LAST DANCE

A veces, o la mayoría de las ocasiones, nada es como uno se lo imagina. Lo que alguien tiene en mente rara vez se concreta tal cual. Y peor si incluye a otra persona. Esa otra persona puede tener en su cabeza planes distintos, visiones disímiles de la vida, la muerte, el amor, la sexualidad.

A veces ni el mismo individuo se conoce, o reconoce, o se comprende, o se valora, o se tiene paciencia. Por eso, concertar ideas, llegar a acuerdos, coincidir en momentos amorosos, todo eso es complicado. Y en el caso de intentar ayudar a alguien, mal visto o rechazado, se vuelve más difícil, la crítica se torna en un muro alto, en un barranco escabroso, un horizonte donde no está señalada la vía a tomar. Un momento que le puede costar la paz en la vida a cualquiera.

Ya que estaban en Key West y el lugar ofrecía espectáculos diversos, ¿por qué no ir a un show de travestis?, les dijo Mauricio a sus amigos. No estaban convencidos. Finalmente cedieron con la condición de que, si no les gustaba, se iban. Muy bien, así haremos, respondió Mauricio. Yo he ido y la verdad es que se pasa un rato muy agradable. Los amigos se miraron y se encogieron de hombros. Vamos.

La casa era como casi todas en el pueblo, de madera y de dos pisos, con balcones de barandas. Subieron por unas escaleras previo a pagar un monto ínfimo y a dejarse marcar en la mano con una equis.

Así será que esto es lo que te ponen, ni una pulsera o un cordón, murmuró Nacho. Mauricio fingió no escucharle. No le provocaba insistir más y menos discutir. 

Llegaron al espacio, un salón no muy grande, con una barra circular en el medio, unas cuantas mesas a los lados y en el medio unos caminos delineados por mangueras de luces que corrían, como si señalaran la vía a seguir. Mauricio se quedó mirando todo, no era como el que había visitado, igual tampoco le disgustaba. 

El típico rayo que venía de un reflector oculto iluminaba una esfera de cuadros de vidrio o espejo, creando un arcoíris que bailaba con la música que sonaba de fondo.

Una gran cortina, algo desvencijada y de terciopelo rojo cubría un lateral. Era como el telón de un teatro. 

Se fue con sus amigos a una buena mesa, pidieron un servicio de ron y decidieron conversar, la música era alegre, estaba a un volumen que permitía escuchar lo que decían los demás.

Finalmente estaba en el 45 Studio y no lo podía creer. Probablemente le pusieron ese nombre por el mítico Estudio 54 de los años 70 en Broadway. Para ese entonces no tenía la edad permitida para entrar a una discoteca y solo sabía de ella por lo que escuchaba o leía.

Esa noche, en el punto más sur de los Estados Unidos, en Key West, asistía a uno de los tantos cabarets de Duval Street con Sue, Santi y Nacho.

Sue, que era la más entusiasmada, porque los demás querían solo beber, les dijo que daba igual donde lo hicieran, les aseguró que lo pasarían muy bien. Que no tenía nada de malo en complacernos si estaban de copas, en la última isla al sur, la más lejana del continente norte, específicamente de Estados Unidos.

Ya llevaban dos tragos de ron cada uno y la botella amenazaba con bajar de la mitad, por lo que seguramente pedirían otra, aunque Santi y Nacho se negaban a permanecer ahí más tiempo del debido. 

De pronto las luces se apagaron y sin que nadie lo pidiera, las personas, como apuntado en una partitura, fueron creando el silencio. Silencio que fue de unos segundos que se hicieron eternos hasta que comenzó a sonar el piano y con él, vino la voz que todos reconocieron: At first I was afraid, I was petrified, todo a oscuras hasta que, con la música sonando y el público enloquecido y coreando la canción bailaban, se comenzó a abrir la gran densa cortina que abandonaba el terciopelo entre el morado original y entraba en la era de un rojo decolorado por culpa del tiempo y el uso, además de rasgaduras, cual cicatrices en algunas partes.  

Recostada en una sandalia gigante y transparente, de acrílico, con algunas flores que caían en cascada, Boop Betty, ataviada de un traje de lentejuelas rosadas, una peluca color remolacha y un maquillaje extravagante y abundante, cantaba la pista de una impecable Gloria Gaynor. Cuántas veces habrá ensayado la mejor pose. Estaba sosteniendo su cabeza con la mano mientras que la otra tenía el micrófono.

