Día 1
Aprovecho que Diana está terminando de desempacar para dar comienzo al diario de vacaciones, que me recomendó llevar el terapeuta como ayuda en el manejo de mi estrés y mis inseguridades. Estas vacaciones son parte del tratamiento, en realidad. El hotel, dentro de todo, no está mal, a pesar de su evidente vejez. Tiene una especie de pátina intangible que recubre las paredes, el piso, los muebles, los adornos. Su decoración pareciera ser de los años 50 del siglo pasado, y jamás haber recibido el más mínimo cambio desde entonces. Todo muy limpio, eso sí. Claro que no tenemos pensado disfrutar mucho tiempo de las instalaciones; vinimos para otras cosas. El paisaje es lo mejor: las montañas que se divisan por doquier son espectaculares. En realidad, desde que llegamos al aeropuerto y nos montamos en el autobús que nos trajo hasta acá, no hemos hecho otra cosa sino ver bosques intrincados de pinos, y picos nevados a lo lejos. La carreterita, precaria, sigue las sinuosidades de un caudaloso río de montaña, al cual cruza varias veces mediante unos puentecitos de fortuna, cuya integridad pareciera estar comprometida. Dos horas largas, nos llevó el trayecto. Pero valió la pena cada minuto. No veo la hora de realizar la excursión que planificamos: tres días en medio de la nada, sólo ella y yo. Sin comunicación con el mundo exterior, con lo mínimo indispensable para tener algo de confort: la tienda de campaña, la lámpara y la estufita a gas, los sleepings bags, las provisiones. A regañadientes acepté llevar un radiecito de pilas, a petición de Diana. Ya revisé, y no hay cobertura celular en la zona que escogimos para acampar. Será como en los viejos tiempos. Solos contra los elementos, como dicen en los libros de aventuras y los malos programas de televisión. Mañana, a primera hora, salimos, para aprovechar al máximo la luz solar.
Día 2
Estamos (¿estamos?) exhaustos. No sabía de mi malísima forma física, sobreestimé mis capacidades, y pude llegar al lugar por puro amor propio; estuve tentado de abandonar, y regresarme al confort de la mullida cama que dejamos tibia en la habitación, más de una vez. Me contuve por el entusiasmo y la aparente energía de Diana, que parecía una decatlonista, toda una Iron Woman. Así que tragué grueso, y fui avanzando a la mínima velocidad que me daban las piernas, hasta llegar al lugar que habíamos divisado gracias a nuestras investigaciones en internet, luego de unas buenas 6 horas de caminata con apenas una pausa larga para reponer fuerzas y comer el refrigerio que habíamos preparado, sándwiches y café. Gracias al GPS pudimos llegar sin mayores obstáculos a nuestro destino. Claro que una cosa es lo que habíamos apreciado en la pantalla del ordenador, allá en casa, cuando planificamos esta excursión, y otra la realidad. No obstante, tras limpiar un poco el área, logramos que estuviera medianamente habitable. Allí saqué a relucir mis dotes de niño explorador, y armé un campamento bastante digno. Comimos una cena frugal, unos huevos con tocineta, preparados sobre la brasa que encendí con apenas la ayuda de mi yesquero, y un poco de hojarasca y ramitas secas. La noche promete frío e intimidad.
Día 3
Lo que imaginaba como una noche idílica terminó siendo una pesadilla. El aullido de los lobos no dejó de sonar desde el momento que entramos en la carpa y nos abrazamos dentro de mi sleeping bag. Los planes de intimidad que me había hecho se vieron saboteados por esos sonidos amenazantes, que parecían provenir de muy cerca. Total que no pegué un ojo en toda la noche. Al amanecer, una rápida ojeada por el exterior me hizo entender que mis temores fueron infundados, pues no había rastros de alguna incursión por los alrededores. El día se nos fue en una caminata por la montaña, en la que llegamos a un lago formado por el derretimiento de un glaciar. El agua estaba muy fría, supongo que cercana al punto de congelación, pues se veían como cristalitos de hielo flotando. Aprovechamos para hacer algunas fotos, y tonteamos en medio del bosque. Allí vimos algo curioso, pero no de la buena manera: una docena de pájaros estaban en el piso, muertos. Con las alas extendidas, como si hubiesen aterrizado así. Regresamos algo inquietos al campamento, y nos recluimos dentro de la tienda de campaña. Esperamos un rato, pero no percibimos nada fuera de lo común, así que salimos. Diana está más cariñosa conmigo, creo que fue una buena decisión este viaje. Lo que ocurrió en el pasado, que pesaba tanto sobre mi consciencia, parece irse diluyendo. Poco a poco.
