie”, puso en el texto de la publicación.  

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Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!

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