El paroxismo era el dueño del espacio. Dos caballeros, de esmoquin blanco, la ayudaron a bajar por un sistema que abría una puerta y sacaba tres escalones para que la reina de la noche, Boop, cantara a su público. El coro que la acompañaba tenía plumas verdes, amarillas, naranja. Y en el pequeño espacio se movían, animando al público que bailaba y cantaba también.

Sue y Mauricio no fueron la excepción, hicieron de la música un momento fascinante, moviendo sus cuerpos e insistiendo que sus amigos lo hicieran también, Santi y Nacho no se pudieron resistir al entusiasmo y a la insistencia de sus amigos.

El repertorio de Boop Betty era maravilloso. Last Dance, No More Tears. Y al terminar, los aplausos y pedidos para que siguiera fueron un verdadero estruendo.

La cantante se excusó con un descanso y que volvería para bailar con el público. No, dijo Santi, eso sí que no, yo me voy. Nacho, por ser solidario dijo que él no aguantaba otro set y menos bailar. Pero los agarró desprevenidos y no se dieron cuenta del tiempo que corrió y trajo de nuevo a Boop Betty haciendo duetos de Donna Summer con varios cantantes. Boop, aunque blanca y con los brazos gruesos y un cuerpo descomunalmente gordo, era Donna Summer en ese momento. Sus movimientos eran torpes y se acercaba al público, haciendo bromas a los hombres y a alguna que otra mujer.

Al final del espectáculo, todos estaban encantados y bastante cansados, así que decidieron irse al hotel. 

Sue, Nacho y Santi se adelantaron y Mauricio fue a pagar la cuenta porque, debido a la cantidad de gente, no había manera de que los atendieran. Una vez saldado lo consumdo, dos botellas de ron, se dirigió a la salida y pudo ver a Boop Betty, vestida con su atuendo de artista, discutiendo con un hombre menudo y mucho más bajo. Su voz masculina se hacía sentir a pesar que cuidaba de hablar bajo, pero era la noche y la ciudad estaba más tranquila. 

Se quedó un rato viendo lo que ocurría hasta que la artista le dio un empujón al hombrecillo y le advirtió que no fuera más, que desde ya tenía la entrada vetada. Ella se fue a lo que podrían ser los “camerinos” y el enjuto caballero, vestido de traje, con dificultad, se levantó y se sacudió la arena que se le había pegado a la ropa. Mauricio se fue a su hotel. 

Sue dormía con Nacho, novios desde hacía mucho y Santi y él compartían una habitación, con dos grandes camas. Se sintió delicioso entrar al cuarto, helado por el aire acondicionado y mejor cuando se dio un baño para quitarse ese pegoste que deja el calor.

A la mañana siguiente y luego de un desayuno donde estaba permitido comer todo lo que se les antojara, decidieron ir a la playa, la tenían enfrente. Se acomodaron en unas tumbonas. Mauricio sacó su libro y se dispuso a disfrutarlo mientras Nacho y Santi jugaban paletas y Sue se doraba bajo el sol.

No había pasado mucho rato cuando Mauricio bajó el libro porque un hombre grande y gordo le pasó muy cerca, levantando arena. Llevaba un sombrero y unos bermudas floreados como traje de baño, además de una camisa a juego y unas sandalias muy particulares. Se quitó las sandalias, acomodó la camisa sobre ellas, se quitó el sombrero y unas mechas rojizas, que se desprendían de los lados, cayeron sobre sus hombros, en forma de bucles. Caminó hasta el mar, probó el agua con la punta del pie y fue entrando, dando unos pequeños saltos, hasta que medio cuerpo estuvo dentro del océano, más o menos hasta el pecho.

Se puso a flotar y movía los pies con gracia. Mauricio no perdió ni un momento de aquel espectáculo y cayó en cuenta que era Boop Betty. Al mismo tiempo, I Will survive comenzó a sonar en su cabeza.

Estuvo mirando el ritual del bañó en el mar de aquel hombre en sus más de 60, con un cuerpo lleno de grasa, una gordura extrema, el rostro surcado y hasta inflamado del trasnocho. Un hombre obeso y aun así realizaba piruetas en el mar, disfrutaba del agua, se pasaba las manos por el rostro, sacudiéndolo, respirando en una pose de diva con la cara al cielo.

Pudo estar más de media hora en aquel acto, casi sacro, retozando en el agua como un niño, hasta que salió y se sentó en la orilla, solo el agua tocaba sus pies.

