🌴 Soma cum laude

No se diga que nuestros métodos fueron brutales, sería injusto. Firmes, resignados, inconmovibles, puede que sí, pero brutales jamás. Muy por el contrario, fueron animados por una racionalidad sistemática y bien depurada. ¿Acaso no ha sido reconocida por todos esa ruda condición primigenia de los humanos que tanto contraría su acendramiento por y para el colectivo? Que algunos la hayan justificado o juzgado advenediza es otra cosa, pero casi nadie la ha negado. Por otra parte, la consistencia de nuestros estudios era inapelable: la totalidad de las circunstancias que nos habían dañado como nación, habían sido causadas por los idiotas. Los idiotas eran los culpables de todo. No los buenos estúpidos, alelados pero curiosos e inofensivos; tampoco aquellos pobres desprovistos de las bases neurológicas para sostener a una intelencia normal, y que consecuentemente son asistidos y vigilados, pero sí los idiotas: los ignorantes en casi todos los aspectos necesarios para el entendimiento social, aquellos que además impenitentemente insisten en actuar sin medir consecuencias, los refractarios a la otredad y con ello a razón e inclusive al enigma de  su propia identidad. También eran sólidas nuestras conclusiones en señalar que estábamos hablando de la mayoría de la población.

Pensamos que la razón podía salvarnos y estuvimos en lo cierto. Creímos que si  tal convicción había fracasado con el Iluminismo, se había debido únicamente  a la inexistencia de los medios necesarios para colectivizar la razón, medios abundantes en la actualidad. En esto último nos equivocamos.

Despejamos para todos el camino a la iluminación: cubrimos la ciudad con wi-fi gratis y regalamos dispositivos de comunicaciones; dispusimos centros de conectividad públicos en todos lados de todos los niveles sociales; pagamos los derechos de uso de colecciones cinematográficas y musicales para toda la población; construimos una formidable biblioteca virtual al alcance de todos; pedimos a expertos con reconocimiento mundial clases magistrales sobre una extensísima variedad de temas y las hospedamos en nuestras redes. La gente acudió masivamente, no obstante utilizó estas posibilidades privilegiadas para explorar asuntos que nos sorprendieron decepcionantemente. Al concluir el primer año del proyecto, nuestras mediciones constataron que casi la totalidad de las búsquedas estuvieron dirigidas a informarse sobre cosas como las tendencias terraplanistas, la energía cósmica capaz de depositar unos 500$ en tu cuenta banacaria si piensas de manera positiva y provocas la conspiración del universo a tu favor, juegos de barajas que revelaban expeditamente la vida psíquica del consultante, y una mirída de motivadores optimistas y empoderadores. Los usuarios también lograron colarse entre los espacios vulnerables de nuestra red de opciones  y conseguir una variedad de piezas musicales que  lograron sumar a la  que habíamos construido para ellos. De esta manera, a  leider de Schumann, composiciones de Pink Floyd, improvisaciones luminosas de Dizzie Gillespie o canciones emocionadas de Edith Piaff comenzaron a sumarse piezas con nombres como: “Tú la tienes rica y yo soy tu papi”, “Si tu novio no te lo lame  ven a mi lengua y que no reclame”, “Vente de nalgas, mamita”.  Fue entonces cuando dimos el gran viraje.

No se piense, permítanme insistir, que atentamos contra las libertades del individuo. Muy por contrario, nos fundamentamos en su derecho a sostenarlas, eso sí en un ámbito más propocio para su expresión sin    restricción alguna, como lo explicaré dentro de poco. Comenzamos de manera tosca, si se quiere. Lo hicimos en el sector público, pues sin duda es el funcionario consagrado al servicio social quien primero debe ser pulido como una joya perfecta en materia de ciudadanía, ya que tal es el objeto de su gestión. Acometimos un trabajo de ingeniería que permitió a los ascensores de los principales edificios públicos desviar su recorrido eventualmente a grandes espacios subterráneos según un programa azaroso. Hay algo de hermoso en imaginar al funcionario que, envuelto en sus ropas rutinarias y opacas, sube al ascensor pensando  en iniciar un día laboral indiferenciable de otro cualquiera y se encuentra de pronto frente al momento que cambiará toda su vida. Hay cierta belleza poética en el instante en que, esperando replicar la misma sensación diaria causada por la ascención del elevador, descubre que las fuerzas de la inercia se han trastocado y que emprende un viaje largo y veloz hacia abajo, hacia los grandes sótanos donde ocurrirá su transformación.

