El sol comienza a sumergirse en el mar de Güiria y la silueta del gordo pareciera desprenderse de él mientras avanza por la playa. Pantoño lo ve acercarse desde la mesita plástica del bar; su paso cansino que hace vibrar el cuerpo gelatinoso tras el traje blanco le hace pensar en una enorme aguamala y sonríe. Una dentadura blanquísima y perfecta, que sobrevivió a más de cuarenta peleas profesionales, le va ganando terreno en el rostro mientras ordena una cerveza para su amigo.
El viejo Guaica, un esqueleto sentado en una gavera de cervezas vacía en medio de la cava destartalada y el fogón, le responde: “¡No joda, Pantoño de aquí a que ese gordo termine de llegar se va a calentar esa vaina!” En efecto, pasan más de diez minutos para que Rafito se siente en la mesita y comience a secarse el sudor con un pañuelo descomunal.
- ¿Y entonces, Rafito?
- Hay que irse. Nos borraron hoy a las nueve de la mañana.
- ¡Qué cagada!… Bueno, si hay que irse hay que irse— dice Pantoño con resignación y luego mantiene largo rato un trago en la boca, concentrándose en el sabor amargo y en el silbido metálico del viento que se cuela por los agujeros de la valla de cerveza Regional, ahora convertida en la pared trasera del tugurio.
- María Alexandra— murmura Rafito con la mirada fija en la imagen desteñida de la modelo rubia en el anuncio publicitario.
- ¿Cómo?
- María Alexandra, el nombre de la modelo que era la imagen de Regional.
- Rafito, ¿Tú sabes por qué nunca ponían la cara de la Catira regional en las fotos?
- Claro, porque era una campaña de intriga.
- No. Es porque era un hombre.
- ¡Qué hombre ni que nada, negro! ¡Esa es era una modelo profesional, yo la conocí! Tú si crees en pendejadas.
- Hasta creí en ti, no joda —responde Pantoño antes de soltar una carcajada. — Nosotros debemos ser los últimos ¿Verdad, Rafito?
- Queda Betulio, tú sabes por la vaina de “pega Betulio, pega Betulio, se cayó Betulio”. La verdad es que Thodée nunca dijo eso, al menos no con Betulio. Para serte sincero, sí escuché una cosa así, pero contigo, cuando Kim te tumbó.
- ¡No me recuerdes esa vaina! — Pantoño toma de un trago casi toda su cerveza, como si el incendio en el hígado que le provocó el coreano hubiese comenzado a arder de nuevo. — Yo no sentí nada en el momento. Es más, venía sobrado, ganado. A los minutos del golpe fue cuando se me vino el mundo encima.
- ¿Ves? Ahí fue cuando Thodée dijo la cosa: “pega Pantoño, pega Pantoño, se cayó Pantoño”. Esa fama te la robó Betulio— Comenta Rafito con sarcasmo.
- Igual no va a pasar mucho tiempo para que lo borren a él también. ¡Coño, Guaica, esta bicha está caliente! — reclama Pantoño al viejo, quien inclina la cava hacia él para que pueda ver que solo queda un pedazo de hielo seco entre las cervezas.
- ¿Y de comer que tienes?
- Nada— responde Guaica hierático.
- Coño de la madre, no hay un carajo—murmura Pantoño— Dime algo, Rafito. ¿Eso que se dice que tú le pagaste al asistente de la esquina de Salavarria para que le diera la botellita con glucosa es verdad?
- ¡Qué bolas tienes tú! ¡Yo soy un hombre decente, carajo!
- No te arreches, vale. Es una pregunta inocente, es que tu inventabas mucho. Me acuerdo de aquel guitarrista que te dio por promocionar en las transmisiones del boxeo, ¿cómo era que le decían? ¡El Cordobés de la guitarra!
Rafito inhala como si fuera a tragarse todo el aire de Güiria y se abstrae observando la única presencia en la playa inacabable: un perro huesudo que intenta sacar del mar lo que parece ser un gran pescado varado en la orilla. Se seca varios galones de sudor de la cara y vuelve a la conversación ceremoniosamente.
- Mira, Pantoño, primero no vuelvas decir nunca más una vaina como la que acabas de decir de la botella. Segundo, yo no inventaba cosas raras, lo del Cordobés tuvo su razón. La transmisión del boxeo vendía mucha publicidad, pero el director del canal era un intelectual al que le encantaba darle un tono culto a las vainas. Parece que una vez un amigo le dijo: “yo no entiendo por qué dicen que ese canal tuyo es cultural. Cada vez que lo pongo lo que veo es un par de negros dándose carajazos”. Eso lo arrechó muchísimo y se empecinó en sacar al boxeo. Yo puse al guitarrista para saciar su sed de cultura, pero no fue suficiente. Ahí comenzó el final de todo.
- Oye, Rafito, ¡cómo hicimos plata! Yo tuve más de veinte carros…lo perdí todo.
- Todos lo perdieron todo, yo no sé qué locura les dio.
- Que somo boxeadores, Rafito; entendemos es de coñazos y aprendemos a los coñazos. Mira, ¿por dónde nos vamos a ir?
- En peñero, por la Boca del Dragón.
- Del Drago, le dicen aquí. Esa vaina es peligrosísima. Yo soy oriental y he visto mucho ahogado, pero lo del último naufragio en la boca me sacudió como ese coñazo de Kim. Tu sabes que los pescados se ensañan mucho con la cara de los ahogados. ¡Coño pensar que ese poco de cuerditas, huesos y colgajos de piel había sido la cara de un niño me jodió mucho!
- Montarse en una lancha de esas, abarrotada de gente para pasar por la boca es de locos.
- ¿Y que coño van a hacer, Rafito? Mira esta vaina.
- Sí, de bolas— responde Rafito meditativo. — Vamos a pagarle al viejo, pues.
- Hace rato que no lo veo, yo creo que ya no está.
- Bueno, voy a dejar el dinero pisado con la botella. Quizás alguien venga en algún momento.
- Quizás.