Luego de haberse secado un poco con el sol intenso se levantó, sacudió sus manos, tomo sus sandalias, muy coquetas, con unas cuentas de cristal rosado y verde manzana sobre las tiras de color verde intenso que se ajustaban al pie. La camisa se la colgó en el brazo y caminó como una modelo llevando con dificultad un pesado traje muy elaborado.

Mauricio se quedó pensando qué tipo de vida llevaba esa gente. Cómo sería la convivencia entre ellos, la parte de atrás del escenario. Las habitaciones, las relaciones entre sí. Todo está en una casa típica de la zona, transformada por dentro.

Cómo sería la vida amorosa de aquellos artistas, o imitadores de artistas que convivían, o a lo mejor no, en la parte que no se conocía del caserón. ¿Se habría enamorado Boop? ¿Habría sufrido? ¿Por qué le llamaba tanto la atención lo que sucedía con ese grupo?

Luego de toda la observación, con mucho cuidado del ritual de Boop en modo hombre, Mauricio se cansó del sol y se puso en la sombra de una palmera. Miró el agua en su vaivén, en su ida y venida a la orilla y cómo se desparrama la espuma tragada por la arena. El sol hacía brillar ese borde que desaparecía. Entonces le provocó meterse al mar solo, dándose un baño largo, dejando que su cuerpo se llenara de pequeños granos de arena que brillaban bajo la luz. Sintió que se refrescaba, que su piel se tensaba bajo el agua salobre. Los demás ni se dieron cuenta. Salió y les dijo que se iba al hotel. Tenía ganas de andar solo por esas callejuelas.

Luego de bañarse con agua dulce y ponerse ropa cómoda y fresca, tomó su cámara y salió a dar una vuelta por las calles. La gente entraba y salía de los lugares de comida y en la calle Duval, los establecimientos de espectáculos nocturnos estaban cerrados, parecían casas normales, sin el barullo de la gente. Uno que otro con banderines o anuncios de neón apagados.  Mirando a todas partes se decidió por entrar en un restaurante llamado “Pynchers”, que ofrecía mariscos. Se sentó y pidió unos langostinos con cangrejo que la verdad le parecieron deliciosos. 

Se quedó mirando hacia afuera y vio a un grupo. Entre todos destacaba Boop Betty, en ropa cómoda, una bata ancha, de franjas y un pañuelo que le recogía las pocas hebras de cabello. Hablaban de ir a ver el atardecer.  Averiguó con uno de los empleados y le dijo que lo hacían unas calles más arriba, que si lo quería ver se debería dar prisa o, en dos minutos, pasaba el bus que lo dejaría en el lugar, lo hacía con los turistas y los lugareños se aprovechaban.

No le importó estar de su cuenta y sin avisar a sus amigos, ya les diría que se entretuvo tomando fotos al lugar.

Caminó hasta donde le indicaron y vio que mucha gente lo hacía, entre ellos algunos del show que habían visto la noche anterior.

En un momento pensó en llamar a sus compañeros, perdería tiempo y la verdad que había unos nubarrones en el oeste, producto seguramente de una tormenta pasajera, que les daban a los últimos rayos del sol unas tonalidades asombrosas.

Como todos los presentes estaban arrobados por el atardecer que, además, se tomó un tiempo para irse difuminando en los tonos que llaman a la noche, nadie se dio cuenta de que Mauricio había fotografiado a muchas personas, entre ellas a las “vedettes” que había disfrutado. Y sin él darse cuenta, Boop Betty se le acercó y le habló en un español muy estadounidense y salpicado de cubano.

¿Y de dónde tú eres, preciosura? Venezolano, le respondió el muchacho con una tímida sonrisa.

¿Y te gustó el show de anoche? Cuando combinaba la “c” o “s”, acompañada de la “h”, las arrastraba. Mauricio asintió sin decir nada. Pues vuelve hoy, que vamos a ver si cantamos a La Lupe, aunque sea un pedacito.

Mauricio asintió como dando por hecho que iría a verlo.

¿Puedo tomar fotos? Niño, claro. Así me haces publicidad en tu país, que ama a los satánicos de Cuba.

¿Y cómo hacía para convencer a sus amigos de volver al 45 Studio? Seguro querían ver algo distinto. Tras un hondo suspiro pensó que lo mejor sería decirles que él pasaría un rato, a tomar unas fotos y que luego se les unía.

