(Este cuento fue publicado en el 2006 por
Monte Ávila Editores en su Colección Continentes)
Para Enrique León, In memorian
Ensayo a la italiana
Había amado a la ciudad con una veneración monacal, por eso procuraba instaurar el gesto cívico, el don ciudadano en cada una de sus realizaciones, pero siempre se encontraba al final con la apelmazada hostilidad de los suyos. Un actor que esbozó la sonrisa y el aliento infinito de los suyos en Edipo Rey, restituía sus memorias entre el Paseo Ciencias y el Palacio de Gobierno. La distancia que sufragaba el tiempo dicho en un escenario, le permitía asegurar ahora, que sus puestas en escena diluían un gentilicio que a golpes de improperios mantenía secuestrada a la ciudad. Otro aseguraba, que lo que realmente definía sus obras era la realización fonética del español –maravilla del idioma- Nadie podía asegurar ahora cómo fue que se cayó aquel teatro, aunque claro; todos estaban de acuerdo en que había que hacer algo –éstos eran los más-, los metteurs en scéne que tenían maravillas en la cabeza, estudiadas calibraciones de la luz en el espacio, movimientos de escena en un corredor vial. Poseían una fecunda mente y un gremio bien fortalecido, pero nunca montaron nada, desde el nacimiento de la tragedia hasta el melodrama italiano de Metastasio.
¡Qué fácil se diluye la belleza entre los labios! El sacrificio estaba servido, el círculo se cerraba alrededor del Thymele, todos querían una espina de la enhiesta corona que te anudaba, a la proyección de personajes invocados por un coro de Erinias vengativas. El frío helado de pretéritas traiciones se sumaba a la coda final de tu gran obra.
[Según la narración de la Suda, en la septuagésima Olimpiada (500-496 a. de C) se resolvió construir un teatro, que debió ser el teatro de Dionisos: el teatro que ofreció su modelo al mundo]
Aquel 8 de julio de 1977 se restituyó un gesto perdido en el Odeón, tal vez esbozado por Antonio García. En el patio central de La Casa de Morales, las máscaras revistieron la invertebrada ciudad y reanudaron aquellas veladas –tradición de una polis enmarcada en el gesto y la palabra- ¡Qué lejos están ahora los amigos! Sus voces, antaño mecanismos de ficción, mantienen ahora una sintaxis de verfremdungseffekt. Lo que existió en el gesto, es ahora un programa de mano olvidado en una caja polvorienta. Hay un asunto brechtiano que ha tomado por asalto a esta ciudad, todo el mundo se encuentra distante y ya nadie se acuerda de nada. Un enigma recorre las calles y avenidas. ¡Serás tú el Edipo que redima con su sangre el misterio de la esfinge! El esplendor de aquel Traje de Etiqueta, ya nadie lo recuerda ahora, quedó cubierto por memoriosas bolitas de naftalina, y sus voces, voces que un día fueron, rondan como fantasmas en el patio de butacas de algún ilustre teatro.
Te mantuviste aquí a pesar del desamor ¿Esperando qué? Te lo pregunto, como quien pregunta por el objetivo de una escena, pero tú me contestas como siempre, hablándome en términos de acción, recordando a George II, duque de Saxe-Meiningen y pensando en la visión de conjunto. ¿Acaso no era posible? Desde luego que sí, como posible es la noche tejida de lluvia, como posible es un rey de Atenas en el ojo del trópico gracias a la magia teatral. (Pausa) Posible entonces, era el Grupo. Luego aquel asunto de doradas alemanas, que engullían a aquel joven estudiante y tú allí cual sátiro enamorado, escapado de aquel cielo de Calder, donde hiciste tus primeros gestos. Ellas se te ofrecían solícitas, cual valkirias irredentas.
[Cuando el actor inicia su creación (máscara desordenada, ignorante también ella) acude a creer, a percibir a conocer, a encontrar la seguridad y olvido de una entrega mutua]
Con tu cuatro declamabas la biografía del relámpago, que ellas disfrutaban, tiernamente enamoradas, y aquellas coplas llaneras, capaces de abrir la gruta de Circe, en una Leipzig gozosa de tanto equinoccio.
Creación Colectiva I
Todos participan diariamente de este happening del improperio, todos engatillan la palabra en sus lenguas de pólvora y veneno. Dicción del desastre que aniquila diariamente el esplendor que alguna vez destiló la avenida 3F, Nº 61-47
(Este diálogo debe expresar el brollo, la sorna, el chisme. El disfrute por aquello que se derrumba. Es necesario que los comediantes hablen en tono nasal y desde la variedad local)
Adelfa: Mirá chica, como esa gente dejó perder eso. ¡Ay Dios, a mí me da una lástima!
Yubirí: No es nada, que ayer se llevaron los aires.
Adelfa: (Frunce la boca como un culito de gallina) ¡Cómo va hacer criatura!
Yubirí: No es nada, la semana pasada se llevaron las pocetas.
Adelfa: ¡Las pocetas! ¡Mialma! (Pausa) Hay que hacer algo.
