Cuerdas y nudos
Una cuerda sola no es nada
si no tiene un nudo en su extremo
que le dé vida, significado.
Hoy recordé que más joven
conocía nudos complicados
as de guía, de cabestro, medio nudo
ahora sé hacer sólo uno: el del ahorcado.
Ya tengo la cuerda,
y por lo tanto el nudo.
Sólo falta la viga, el taburete y el salto.
El Santa Claus de aquella tienda de departamentos era repulsivo, en realidad. Su porte, todo desgarbado, hacía juego con su aspecto general: mal aseado, oloroso a licor y tabaco rancio, con manchitas dispersas sobre su uniforme, el rojo traje característico del personaje que representaba. Sentado sobre su trono de utilería, parecía el rey mendigo de algún país en bancarrota. No obstante eso, no faltaban los niños que con candor se le aproximaban para entregarle una carta, y tomarse una fotografía con él. En esos momentos esbozaba una mueca que pretendía ser una sonrisa, sentaba a la criatura en su regazo, le dedicaba unas cuantas palabras, siempre las mismas, y luego sonreía con expresión aguardentosa hacia la cámara.
Había conseguido el trabajo solamente porque era amigo de la infancia del gerente de la tienda, quien, al conocer su situación económica, se compadeció y lo contrató por la temporada navideña. Sin embargo, su amigo se arrepintió desde el principio, ya que llegó casi ebrio a su primer día de trabajo. Lo reprendió severamente, lo llevó a la trastienda y le dio a beber un café cargado para que pasara la borrachera. Una vez repuesto, le explicó la rutina a cumplir (nada difícil, en realidad) y le recalcó que no debía molestar a los clientes, bajo ningún motivo.
Durante algún tiempo, pudo cumplir con las exigencias de su amigo; pero el día de cobro, que había sido bastante ajetreado, aprovechó la pausa a mitad de la jornada para ir a una taberna cercana y gastar la mísera paga, que había recibido por unos cuántos días de labor, en el licor más barato que pudo conseguir. Cuando regresó a la tienda, veía todo doble, y comenzó a comportarse de manera grosera. El colmo llegó cuando trató de abrazar demasiado efusivamente a la hermosa madre de uno de los chiquillos, quien gritó ofendida y logró llamar la atención del gerente de la tienda, que acudió presuroso, y no le quedó otra opción sino tomar al Santa Claus por un brazo y echarlo a la calle.
Para el beodo Santa, ese episodio fue el fin. Se dio cuenta de que no servía ni siquiera para ese empleo de porquería, y tomó una determinación extrema y definitiva. Pero, antes de ponerla en práctica, fue a una dependencia estatal a realizar un trámite. Todavía vestía su uniforme rojo, lo que llamó la atención de todos los empleados del lugar. Una vez concluida la diligencia, al llegar a casa escribió una nota de suicidio, y la dejó en un sitio muy visible, sobre la mesa del comedor. Llamó al servicio de emergencias, anunciando que había una persona muerta en su dirección, y luego se colgó. Los paramédicos llegaron cuando el cuerpo aún estaba caliente. Trataron de reanimarlo, pero fue imposible; ya la vida lo había abandonado. Entonces, uno de ellos reparó en la carta, la leyó y gritó: «¡rápido, registren sus bolsillos!» Allí estaba lo que buscaban. El cuerpo no fue trasladado a la morgue, sino al Hospital Universitario de la ciudad.
Esa navidad, el pequeño Roberto recuperaría la vista, la dulce Elizabeth ya dejaría de depender de la diálisis, y el señor Martínez contaría con un nuevo corazón. Con el hígado sí no hubo mucho que hacer.