En el hotel y ya listo para salir, cámara en mano, Santi lo paró y le preguntó cuál era el afán de ir a tomar esas fotos. Ya te dije, un grupo de personas, que estaban en la puesta de sol, me pidieron que fuera al 45 Studio y les tomara fotos. El muchacho, algo desorientado, preguntó qué harían ellos y Mauricio les respondió, gentilmente, que lo que quisieran. Que no tenían que ir con él, que se encontraban en cualquier otro lugar pasado cierto momento. Lo que sucedía es que Santiago quería saber por qué no podían ir con él. Les aclaró que no se trataba de que no quería, simplemente pensó que no les apetecía ir al mismo sitio. Con preguntar tenemos. Capaz Sue y Nacho quieran estar solos. Entonces marcó del teléfono de la habitación explicándole a los amigos que parece que gritaron que cómo se nos ocurría. Que el plan era para todos.

Cenaron en un lugar cercano y se fueron al 45 Studio. Pidieron las copas y varios de los que estaban en la puesta de sol, en efecto, saludaron a Mauricio.

Trajeron a la mesa una botella de escocés y una de vodka para que eligieran cuál deseaban tomar, era un regalo de Boop Betty. Escogieron la de vodka. Mauricio tomaba fotos aprovechándose de las luces que había, el efecto era estremecedor, los colores cambiaban mucho y esto lo llevó a entusiasmarse con lo que estaba logrando.

Se apagó todo. Comenzaron a sonar los acordes de una orquesta desgastada, seguro en un vinyl aún con más tiempo de existencia. “Igual que en un escenario, finges tu dolor barato”. La gente comenzó a aplaudir y el telón se abrió. Apareció Boop Betty, con un antifaz que muy pronto lanzó. Mauricio comentó que quizá lo hacía emulando a la cantante de la canción, que lanzaba los zapatos en sus shows.

Comenzó entonces con las fotos de la artista que, en algún momento se dio cuenta y desvió su mirada al lente, para ser captada, inmortalizada. El muchacho se movió por entre el público para captarla desde distintos ángulos y luego mostrárselas. Al volver a la mesa sus amigos no entendían mucho lo que estaba haciendo, aunque él ya les había comentado de qué se trataba.

Los disparos de la cámara simulaban a una ametralladora en un combate cruento. Buscaba distintos sitios para enfocar otros ángulos hasta que la canción finalizó con una gran ovación y una reverencia de la artista. Todo eso fue captado por Mauricio. 

Al volver a la mesa, sus amigos le dijeron que se querían ir a otro lugar, donde ponían música diferente, que ya estaba bueno del espectáculo del 45 Studio. Mauricio los miró sin decirles nada y ellos enseguida se dieron cuenta de que no se quería ir, le preguntaron qué le atraía de ese lugar, ya había captado la decadencia que tenía, que fuera a disfrutar a otra parte, pero el joven les dijo que se adelantaran, que él los alcanzaba más tarde.

Lo miraron de arriba abajo, todos dispuestos a dejarlo con la repentina fascinación por el show travesti.

Desaparecieron entre el tumulto de personas que disfrutaba el espectáculo y lo dejaron. Mauricio salió a tomar aire fresco y vio que Boop Betty y sus compañeras de baile, salían a fumar. Todas hablaban español. 

Ahí está Mau, elevó la voz Boop y eso lo molestó. Nunca le había gustado que le dijeran “Mau”, cortando su nombre al maullido de un gato, aunque él adoraba a los felinos. No se movió y volvió a sentir que lo llamaban, esta vez la voz llegaba a cuatro y unas manos que se agitaban en medio de la oscuridad de la trastienda del cabaret.

Fue hasta allá para que dejaran de maullar. Se les paró enfrente, algo serio, aunque no quería demostrarles que estaba molesto.

Gracias por la botella.

¿Y tú como que estás bravo, chico? ¿Qué nosotras te hemos hecho?

Nada. Es solo que… Después de una breve pausa les dijo que les iba a mostrar las fotos. Puso la cámara en modo de pantalla, las cuatro lo rodearon, todas muy apretadas en las escaleras de madera y empezaron a reírse, a decir de sí mismas que estaban estupendas, que eran lo mejor. Mira cuando lanzas el antierfaz. 

Antifaz, burra. Saliste de ese pueblo de República Dominicana y no sabes cómo decirles a las cosas por su nombre.

Ay, ya está bueno de “necedá”, BB, que mira que cuando te pones en plan maestra, no hay quién te “guante”.

