Un puro le duraba 36 minutos exactos, ni uno más ni uno menos. Su ejecución tendría lugar en media hora. “’¡Ni eso!”, pensó.
Fue fraguando furiosamente fuertes fenómenos feroces. Finalmente falleció fulgurado. Fueron fieles feligreses funámbulos.
MIJ. Resolución mediante la cual se le prohíbe terminantemente a la ciudadana A. C. aparecérsele en sueños al demandante F.R.
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, se le ocurriría que ese era un pésimo momento para empezar un diario.
Caracas, 12 de noviembre de 2087. Querido diario: la nueva ampliación de Twitter, a 1.75 mega caracteres, me parece excesiva.
Los dueños de la última librería que permanecía abierta en el país esperaban la llegada de los bomberos en cualquier momento.
Al llegar a su casa dejó el sombrero bombín encima del perchero, y sintió la insoportable levedad de ser un cliché literario.
Por fin se decidió. Fue al Sindicato de Personajes Literarios para solicitar cambio de novela. Ya no soportaba vivir en 1984.
“¡Buenos días! ¿Qué está buscando?” “Historia contemporánea de Venezuela, por favor.” “Vaya al pasillo 3, sección Distopías”.
Le ocurrió durante la firma de libros. La muchacha se le acercó, tímida, y le tendió la mano. “Firme aquí, soy su personaje”.
Al casarse con esa fiera afeitada, cinco años atrás, nunca pensó que el guion de su matrimonio lo escribiría Chuck Palahniuk.
Los pasillos alfombrados de ese hotel eran un auténtico laberinto; sólo el resplandor que brillaba a lo lejos ofrecía escape.
Inventar maneras de suicidio tan rebuscadas para acabar ahorcándose con una cuerda vulgar fue en realidad una broma infinita.
Entonces vino la muerte y no pudo evitar el impulso de constatar de quién eran sus ojos. Se llevaría el misterio a la tumba.
Su línea vital era sumamente accidentada, y estaba consciente de ello. Lástima que se aplanara justo cuando comenzaba a agarrarle gusto a eso que llaman vivir.
Entró al local por pura curiosidad y por no tener nada mejor que hacer; el anuncio de neón la llevó a un lugar feliz, en su memoria, y quiso repetir la experiencia. Se arrepentiría luego, pero ¿quién es adivino? Los recuerdos pueden ser traicioneros.
Estaba escribiendo a mitad de la noche, con las luces apagadas, salvo una lamparita de mesa que apenas alumbraba las teclas. De pronto, vi en la pantalla otro rostro. Una niña. Volteé hacia ella, y me preguntó: “¿Señor, usted es un fantasma?”. No supe qué contestar.
El barco, estropeado, con las velas en jirones y el casco podrido, se acerca al último puerto. Sabe que no volverá a navegar, y que pronto dejarán de hablar de él, de sus proezas, de su gallardía. Pero en realidad no le importa. Sólo quiere descansar, por fin.
Cuando Gregorio Samsa despertó aquella mañana, luego de un sueño agitado, se encontró en su cama convertido en un policía nacional bolivariano.
Recibió un mensaje electrónico. Era de su hijo muerto hacía 10 años. Decía: “Desde donde estoy te recuerdo siempre, gracias a ti llegué aquí”. Y terminaba con su apodo secreto. “Ingrato”, pensó. “Se acuerda de mí solamente en mi cumpleaños o en el día de la madre”.
Se acicaló con esmero y fue a la orilla del lago, a esperar por su amante. Cerca del anochecer, al morir el sol, él emergió de las oscuras aguas; la tomó del brazo con uno de sus 16 tentáculos, y se fueron caminando, dejando un rastro baboso sobre la gravilla.
“En la escuela de detectives nunca me hablaron de esta posibilidad”, masculló el agente cuando le asignaron el caso del mayordomo asesinado.
Era uno contra veintiuno. Demasiada desventaja. Su última meta quedó sin conquistar, y el llanto alimentó el césped que rodeaba su feudo, defendido con todo el honor que le cabía en el cuerpo. En el futuro se cantarían loas a su nombre, pero eso no era consuelo.
