ENDECHAS PARA EL HOMBRE INVISIBLE

A Hesnor Rivera

In memorian

Saber que la YOD es uno de los elementos capitales de la evolución fonética del español, es algo que se lo debo a mi agenda electrónica Casio CSF- 4970ª, pero recordarte a través de este accidente semi-vocálico de la serie palatal, es algo que no estaba en mis planes, tal vez en los tuyos, que nunca creíste en tiempos, igual era para ti el pasado o el futuro, pues con tan sólo conjugarlos, los exorcizabas de su naturaleza y ahora que no estás resulta que eres presente a través de un parpadeo luminoso de litio.

Av. Universidad

sector la estrella

9B  62-157

Allí estaba tu domicilio impreso como advocación de futuro, gracias a una falla de batería, con la cual no contaba y que he de reponer prontamente si quiero aprobar Español Diacrónico. Eras surrealista hasta en el vestir. La gente nunca entendió tanto flux, tanto cuello blanco almidonado y tantas corbatas que restañaban la lágrima en bordes anchos. Luego tu expresión en las pupilas cuando hablabas de las Jarchas y la exagerada vida de Cervantes, que de tanto equívoco ya se parecía a la tuya, sobre todo aquel asunto parisino, donde enamoraste a aquella jovencita, con tan sólo declinar palabras y cantando boleros que se oxidaban en tu pecho. Porque ante tanta lagaña de pupitre fuiste un caballero de ristre empalmando amores y desuñando soledades. Así, con un verbo que era capaz de construir castillos donde nadie los veía y una sonrisa que era memoria de todas tus hambres pasadas, salíamos de la B-104 con el código 009 mordiendo nuestras espaldas, hacia los reinos de Alfonso el Sabio, intuíamos que seríamos recibidos y porque no, seguros estábamos que nos concedería una entrevista, por eso, viajábamos con portátiles reproductores de cassette, donde memoriosas pilas alcalinas tendían cables inalámbricos hasta lo más hondo del corazón. Así éramos, caducos de la vida y jóvenes de poesía. Nos sobraba la caricia para creer en todo y el buen humor para soportar el dogmatismo profesoral en una escuela que se agotaba a sí misma, en enormes bostezos que engullía la piel cují de las muchachas más lindas.

Pero entonces sucedía, que no siempre el tiempo siempre se aparecía cuando más lo necesitábamos, cuando por sobre los pegajosos pasillos del bloque B, caminaba la corteza de las muchachas más íntimas, o la mirada enlozada de la fetidez más extrema de los baños grafiteados. Esa mirada nauseabunda era la muerte; ella en su irónica mudez nos secuestraba el deseo y nos mordía la ingle. Por eso te hartabas de perfume, traídos de los confines de las ciudades nativas,  fragancias nunca imaginadas, que le crispaban el rostro al enemigo común. Nadie te buscaba, tú aparecías por los pasillos de la facultad, oculto en la ola salobre de algún tímido naufragio. Las muchachas nos miraban con las constancias firmadas y la sonrisa en los labios. Nosotros los menos tímidos, te preguntábamos por la marca del perfume. 

—Alfinger N°5 pelambre de animal brumoso —decías.

Y en aquella pluralidad de la lengua, que eran las chirrincheras llegábamos hasta Maicao, inquiriendo por Alfinger N°5. La respuesta era unánime en todos los establecimientos.

—Debe ser nuevo, noallegao —nos decían.

Pero tú sabías que sí había llegado, que esa fragancia estaba aquí, a un antes que los españoles, envuelta en la vaina de alguna alubia del trópico o en el aparato pineal del caimán del Orinoco. Así nos lo hiciste saber en sonetos alumbrados con lámparas de kerosén. Había que creer en ello, era necesario despojarse de la piel de sueldos y salarios y creer en aquella mano que rayaba las hojas de los árboles, pero siempre sucedía que se atravesaba una oclusiva bilabial sonora y destruía la certeza del poema.

Luego aquel asunto suramericano, la estatua de Bello y las navajas chilenas, dos años exilado de carritos de cepillaos, dos años desayunando la líquida mirada de las chilenas en flor. Llegaste en el 52 hecho todo un experto en el yeísmo que aprendiste de los labios de las chilenas más lindas y el verso de Neruda a tu costado. Con seis cuerdas y un bolero vaciasteis el hambre en tu pensión. Y de pronto Apocalipsis, en el medio de la nada, con el lago de telón y una casa en el Milagro colofón. Mi país rumia en secreto el agua de los desastres, ¡Qué país este el que tenemos, con el hambre sudorosa en cada esquina! y este sol que no cesa en su afán de decolorar los lomos de los libros apiñados en los bordes de las ventanas. 