Cállense, que van a atormentar a Mau. BB, como le decían a Boop, le tocó a Mauricio el hombro. Mira, muñeco, ¿y cómo hacemos para tener esos retratos?

Se las puedo enviar al mail de cualquiera, no sé aquí en dónde las imprimen. Si me dicen, voy mañana, antes de marcharme.

¿Ya tú te vas?, preguntó con una melancolía inmensa Boop. ¿Y por qué no te quedas unos días? El viernes es mi cumpleaños y tenemos fiesta.

Él le explicó que se hospedaba en Miami, que había bajado a los cayos para mostrarles el lugar a sus amigos pero que tenía diligencias que hacer y que en tres días tomaría un avión para Nueva York.

Ay, vas a Broadway, dijo Boop con un tono de burla. Los espectáculos de nosotros, en el cayo, no tienen nada que envidiarle y menos el nuestro. Claro, como no vaya a ser que quieres ir a ver un musical.

Mauricio se sintió presionado, pero no reveló nada de su viaje, solo que se tenía que ir, entonces le dictaron el mail de Boop y él lo copio en el celular, prometiéndoles que les mandaría todas las fotos. Le preguntaron si le debían pagar, él les respondió que había sido un honor y que se llevaba un gran recuerdo del espectáculo.

Tanto dieron que lo convencieron para que entrara al próximo. Te tomas algo mientras nosotras nos retocamos y nos ves, te decimos adiós desde el escenario.

Como Julieta diciéndole adiós a Romeo, dijo una de las coristas y las risas contagiaron a Mauricio que, no se pudo resistir. 

Todavía faltaba para que empezara el segundo espectáculo. Se quedaron BB y Mauricio conversando en medio de la oscuridad, con los ruidos de los insectos nocturnos, la brisa tibia que a veces silbaba entre las palmeras borrachas por la luz de la luna. La risa de los viandantes iba y venía.

¿Cómo llegaste a este lugar?, preguntó Mauricio a BB.

Ella dejó salir de su pecho un suspiro largo y lleno de nostalgia. Cuando una es joven, comenzó. Me tuve que ir de la isla porque no era bien visto que un muchacho de quince años esté buscando a otro muchacho. Para empezar, en mi casa, mi padre y mis hermanos, me molieron a palos cuando un vecino les dijo que estaba besando a un gringo por las cercanías del malecón.

¿Te atacó tu propia familia?

Así mismito. Me tuve que ir a casa de la tía Tarsicia. Ella era como dicen “entendida”. Me dijo que desde que nací sabía que era maricón y que cuando empecé a caminar lo hacía como las mulatas del Copacabana.

Me cuidó de mi familia como pudo, de todas maneras, mi padre y hermanos, cuando podían, me ponían la cara como una berenjena y fue cuando me dijo: “tienes que irte”. El corazón se me arrugó. Dejar mi país, a mi tía, me dolía profundamente. Igual también me emocionaba salir de aquel lugar. Una isla es un poco una cárcel, aunque sea con paisajes preciosos. Y yo para cárceles ya tenía con esta mujer que soy en un cuerpo que no es el mío. 

Movió la cabeza como buscando recuerdos. La tía Tarsicia, con los ojos llenos de lágrimas, me dijo, “si no es la familia, es la guardia”. Y era verdad. No permitían que en la isla estuviera llena de maricones, pero bien que nos buscaban cuando ellos, los mismos uniformados, que se las daban de muy machos, se moría porque les abrieras las nalgas en cualquier parte oscura y cercana al mar para ellos entrar y moverse, como una de sus tantas estúpidas marchas. Es que el mar es afrodisíaco, Mau.

Yo no me quería ir de la isla, no me importaban las palizas de mi familia ni las de los guardias después de esas zarandeadas que te daban con las manos puestas en la cadera. Ay, eso era delicioso. 

No, no me quería ir de mi tierra sabrosa, tenía diecisiete años y estaba enamorada, como una pendeja, de un bailarín que se presentaba en un cabaret de un hotel lujoso, donde paraban los que iban en los cruceros.

Se llamaba Javier y disfrutaba viendo cómo me vestía de mujer. En ese tiempo era delgada, no esta morsa que tienes al lado.

Mauricio se tuvo que reír por el chiste.

Estaba enamorada, porque eso sí, desde los cinco o, mejor dicho, desde siempre, me he sentido mujer. Eso que me cuelga entre las piernas, me imagino que me lo puso un ángel por equivocación. Pero aquí adentro de esta piel, te lo juro por la Caridad del Cobre, hay una mujer y muy ardiente.

