¡Yo no te merezco, Pabón, joder que no! Steve Curry, el sujeto que se tomó el cuidado de asesinar cinco rubias muy parecidas a su esposa para encubrir su homicidio en el frenesí de un asesino en serie, sí se merecía a su detective captor de Los Ángeles. Un hombre de una meticulosidad tal, de una mística como esa, se merecía un policía así. Sabrá Dios qué conexión lívida notó, cual vínculo trémulo le llamó la atención o dónde logró encontrar un testigo propicio, y disolvió un plan perfecto, una obra de arte. Estuvo a la altura de Curry. Pero, ¡¿qué mierda hice yo para merecerte, Pabón?!
Pabón, en realidad lo que tenías que resolver era un solo homicidio. Si resuelves uno los solucionas todos, porque matamos siempre al mismo sujeto. Se trata de una serie de tipos universales e intercambiables: sucedáneos útiles para atenuar la nostalgia por el primer grito o calmar la ansiedad, que también es la misma de siempre. Son instrumentos para causar un placer vacío, insatisfactorio siempre; poco importa si es uno u otro el que uses. Son cigarrillos de una cajetilla. En realidad, para mí, por ejemplo, todos son Izaguirre y Echenaguzia, Pabón. Los muchachos que me persiguieron después de la fiesta de graduación. Una gordita sola en un carro ¿que mejor para joder un rato?, ¿qué mejor para asustarla, o violarla, o joderle el carro y reír? La chocamos un poquito por detrás, y seguro se asusta y se estrella, es mujer. Pero las mujeres manejamos, Pabón, y manejamos bien. Fue una maniobra facilita, un golpecito en la parte de atrás y cayeron del viaducto. El grito fue un dimuendo lentísimo que se cerró con el estruendo de los metales: Stravinsky, puro y delicioso, Pabón. Me dejó un hueco en el alma porque fue un placer tan intenso como breve. Una no se resigna a asumir que ese instante jamás volverá. Esperé un par de años, pero no pude contenerme.
No sé si quizá seas un genio, Pabón, uno de los míos. De repente hasta eres una especie de teniente Columbo carupanero y no el maldito imbécil que pienso. Me jodiste, Pabón. Tu inabarcable estupidez me jodió (quiero pensar que fue eso, que fue tu tara y la de toda la institución policial que te permite actuar libremente, y que no he sido un juguete en tus manos). Me jodiste porque si algo quería (dirigir esta carta a un policía medianamente capaz me ahorraría estas líneas) era darle permanencia y colectividad al momento de miedo que vivieron justo al cruzar la defensa del viaducto, al “¡carajo, me va a matar una mujer!”. Quería que todos, al menos por estos lares, vivieran inquietos por esa posibilidad. Y no que los iba a matar con venenitos, ni a través de recorridos voluptuosos de viuda negra, sino con una G26 volándoles la cabeza.
Traté de presentar una partida digna, cuidadosa de los detalles: al principio cambié de arma, limpié escrupulosamente cada escena del crimen, me aseguré de no ser vista. Esperé con paciencia. ¡Cuatro víctimas y nada! ¡Todos hombres, más o menos misma edad, de alguna forma bravucones, machotes, Pabón! ¿Y cuales eran las declaraciones de tu policía? “Suponemos una venganza porque nada fue robado”; “El ingeniero mantenía una relación amorosa con un joven, es algo que estamos investigando”; “Todo parece indicar que la víctima sorprendió al ladrón y este le disparó”. No me dejaron otra opción sino bajar mis expectativas y dejar la primera carta, en código, claro. Por fin asomaron la hipótesis de un asesino en serie, pero coño, te asignaron al caso, Pabón.
¡Es que no pegabas una! Comencé a usar la misma arma, mis cartas abandonaron toda codificación. ¡Carajo, Pabón, si hasta llegaron a parecer cartas de amor! Pero no, ¡a ti se te metió entre ceja y ceja que el asesino tenía que ser un hombre!
Cuando te obligué a declarar a la prensa por la carta que tuve que enviar al periódico, dijiste que buscabas a alguien “de buena presencia, seguramente de formación académica, un hombre que ha tenido entrenamiento con armas”. El conde de Montecristo, pues. Hasta te dejé un cabello, y dijiste que el tipo había recibido una amante antes de la llegada del asesino; porque a tu juicio, G26, tiro en la cabeza y tiradora no son variables capaces de coincidir. ¡El coño de tu madre, Pabón!
Aquí te dejo todo, Pabón: Esta carta, la G26, las fotos que tomé a mis víctimas y mi cadáver.
Maldito seas, Pabón.
—Sorprende mucho que el asesino ha cambiado el patrón. Esta vez, la víctima es una mujer. Por varias cosas que dejó en la escena del crimen y que no puedo comentar para no comprometer la investigación, pensamos que está desesperado y trata de confundirnos porque estamos cada vez más cerca. No voy a contestar más preguntas, señores periodistas. Con permiso.
—Gracias, comisario. Estas fueron las declaraciones del comisario Wilmer Pabón. Les habló Renzo Castillo…El noticiero vespertino.