Me habían dicho aquello de que un minuto antes de morir podías ver tu vida pasar completa frente a los ojos. Y aquí suspendido en el cielo nocturno del centro de la capital solo veo el trozo, pequeñísimo en comparación a mi vida, desde que empecé a planear lo que me trajo a este momento. El trineo, espectacular, se ladea muy muy lentamente. Los renos cuelgan inertes de sus arneses, sangrando. Ya no tintinean los cascabeles. Allá abajo veo el Palacio de las Orquídeas exageradamente iluminado, exageradamente ostentoso en su brillo de falsa felicidad. Y yo no puedo creer que estoy a punto de culminar el plan y lograr mi objetivo.
Va a resultar que este pedazo ínfimo de mi vida le va a dar sentido final a todo el resto.
Conseguir el trabajo de San Nicolás, para no despertar sospechas, no fue fácil. El trajecito. Que fuera de material decente. Botas de Santa, no Loblan. Peluche blanco del bueno, mullido, peludito. Terciopelo rojo, nada de raso y esas mierdas. Esconder la flacura que este régimen bananero nos ha producido y parecer un regordete generoso y bonachón. La barba fue un tema. Tuve que compilar tres a mano porque esas barbas falsas de Santa son muy tristes. Esconder mi objetivo bajo un falsísimo amor a las fiestas navideñas o una simpatía (inexistente en mi caso) por los niños. Me dieron el trabajo: San Nicolás del Centro Comercial San Bernardo, el que está cerca del Country Club. Era necesario que fuera ese porque fue en el Country que conseguí, no sin largas noches de aburrido espionaje en mi moto, una casa con la típica chimenea. Típica para escena navideña, porque en este país tropical el 90% del año la chimenea es de adorno. Y el otro 10% prenderla es soportable, pero siempre exagerado. Efectos del trópico. Afortunadamente los ricos siempre han ignorado la realidad.
De eso hará unas 4 semanas. Casa con chimenea: Check. Una semana después, tenía el trabajo de San Nicolás de Centro Comercial venido a menos. Check. Disfraz: Check. Los rellenos fueron un problema, que se viera natural y tal pero sabía de antemano que la panza estaría compuesta, en su mayoría, por la mochila colgada hacia adelante con mi equipo de asalto.
Es curioso que para acabar con medio centenar de jerarcas que han desgraciado la vida de este otrora feliz paisillo, el plan que he trazado haya resultado hasta barato cuando en el terreno de la “real politik”, cuando quisimos hacerlo por las buenas, democráticamente y con los pies en la tierra, pasamos por 20 años de penurias, infinitos procesos de protestas, muertes, encarcelamientos, reunideras de firmas, refirmas y firmazazasos, exigencias de renuncia, decenas de elecciones cada vez más amañadas, huelgas, bloqueos, negociaciones con acompañamiento internacional, sin acompañamiento internacional, aquí, en islas cercanas, sanciones y todo generosamente bañando de sudor, lágrimas y sangre.
Decidido que los pies en la tierra no han servido, el paso siguiente ha sido ponerlos a volar, solo, sin conversaciones, ni acuerdos, ni componendas. Y como que va a resultar.
Me pasé dos semanas sudando y poniéndome en las rodillas carricitos pidiendo bolserías para el 24. La mayoría pide comida, que no se vaya más la luz y sí, algún juguete o un playstation. A las consolas se les complica funcionar sin electricidad, pero es que, bueno, los niños y su inocencia.
El 24 de diciembre terminé con calambres en las batatas como a las ocho de la noche y me fui caminando como todos esos días, atravesando el Country. Ahora sí llevaba la mochila hacia adelante y pesaba lo suyo. Allí había puesto un par de sanduches para las horas por venir, agua, la última cerveza Antártica envuelta en esas bolsitas de gel azul para enfriar y llevaba también la pistola sin seriales con 4 cacerinas de esas alargadísimas que usan lo malandros para recargar poco en tiroteos intensos. Los carros que pasaban a mi lado, en plena fiesta navideña, tocaban la corneta y me saludaban con la mano. Algún simpático me gritaba que iba tarde, que se supone que debía estar en el trineo ya repartiendo los regalos por el planeta. Me daba gracia que los graciosos ignoraban mis planes, que sí incluían el trineo, pero cuyo regalo sería solo uno: Libertad.
No quiero hacer de esto una novela: me senté en un punto pre-seleccionado y con vista a la casa con chimenea a esperar que llegara. Me abrí la Antartiquita en una especie de mínimo ritual patriota y me la tomé truqui-truqui como corresponde. Luego los sanduches. Uno untado con jamón endiablado. Y esperé.
Horas.