Yuribí: Si chica… es que no hay derecho.
[Desarrollar una «poética» inspirada en textos clásicos y contemporáneos, asumiendo las circunstancias específicas de la vida cotidiana. «Dramática» gusta de la gestualidad y de la dinámica interna del habitante de la ciudad en la cual trabaja]
(Hay un silencio inmenso que las envuelve en la cotidianidad de sus vidas. Llevan años en una especie de parálisis, parálisis de acción y pensamiento. Son personajes detenidos en el tiempo)
Consigue interlocutores el dolor, todo el mundo tiene algo que decir, áspero y amargo es el filo del puñal, que en su mordedura tísica aniquila el esplendor y prodiga la miseria en sus últimas monedas. ¡Insisto! Todo el mundo tiene algo que decir. Vocación apremiante la del odio, la del brollo carroñero que ambiciona lo que no se puede tener. Todos se funden en un abrazo de infamia, infamia diaria y callejera, que nos recuerda quienes somos; empleados públicos sin camisa en el patio de una casa. ¿Hubo una vez un teatro en el sector Las Mercedes? Se preguntan… Somos un bohío colectivo con nombre de ciudad. Maracayarmbo: mano de tigre, expoliando la belleza de las cosas.
Como pesa todo ahora, pesada es la mole que aprisiona la antigua sala Antonio García en 5 de julio. La primera sala de teatro independiente en Maracaibo (Avenida 5 de julio Nº 3C-73) pesadas son esas letras, pesados son esos números. ¿Quién podrá cargar con ellos? Allí quedaron sepultadas las manos de Matuta y de Homero, dando los últimos retoques al escenario, por ello se escucha en el sector el martilleo acompasado que clavó la desidia y el “no se puede” y el “que vais a estar haciendo tú teatro”.
En un coro nocturno salen las voces de Büchner, Shakespeare, Molière, Cabrujas, Chocrón, Sófocles, intentando explicar el fuego, el incendio de la lepra, que acaba con los ditirambos, las luces, las didascalias, los aplausos, las teorías de Craig y de Stanivslaski.
[La ficción tienta, roza, debe herir, otorga posibilidades de crear nuevas ficciones]
Y las fibras de la carne que reclaman otra historia que retenga el abrazo, la ráfaga de la seda anudada al esplendor, a un espectador posible, que viva de la esencia de estos ritos, fragmentos de eternidad.
El Sí Mágico
Gracias al poderoso «Sí» transformaste la ceniza en la pluralidad de la máscara, en el gesto que aniquila el dolor de no ser otro, dramatis personae que engullían en revés, el hechizo de la piel. Sí tú, mi otro, yo el mismo. Alquimista y maromero, transmutador de “veladas recreativas” y de “visitas guiadas” en una noche de Delfos. En las tierras de Dionisos, un pedazo de tu ciudad dialogó con lo eterno, con la sonrisa del drama. En la llanura escindida, todavía permanece el vuelo de 32 comediantes en las alas de Pancho el Pájaro, quien con su canto ofrecía una cifra de un afán de belleza, un escorzo a medio pelo en la cara del drama.
Te recuerdo ahora, revestido de comedias, de dramas, de tragedias en medio de la llaga solar, en un mundo disforme, que vive de públicas apariencias, aunado a un silencio sospechoso de tu obra y tus haberes. Por eso me dijiste al borde de la Ekkyklema, aun con la sangre tibia: “Tarde llegamos amigos, mejor no decir palabras. Que nada de esto es posible encontrarlo en la escritura” Un telón blanco de tela cruda se abre y la máscara aparece oscura. Lenta y excelente invade las ruinas en aliento bufón.
[En el otoño de 1658 la troupe de Molière se presentó ante la corte. El rey que era joven y distinguía mucho a la compañía, autorizó a Molière a quedarse en París y le concedió la sala del Petit-Bourbon]
Que fácil se saldan las cuentas con tan solo negar. ¿Hubo un teatro? Que fácil azota la boca al esplendor ¿Acaso hubo un teatro? Dismnesia colectiva y callejera que muerde la carne. Ráfagas diarias que castigan las migajas que somos. ¡Muchedumbre de polvo!
Creación Colectiva II
Ripio: ¡Vergación! Esos ladrones si son cultos.
Gazapo: ¿Cómo así?
Ripio: Bueno, se robaron las máscaras. (Pausa) ¡Hacéme el favor!
Gazapo: ¿La máscaras de los actores? ¿Pero qué van hacer con eso, mi niño?
Ripio: Bueno…pa que vos veáis.
Gazapo: Será que se van a disfrazar en el carnaval.
Ripio: Será
(Hay un silencio inmenso que las envuelve en la cotidianidad de sus vidas. Llevan años en una especie de parálisis, parálisis de acción y pensamiento. Son personajes detenidos en el tiempo)
Se adapta el comediante a la máscara, mas no la máscara al comediante, por eso llora Arlequín del brazo de Polichinela, cuando son arrancados a la insoluble nada.