Día 4
Los acontecimientos de este día han sido turbulentos, inexplicables e inquietantes. Nos despertó de madrugada el sonido de unos aviones, pero no aviones normales; con mi escasa experiencia, diría que se trataba de jets tipo caza, que vuelan a velocidades supersónicas; posteriormente, una serie de explosiones resonaron a lo lejos, y el cielo se iluminó tras cada una de ellas. Cuando ya debería haber estado amaneciendo, no aclaró. Una enorme nube gris plomo cubría todo el espacio sobre nuestras cabezas; el sol apenas se adivinaba detrás de ese manto denso. Era una pelota anaranjada, sin brillo, un improbable balón de basket flotando un poco más arriba de la línea del horizonte. Los sonidos del bosque, a los cuales nos estábamos acostumbrando, habían cesado por completo. El silencio ya era notable, al acallarse por fin las explosiones. Ni siquiera el viento hacía estremecer las ramas más altas de los árboles centenarios que nos rodeaban. Tratamos de sintonizar el aparato de radio, pero lo único que captó fue estática. Después de conversar un rato, Diana y yo decidimos que lo más razonable sería regresarnos al hotel, en donde tal vez nos podríamos proteger mejor de lo que fuera que estuviese sucediendo. Recogimos a toda prisa el campamento, y nos pusimos en marcha. Como íbamos en bajada, y además con la preocupación encima, lo que nos había tomado seis horas a la ida lo hicimos en cuatro. En el camino volvimos a ver animales muertos, pero no sólo pájaros: también un par de comadrejas, una familia de ardillas y un zorro. Todos ellos estaban en posiciones innaturales, como si la muerte los hubiese sorprendido mientras estaban haciendo algo. También pasó una cosa preocupante para nuestros propósitos: el GPS dejó de funcionar; parecía que hubiese perdido la comunicación con el satélite o lo que fuese que usaba para mantenernos ubicados. Por suerte ocurrió cuando ya estábamos cerca del hotel, y teníamos visual hacia él; de lo contrario, nos hubiésemos perdido en el bosque. Todavía faltaba otra sorpresa en este día: el hotel está vacío. Es decir, vacío de gente. No hay nadie: ni personal, ni huéspedes. Por lo que se nota, pareciera que hubiesen salido a la carrera. Hay una especie de desorden, pero no de destrozo, no sé si me explico. Es como si hubiese pasado algo repentino, que forzó a la gente a partir presurosa del lugar; tanto así que nadie se ocupó de echar llave a las puertas. También desaparecieron todos los vehículos. Buscando respuestas sobre lo que está pasando, tratamos de encender el televisor de nuestro cuarto, pero no hay energía eléctrica; el radio a pilas sigue sin captar estaciones, ni AM ni FM. Y de internet y telefonía, ni hablar. Estamos aislados del mundo, sin saber qué está sucediendo. Nos estamos arreglando de la mejor manera para pasar la noche; tenemos la lámpara a gas para iluminarnos, y en la cocina hay provisiones para varios días, por lo que pudimos ver. No es que pensemos quedarnos mucho más tiempo aquí, claro. Mañana, con la primera luz del día, bajaremos por la misma carretera que nos trajo hasta acá.
Día 5
Otra noche similar a la anterior. Lo que sea que está pasando, ahora tiene mayor intensidad; las explosiones se sintieron muy cerca, y el cielo no paró de iluminarse por segundos cada tanto. El sonido de los jets estuvo acompañando las demás manifestaciones. Tal como lo habíamos planeado, recogimos las cosas más necesarias y emprendimos el camino de regreso, pero al llegar al primer puente tuvimos que devolvernos. Está destruido, y el rio tiene un caudal tan considerable que no nos pareció prudente intentar cruzarlo. Así que, tras deliberar un rato, decidimos regresar al hotel y elaborar con calma una estrategia más adecuada para intentar salir de aquí. A Diana la siento algo irascible, pero la entiendo por completo. Ella estaba reacia a acompañarme en estas desastrosas vacaciones, y nuestra relación no se encuentra en su punto más feliz. Pero yo pensé que era un buen momento para tratar de salvarla, así que, tras mucho insistir, logré persuadirla. Ahora me arrepiento, pero ya no hay nada que se pueda hacer, salvo regresarla indemne a su casa. Por lo pronto, nos encargamos de organizar un poco los víveres y los insumos que nos puedan servir de combustible durante el período (ojalá corto) que tengamos que pasar aquí. Al no haber electricidad, no hay refrigeración, así que toda la carne que está en los frigoríficos se va a ir descomponiendo, por lo que trataremos de consumirla en primera instancia. Por suerte hay una buena cantidad de enlatados, así que de hambre no vamos a morir, por lo menos durante algún tiempo.