Tipo doce y cuarenta de la madrugada empezó a soplar una brisa que solo puedo describir como falta de naturalidad. Me pareció ver una especia de escarcha en el aire y, por fin, llegó el trineo inmenso, con los nueve renos. Desabotoné mi abrigo y metí la mano por dentro hasta palpar la pistola. El vehículo se posó sin ruido, como si apenas pesara, en el techo de la mansión. No tenía yo mucho tiempo. Me levanté y corrí. Bordeé una pared de la casa hasta la escalerita de servicio al techo y subí tan rápido como me lo permitía el disfraz. En medio de los nervios ni me había quitado la barba. Llegué arriba y rompí una teja al apoyarme. El gordo volteó. Pude ver en su rostro la sorpresa de ver a su doble mirándolo en el borde del techo.
Yo había calculado que este iba a ser el momento más complicado del plan. Pero nada sale como se planea. Me levanté como pude y corrí hacia Nicolás. El pobre tipo nunca imaginó algo así porque ni se movió. Yo lo embestí torpemente. El gordo cayó sin entender nada rompiendo otras tejas más, resbaló dando tumbos por el techo irregular y desapareció de mi vista por el otro borde. Luego un golpe seco y nada. Ni gritó. Me levanté, fui al borde y me asomé. No se movía, aplastado en la grama como marioneta rota. Su cara rolliza miraba para atrás. Y sonreía.
Entra las posibilidades que había contemplado estaban amenazarlo, tal vez disparar, amarrarlo en el techo o matarlo, pero fue mucho más simple. También más definitivo. La soga se quedó en el morral y la pistola no fue disparada. Yo contaba que en este país, gracias a la debacle vivida, oír tiros en la noche ya no sorprendía a nadie, pero que algo caiga de la nada en tu jardín sí asusta y escuché voces abajo. Corrí al trineo y salté en la cabina. Los renos cabecearon, se movieron, alguno medio volteó pero diría que no se percataron de lo que había pasado. Miré el tablero, mucho más tecnológico y moderno de lo que imaginé y respiré aliviado al ver un interruptor con la inscripción: ANTIMATTER.
Preparando el golpe había leído en buena cantidad de sitios que era muy probable que el trineo de San Nicolás tuviese un motor de propulsión de antimateria para lograr la entrega de tantos regalos en una noche. Los renos y el motor funcionaban en conjunto dando ingravidez y velocidad al vehículo. Con ese aparato en mi poder no necesitaba explosivos para mi ataque. Con estrellar el trineo obtendría una enorme explosión de poder nuclear pero sin los problemas de la radiación.
Había leído todo lo que tuve a mi alcance sobre el trineo y visto todas las películas que Netflix y el P2P me permitieron. Resulta que toda esa ficción (sobre todo la más nueva) no estaba tan desacertada. Repetí el ritual luego de encender el motor de antimateria. Llamé a cada reno para que arrancara. Rodolfo al último. Obedecieron mansos. Tuve mi primer ataque de remordimiento de tres segundos. Luego pensé en todo lo que habíamos pasado como país en manos de estos delincuentes y se me quitó en el acto. Había que hacer lo que había que hacer.
Empezamos a volar cuando salían los dueños de la casa. Supongo que encontraron a San Nicolás. Al remontar vuelo pensé un segundo en los terroristas de las Torres Gemelas. Yo estaba por hacer algo parecido pero con buenas razones.
Como New York pero con cascabeles.
Nunca me había tenido que orientar en vuelo nocturno por la ciudad, pero sabía que mientras mantuviera a nuestra montaña protectora a mi derecha nos estábamos dirigiendo hacia el Centro. Justo al pasar las Torres del Caudillo Magnánimo pude ver el destello de la imprudente decoración navideña del Palacio de gobierno. “Las Orquídeas” era un edificio colonial y yo sabía por los anuncios que celebrarían la navidad en el patio central, todos los más altos jerarcas juntos con sus galas y sus renos de anime con escarcha, y que el evento se transmitía en vivo. Muy pocas veces podías tenerlos a todos juntos. Descabezar un régimen opresor en una sola acción. Prometían discursos y sorpresas hasta el amanecer.
Entonces sí llegó lo más difícil. Justo encima del Palacio saqué la pistola. Sabía que era la única manera de lanzar el trineo contra el patio del palacio. Nueve tiros. Adiós Trueno, Relámpago, Juguetón, Cupido, Cometa, Alegre, Bailarín, Saltarín y Rodolfo. Ya solo queda dejar que el trineo apuntara hacia abajo y poner en máximo el motor de antimateria. los que quedan serán libres. Mi regalo.
El trineo, espectacular, se ladea muy lentamente…