[El 14 de diciembre de 1996 se inaugura en la ciudad de Maracaibo, un teatro que será la sede permanente de la Sociedad Dramática de Maracaibo. Su fundador es el maestro Enrique León]
¿Quién dirige esta sacre representación de la cáustica miseria? ¿Quién promueve estos oleajes de roca? ¿Con solo técnicas de respiración se puede soportar el drama? Se hincha el diafragma que contiene la parte baja del hombre. Lo visceral nos conforma y nos forma en lo que realmente somos, la sorna del trópico. La máscara que es el espejo, no te refleja ahora. La nostalgia que liquida las palabras dichas, las acciones en un acto, las acotaciones de la brisa.
A pesar de la insensible dermis que recorre la untuosa espalda del lago, el brillo produjo el milagro en el rey Ubú, esa plástica fecunda de extraordinaria belleza, desmesurada y naif, nos arrancó de la muerte. Luego Netzahualcóyolt brindó al pie del Texoco, cuando los vio llegar con aquel traje de lujo. Sin embargo, hoy la lágrima bebe del letárgico brebaje, fórmula para el olvido, que se empeña en borrar las bromas de Scapin en la sala Antonio García, las Farsas de Sachs en el barrio Bolívar. ¿Podrá el tribunal final borrar las eternas signaturas?
Hay unos hombres enhiestos que se paran en botines de trinchera y memoria, intentando abrir La Caja del Cachicamo, caja de luz y color, donde permanece la sintaxis, la semántica oclusiva de unos juegos de la infancia. Mas los parajes cambiaron, nadie los recuerda ahora. Se sacuden la piel y se aferran al vértigo, vértigo que espanta el gesto del comediante. ¡Vocación de la zarpa fatal que se hunde sin aviso! Entronizada genética que aniquila el gentilicio. Ensañamiento unánime. ¿Será acaso que esta ciudad ya no existe? ¿Quedará el gesto y la palabra en una maleza de voces? ¡Luz de Epidauros!
[No debe usted exagerar su preferencia por la verdad y su repugnancia por la mentira, porque ello tiende a hacerlo sobreactuar la verdad, en gracia de ella misma, y eso en sí, es la peor de las mentiras. Kostantin Stanislavski.]
Hacia una Estética del Saqueo
Día 03
Un boquete es abierto en el techo del teatro y rueda sinuosa una cuerda, viperino deus ex machina que salva un acto enredado subiendo una golosa White-Westinghouse, aún con remolachas frescas, una botella de vino y una jarra de vidrio que se rompe contra el piso.
-Sí, que vaina ¿no?
Día 09
En un theologheion móvil aparecen nuevos dioses, dominados por la furia, destrozan algunos cuadros, lloran los pinceles de Barboza, Cepeda y Peña. Unos marcos en posición de tres cuartos harían las delicias de De Quincey. ¡Qué disposición escénica! ¡Qué manejo de la luz y qué efecto colorido ese, de la ventana caída!
-Sí, que vaina ¿no?
Día 27
Dicen que vieron salir dos puertas en pas de deux y un microondas en do de pecho. Después vino un gran párados, compuesto por unas sillas, unos practicables y unas fotos de montajes, algunos recibos y unos cuantos ejemplares del fondo editorial Pancho el Pájaro.
-Sí, que vaina ¿no?
[Un 22 de junio de 1897 se sentaron a conversar Nemirovich-Danchenko y Konstantin Stanislavski. Esta conversación duró 18 horas y de allí surgió el Teatro de Arte de Moscú en 1898]
Monólogo Interior
Lo vi hace algún tiempo rompiendo la ceniza, la sonrisa oscura del desconsuelo, sin embargo, radiante de la luz que atraviesa el mediodía. Llevaba un interlocutor, no lo recuerdo bien, una máscara entre Sófocles y Joyce. Algo le pregunté y recuerdo que me dijo: “Digamos que una canción puede ser escuchada varias veces. Digamos que esa misma canción puede ser dejada de escuchar muchas veces”
Pude entonces sentir una ráfaga de voces que lo acompañaban, no iba solo, llevaba vertiginosas posesiones: la clámide de Ulises, el final de la Orestíada, la última mirada de Meyerhold. Le pregunté: ¿Cómo estás? Joyce se bajó los lentes y me dijo:
-Está enfermo de ciudad.
Lo miré extrañado y me dijo:
-Sí, la ciudad puede ser a veces una enfermedad, créeme está enfermo de ciudad.
Justo por esta ciudad que tanto amó llevaba una herida mortal, la herida que supura el gentilicio, la llaga diaria que enajena, que nos quita la caricia, la pluralidad de la máscara. ¿Qué quedó de aquel afán de belleza? ¿Nada! El acoso y el brollo disforme que enajena ¡Nada! La conformidad de los suyos ¡Nada! Gente diaria y callejera que vive de públicas procesiones. Sin embargo, se sonrieron y me dijeron los tres:
-No podrán borrar jamás las eternas signaturas.
Luego desaparecieron en el dorado atardecer, ese que baña en las tardes el esplendor infinito de la avenida 3F, Nº 61-47 (Sector Las Mercedes)