1- La muerte verde
Nunca escribiré este cuento de terror. Había cambiado de acera para evitar una taberna cuando los tres hombres me rodearon. Gritaban y me abrazaban. Yo no estaba seguro de conocerlos, pero ellos a mí sí. ¡Edgar, Edgar Allan Poe!, repetían. Nos movíamos en grupo y doblamos en una esquina. Demasiado tarde me di cuenta de que nos internábamos en un callejón. Una mano sofocó mi grito. Me arrastraron y me lanzaron contra la pared. El golpe me dejó aturdido. Sentí que me registraban hasta encontrar el sobre con los 1.500 dólares: el dinero que me habían confiado los suscriptores para fundar una revista. Entonces una garra humana aferró mi mandíbula mientras otra mano blandía una botella. El líquido brotó de su boca para caer en la mía y fue como si un río de brea bajase por mi garganta. Contemplé el brillo de la absenta pura, de un verde como no se conoce otro. Me estaban matando con mi bebida favorita. Es el crimen perfecto, pensé.
2- La sirenita
Demasiados asientos vacíos para un vuelo low-cost. Mejor así, la maleta saldrá antes y habrá menos gente para pasar la aduana. Luego un taxi al hotel y me libraré del encargo. ¿El hotel? ¿Cómo se llama? Debo tener la dirección siempre a mano. Aquí está el papel donde Quídam me anotó los datos. ¿Por qué tantos dobleces?
«Ojalá tengas tiempo de leer estas líneas, mi amor. Te imagino en el avión rumbo a Copenhague. Ya sé que has quedado allí con tu amante, el que quiere llevarte al puerto porque, según él, te pareces a la flaca de la estatua. Ese fue el último mensaje que te mandó al móvil. Una ridícula imprudencia, otra más. Tenía que haber pensado que, a esa hora, estarías muy ocupada tragándote los condones llenos de heroína. Por cierto, les hice un tratamiento especial. No aguantarán todo el viaje. Están a punto de rasgarse en tu estómago. Qué disparate todo. Me has salido muy cara, aunque tu subidón va a ser peor. Y ni siquiera podrás maldecirme ni gritar mi verdadero nombre.
Tuyo hasta el final, Quídam».