Te mantuviste aquí, al borde del gemido, acompañando con tu respiración entrecortada de animal herido, a la ciudad que te vio nacer desde el barrio el Poniente, donde mitigabas el hambre con una galleta Maria y un crepúsculo imposible que te atabas al estómago, aquí donde el desamor de sus hijos nada ha podido hacer, por los huesos calcinados del edificio las Laras, ni por el edificio el León en 5 de Julio, desnudo del todo y alumbrado de vergüenza y sudor callejero, donde mil guajiros pasan gritando ¡Todo a mil!, ¡Todo a mil!. Cerrabas los ojos y mordías el retrovisor para no ver los restos de ese plesiosauro en que se había convertido el Aula Magna, y de todos y cada uno de los absolutos terrenos baldíos que pululaban como carcinomas en la ulcerada piel de la ciudad. Pero tú corregías la falta y te vestías para la dama, con lo que tenías en abundancia; el lujo de tu sonrisa, la precisión geométrica de tus yuntas y una ropa planchada que no se arrugaba nunca. La ciudad toda se sonreía y te miraba gustosa.

Mi agenda comienza a parpadear nuevamente y baja la información requerida: La 4° YOD  CT>CH, nocte> noche. No sé porque te mantengo en la agenda a pesar de que ya no estés con nosotros, algunos ven en esto una especie de necrofilia, ya que te mezclo con los vivos. Quizá nunca te fuiste y estés viajando por algún país europeo. No he querido borrar tu teléfono, pues presiento que algún día podrías contestar cuando te llame.

Aquí todo está igual, el chino Wong sigue sin hablar, antes bien hemos aprendido a comunicarnos con sus gestos, hizo una magnífica exposición sobre la vocal postónica con tan sólo mover el arco superciliar derecho y todo el mundo le entendió. Se sonríe, inclina pareceres y nos entrega todo un continente con tan sólo un gesto. Santos sigue igual, no es capaz de producir una cadena hablada, su conversación es un golpe de sonido que retumba en el Bloque B, diríamos una especie de Clicks, por ello es que habla poco y siempre en forma vibrante. Hace unos días me preguntó:

—¿Se qeu ed al diva ed rohsen?

Le dije, mañana te contesto, como siempre hago con él. Es por ello que nos comunicamos siempre con un día de por medio. Pensé que me preguntaría cualquier cosa de las clases, pero cuando armé el rompecabezas verbal y puse en orden lo que me había preguntado, no deje de sorprenderme.

—¿Qué será de la vida de Hesnor?

Me sorprendió mucho, porque me lo preguntaba como si estuvieras vivo, así que a su incapacidad para producir cadenas habladas se unía la de los tiempos. Lo malo de este tipo de comunicación con Santos, es que siempre el pobre está retrasado con respecto al ritmo vertiginoso de los días.

Aquí la verdad sea dicha, desde que te fuiste las cosas no andan muy bien, así  encontré la otra vez a Yusbeiby González en un rincón de la B-104 probando una insólita teoría. Las palabras que se dicen, no desaparecen, se mantienen resonando en algún lugar del espacio. Según esta teoría en algún lugar del río Arauca hay una orden de Bolívar resonando infinitamente desde el 27 de marzo de 1817 en el preludio de Las Queseras del Medio. Así estaba ella, buscando la clase de octubre de 1999 cuando le dijiste: 

Traspondremos los soles apagados

de nuestros sueños y nuestros desvíos

llenos con tus fantasmas y los míos

locos y sin piedad enamorados

Allí estaba, colocándose en distintos ángulos del salón de clases, para dar con ese momento preciso en el tiempo y en el espacio, en que aparecería tu voz de tenor para obsequiarle un reino. Ella enflaqueció contigo, perdió el cabello contigo, sufrió la soledad de tus últimos días. Ahora te recuerdo en el Cada del Costa Verde, con una figura que de tan enjuta, ya no producía sombra y con ese olor de la muerte que fue llevándose poco a poco el brillo de tus ojos, abandonado en la isla de Lemnos, me dijiste.

—La gente le rehuye a los enfermos.

Qué hedor insoportable, hizo posible que el precámbrico cubriera el teléfono de tu casa. Los amigos te llamaban ciertamente, pero sus voces se oían en otro mundo, como Filoctetes tendías el arco para ver si con la vibración de sus cuerdas acudían los amigos, pero ya nadie se acuerda de nada. 

Hace poco me encontré con Santos y le contesté a su pregunta de hace unos días, al tiempo le encendí la agenda.

Av. Universidad 

Sector La Estrella

9B 62-157

No dijo nada, se sonrió como nunca lo había hecho y con esos dientes blanquísimos inundó la penumbra de la escuela que se desperezaba, como los perros que cuidan el estacionamiento. Así sonrió Santos, al igual que mi hijo, cuando le permito jugar con mi agenda electrónica y se le aparece el hombre invisible.

Los contemplo 

pero no pueden verme

 porque la tristeza

me volvió otra vez invisible

Tal vez por eso no te he borrado aún, para ver si de tanto verte no te vuelves invisible. 

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