La aptitud no fue el problema más serio. Aquel funcionario que abazaba la posibilidad de su renacimiento racional y cultural, terminaba por lo general aprendiendo los asuntos básicos que le permitirían hacer una vida ciudadana, pero estos que consentían en transformarse desgraciadamente no pasaban de ser un grupo estadisticamente anodino. La inmensa mayoría rechazaba la formación y permanecía indifierente ante cualquier manifestación distinta a las canciones del archivo alternativo que construyeron en las redes, los programas sobre dilucidación de litigios personales y los shows de variedades. ¿Qué hacer? ¿Cuál podría ser un curso de acción adecuado que  ̶  apartado de la estúpida tentación de enseñar por la fuerza y con absoluto respeto de la libertad individual ̶̶  nos salvara a todos? Como suele ocurrir con las obviedades, la respuesta se   nos hizo escurridiza durante un tiempo, a pesar de haber estado frente a nosotros desde el principio… en 430 mil metros cuadrados de selvas.

Si tan arraigado y colectivo era el deseo de permanecer salvaje, debíamos ceder a ello. Claro que no sin facilitar las condiciones que le dieran rienda suelta en su expresión original. Miles de funcionarios fueron llevados a nuestras selvas, donde los esperaba la promesa de una existencia libre de la incómoda circunstancia de la alteridad y sus implicaciones. ¡Nada debía ser poco trans-

parente en este acto administrativo tan apegado a la voluntad real de las personas! Consecuentemente, hicimos llegar a toda la población la documentación gráfica de la nueva existencia salvaje de los trasladados. Nuestro compromiso de transmitir una información completamente traslúcida nos obligó a sumar a las fotografías que recogían el disfrute de la vida silvestre aquellas que también reflejaban sus inconvenientes, como la difícil relación con los grandes predadores o con las diminutas bacterias cuando pueden actuar sin las restricciones que les imponen los antibióticos. También fue necesaria la penosa tarea de difundir las duras imágenes de los enfrentamientos por comida o refugio en, los que no pocas veces, los libres absolutos se enfrascaban con una increíble determinación y ningún escrúpulo. Por esos días comenzamos a contabilizar las primeras aproximaciones espontáneas a nuestro bancos de datos educativos.

Entusiasmados por nuestros primeros éxitos, decidimos dotar de mayor sistematización y eficiencia a las operaciones. Echámos mano de recursos clásicos, como el llamado condicionamiento operante, concretamente a los pradigmas de evitación de tasa variable; nombre absolutamente rimbombante para designar la práctica de los colectores de buena parte de las ciudades europeas, que sólo entran a algunas unidades eventalmente: la posibilidad de una sanción ejemplarizante, aunada a la impredictibilidad de la situación que podría generarla, termina por crear una férrea costumbre de hacer la compra del boleto para el viaje. Comenzamos a deterner colectivos al azar y a escoger, también aletaorimente unos tres pasajeros para un breve juego de preguntas y

respuestas, poca cosa: no más de una o dos interrogantes. La lista de preguntas era amplísima y variada, desde una situación piagetiana clásica para explorar el criterio moral como: ″un niño bebe un vaso de leche junto a una puerta, otro que está al otro lado la abre y el primer niño derrama su leche debido a que la puerta lo ha empujado. ¿Quién es el culpable por la caída de la leche?‶, hasta cosas tan puntales como quién fue Henri Matisse. Contestar pedestre o incorrectamente significaba un envío inmediato  la libertad silvestre. Como es de suponer, el resto de los pasajeros comentaba la anécdota a sus concocidos y esto despertaba en ellos una irreflenable curiosidad por este tipo de asuntos. Las visitas a nuestras redes de información comenzaron a

crecer exponencialmente.

La gente tuvo un cambio radical  en sus gustos y costumbres. Los programas de variedades, por ejemplo, permanecieron, pero cambiaron mucho sus contenidos. Sus concursos tomaron la forma de juegos como El Pozo y el Péndulo, en el que el participante es metido en un cuarto obscuro y debe elegir el momento en el que un invisible péndulo afilado se detenga en el camino hacia su cuello. Como imaginarán, aquel participante que logra detener la cuchilla a menor distancia de su garganta es el ganador. Lila, incomprable cantante popular que era la máxima atracción de los programas sabatinos, ya no entona baladas en las que insulta a su expreja, sino estrofas completos de Rimbaud, encantadoras por cierto en su típico acento y particular tono de voz.

En cosa de cinco años, la selva quedó vacía. Los trasladados no lograron nunca actuar concertadamente para afrontar los inconvenientes, y el suministro de nuevos residentes desapareció gracias al amor por la iluminación que creció en cada uno de nuestros ciudadanos. Inclusive, la apacible armonía de las parejas de enamorados que pasean por nuestros parques es un efecto colateral de todo nuestro esfuerzo, pues hoy en día la gente se lo piensa dos veces antes de formular preguntas tontas como ¿amor, tú me quieres?…  y muchísimo más al momento de responder las vigorosas.

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Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!

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