Dia 15
No estoy seguro de estar llevando bien la cuenta, pues los días se parecen todos entre sí. Después de habernos convencido de que nos es imposible salir de aquí por nuestros propios medios, no nos quedó otra posibilidad sino la de esperar por algún tipo de ayuda exterior. Digo, en cierto momento alguien se acordará de nosotros, nos echarán de menos, y vendrá un equipo de rescate a buscarnos. Eso es lo que le digo sin cesar a Diana, pero en el fondo ni yo me lo creo mucho. Aunque ya las incursiones nocturnas de los jets, y las explosiones, han cesado desde unos 3 o 4 días, el silencio que siguió no me parece vaticinar nada bueno. Es algo innatural, espectral. Como si se hubiese apagado la vida allá afuera. Diana no me dice mucho, pero estoy seguro de que me echa la culpa de lo que nos está pasando. Ya me comienza a preocupar el asunto de las provisiones; tal y como lo había previsto, la carne comenzó a descomponerse, así que salamos cierta cantidad, lo más comestible que conseguimos, y quemamos el resto en una gran hoguera que encendimos en los jardines del hotel, para evitar el olor a muerte que en cualquier momento comenzaría a aflorar. Para entretenernos, mientras tanto, entramos a todas las habitaciones del hotel, buscando cosas que nos permitan subsistir. Es curiosa la cantidad de secretos ocultos en las pertenencias que dejaron los huéspedes del hotel: señales de manías, de infidelidades, de perversiones (en particular, hallamos toda una colección de juguetes sexuales y otros objetos sadomasoquistas en la habitación 237). Por otro lado, el bar nos ha dado un desahogo tal vez no tan saludable: está muy bien surtido, y no hemos tenido pudor alguno en acompañar nuestras cenas con vinos exquisitos, que no hubiésemos podido costear en otras circunstancias. También hallé, en la habitación del concierge, una pistola y un par de cargadores llenos, pero no se lo he contado todavía a Diana; ella está en contra de las armas, y puede ponerse nerviosa.
¿Día 27?
Hoy apareció un perro negro. El único ser viviente que había visto desde que comenzó esta situación. Andaba deambulando, desorientado y con apariencia de famélico. Me lo llevé lejos del hotel, y le di un tiro de gracia. No teníamos cómo alimentarlo, en realidad. La comida que nos queda nos dará si acaso para una semana más, si la estiramos. Espero que Diana no haya escuchado el balazo. Ya su rencor es más que evidente. Me evita a todo momento, se recluye en alguna de las habitaciones a leer uno de los libros que conseguimos en nuestras búsquedas por las instalaciones del hotel, y no la veo sino al momento de ingerir la única comida que hacemos al día, justo cuando comienza a acabarse la luz natural. Cada uno duerme en donde le plazca, pero nunca juntos. Casi no hablamos, y cuando lo hacemos es para decir lo necesario. Mientras tanto, las condiciones meteorológicas parecen indicar que pronto comenzará la estación fría. Eso me aterra, porque hemos ido utilizando todo el kerosene que encontramos para cocinar y para iluminarnos, y deberemos considerar la utilización de los muebles como materia combustible.
Otro día.
Hambre. Tengo mucha hambre. Queda apenas un paquete de galletas, y un par de latas de vegetales. Ya esto se nos salió de las manos. Hace un par de días, por fin, explotamos los dos. Diana me dijo cosas terribles, que no dejan de ser ciertas, pero de una manera demasiado hiriente. Y yo no me quedé atrás. De las palabras fuimos escalando a los hechos, y casi nos vamos a las manos. No la he vuelto a ver desde ese momento; no sé en donde se habrá metido. Sé que está en el hotel, porque a raíz de la pelea dividí las provisiones que quedan, y veo que su parte va disminuyendo. A menos que haya otro ser que la tome. Tal vez sea efecto de la soledad y la reclusión, pero a veces me parece que hay otras presencias en este lugar. Aunque tal vez sea algún roedor que esté escondido y salga de noche a merodear. O, quizás, esté perdiendo poco a poco la cordura. De pronto, a estas alturas el terapeuta ya debería haberme recetado algún medicamento. Es algo que habíamos discutido, pero me pareció demasiado prematuro y drástico. Claro que no contaba con esto, con que se irían a interrumpir las sesiones durante tanto tiempo. El clima tampoco ayuda. Las ventiscas impiden salir al exterior, y ya todo comienza a cubrirse de escarcha. Deben estar por llegar las primeras heladas.
Otro día más.
Por fin el hambre nos hermanó. Ya Diana y yo estamos compenetrados, somos el mismo ser. Tarde, demasiado tarde. Ya no nos queda sino aguardar la muerte, que llegará por hambre o por frío. No sé cuál de las maneras pueda ser peor. Tal vez, la pistola sea la respuesta.
* * *
Extracto de las notas tomadas por Jaques Torrancier, jefe del equipo de rescate que actuó en el caso del Grand Hotel Leuchtenden:
“…una vez dentro del hotel, nos dirigimos hacia su hall, en donde nos encontramos con una escena espeluznante: dos cadáveres, correspondientes aparentemente a un hombre y a una mujer, sentados cada uno en una mecedora. Ambos con un tiro: la mujer, en la frente; el hombre, en la sien derecha. El cuerpo de la mujer estaba amarrado con mucha fuerza del asiento. A cada cadáver le faltaba una pierna, amputada a la altura de la rodilla. Se le había practicado a cada una de las piernas mutiladas un torniquete rudimentario, tal vez con la intención de prevenir un desangre rápido. También encontramos el pelaje y la osamenta de un animal pequeño, tal vez un perro, que parecía haber sido desollado y desmembrado con cuidado”.