“¡Mi reino por ser ese caballo!”, exclamó el monarca al ver a Lady Godiva paseando al natural sobre un jamelgo, por las calles del burgo.
Había llegado el momento de los arrepentimientos. El beso que no se atrevió a dar, el libro que nunca tuvo tiempo de leer, la disculpa que no ofreció. Tuvo la certeza de que ninguna de esas cosas sería posible, 2 milisegundos antes de que el disparo lo atravesara.
Me releí toda la obra de Kafka, tratando de encontrar al borracho que dobló por el callejón.
Esos eran los días. Días de no ver la luz del sol, de escuchar hasta la náusea el mismo álbum de Los Doors, de tomar todo lo tomable del gabinete de los remedios, de sorber sacarina en polvo por la nariz.
Vendo por cambio de ramo réplica de espada de dictador suramericano del siglo XIX. En excelente estado, usada una sola vez para probar su filo en la nuca de un indigente. Trato rápido con el propio dueño. Preguntar por Robert M.
Ese viejo sí tenía cosas, vale. Todavía recuerdo cuando, al casarme, me dijo que en poco tiempo sabría por qué a los dispositivos esos para sujetarle las muñecas a los hampones se les llama esposas. Entonces me reí.
El escritor de culebrones, falto de inspiración, fue a buscarla en salones de masaje que prometían finales felices.
El mocho frecuentaba los bares, pero siempre salía sobrio. Nunca coincidió con otro mocho.
Estaba borracho, y despechado. ¿Qué se hace en esas condiciones? Pues dar una serenata, claro. Así que contraté a unos mariachis cucuteños y, bajo su ventana, canté 3, 4 rancheras. A la quinta, el balde de agua me hizo recordar que ella había emigrado hace un año.
Hay cosas que nadie le dice a uno, que se supone deben saberse por ley. Pero sucede que no, que eso que debería ser conocimiento general yo no lo tenía sabido. Y esa ignorancia me trajo los graves problemas que ahora arrastro, en esta ciudad desconocida.
Veía a las gemelas con frecuencia, en el metro. Siempre juntas, vestidas, peinadas y maquilladas igual. De tanto verlas se estaba enamorando, pero no sabía de cual. Un día vio a una sola y no sintió nada. Eso lo hizo salir de su duda: se había enamorado de la otra.
Tomaba el metro todos los días a horas pico, desde Palo Verde hasta Caricuao. No tenía nada que hacer allá, pero la inmensa soledad en la que vivía era suficiente acicate para darse ese baño de multitudes cotidiano.
La belleza de esa actriz iba emparejada con su altanería y superficialidad. El periodista de guardia odió que le encargaran esa entrevista. Su venganza fue tan brillante como baja: elaboró el cuestionario al cobijo de Boccaccio, El Marqués de Sade y Bukoswski.
Tras la larga jornada en la que el derroche y la desmesura fueron la norma, el despertar fue una resaca despiadada para la que no le tuvo a disposición ni siquiera una miserable aspirina. No sabía que también los países podían enratonarse.
11:59 AM ¡Cuánta soledad en este bar! 12:01 PM. Bueno, señores, ya va. No los puedo atender a los 80 a la vez; esperen su turno.
Puso a enjuagar su ojo de vidrio en un vaso con agua, e inadvertidamente luego se la tomó. Esa noche soñó con todas las imágenes que esa prótesis había recogido durante el día.
Antes de dormir se desarmaba todas las prótesis y las dejaba al pie de la cama. Y siempre reflexionaba sobre su inoportuna decisión de alistarse como voluntario para aquella guerra que se prometía breve, al ver más de la mitad de su cuerpo regada por el piso.
Ante el colapso del sistema económico, los habitantes de aquel país resolvieron volver a los orígenes, y adoptaron el trueque. Quienes se vieron más perjudicados fueron los poetas; nadie estaba interesado en intercambiar un racimo de cambures por un soneto.