¿Y no has pensado en operarte?

Qué más quisiera mi Mau lindo. Eso cuesta mucho.

¿Y Javier te quería?

No, era un maricón más, con debilidad por las que nos sentíamos mujeres. De las que nos encantaba un encaje, una ropa apretada, un elevarse los senos, aunque fuera a punta de suspiros. Yo era su novia, él se cogía a toda Cuba y a los que iban de visita. Me dolió tanto cuando lo vi con Amapola.

¿Y quién es Amapola?

Una basura, rata inmunda que se dejaba “prensá” por el primero que le restregara el pene en las nalgas. Porque aquí, entre tú y yo, Javier tiene, o tenía un miembro, que hacía temblar.

Y te dejó por ella.

Me dejó por todas. Entonces, yo con el pecho de diecisiete años, destrozada, sin el amor de mis amores, me embarqué como me dijo mi tía Tarsicia.

Habló con un amigo suyo que le ofreció traerme en un bote. Pagó no sé cuántos pesos para que pudiera llegar aquí. No es lejos, pero ese pedacito de agua que separa Cuba de Estados Unidos es bravo y lo que vive bajo el manto plateado es terrible. Ahí como que está toda la fauna marina.

Y te quedaste aquí.

No, mi amor. Yo viví en La Jolla, San Diego, California, como rica y famosa. Porque al llegar aquí conocí a un viejo, bellísimo, pero viejo que funcionaba a las mil maravillas. Estaba de visita en Key West y me llevó para el oeste. Él tenía su esposa, pero era maricón y no se atrevía a dar el paso de salir del closet. Vivía con ella en Los Ángeles una semana y conmigo, en La Jolla, otra semana. Pero el viejo se me murió. No a mí, a ella, en el acto, encima del cuerpo de vieja, porque también tenía sus años. El sinvergüenza se quedó, se le reventó el corazón. Y me tuve que ir con lo puesto y una maletica de la casa de La Jolla, frente al mar. Menos mal que me había abierto una cuenta y me puso unos pesos para que estuviera tranquila y yo tenía estatus legal.

Hasta que empecé a trabajar en un bar de travestis, y conocí a la Loli. Esa mujer era buena como un sol. Me dijo: mi hermana, aquí no vamos para ningún lado. A los maricones les da miedo que los vean en un sitio de estos. La Jolla no se hizo para nosotros. Nos vamos para Callo Hueso. Y aquí estoy, con mis compañeras. A la Lolita la cuidé hasta que botó el último suspiro. Le dio un cáncer de esos que no perdonan. Gastamos lo que teníamos y lo que no también. Apareció un amante de ella, con algo de dinero, pero ya era tarde, todo el cuerpo lo tenía minado de la desgracia esa.

Has sufrido mucho, BB. Aunque yo no disto de ti, no por maricón, sino porque esa mujer que está por ahí, que duerme con Nacho, es el amor de mi vida.

No, qué va, tú te vas a conseguir una mujer que te va a arrancar el corazón de verdad. Ya lo verás. Y sí, seguí sufriendo. Aquí tuve a Ramsés, un español que no sabía qué quería hacer con su vida, si vivir aquí o irse para el desierto. Yo le dije: tú sabes una cosa, yo para un arenal no me voy. Y se fue, pasó seis meses sin enviarme ni una postal, ni unas letricas que me dijeran que estaba bien.

Regresó, con una enfermedad rara, rarísima. Y a pesar de estar padeciendo, le gustaba estarme metiendo el penecito, porque ni parado le crecía suficiente. Otro que enterré. Hasta que me dije a mí misma: “mimisma, te dejas de pendejada. A tirar y sin enamoramientos”. Y aquí me tienes, gorda pero buscada.

La risa empezó a brotar de mi alma, no podía parar y ella también se reía. Tosía y se reía, porque era tanta la algarabía en su pecho, que se ahogaba.

Ay, muchacho, tú me has hecho confesarme sin haber preguntado mis pecados.

No son pecados, es tu vida, tus amores, lo que has sufrido y disfrutado.

Ah, eso sí. Cuando me monto en ese escenario, disfruto la vida, vivo cada canción. Me convierto en sus intérpretes. Me entrego a la delicia de los aplausos, de los gritos de bravo, Boop, otra, Boop. 

Soy Boop Betty, no quería ser la tontica esa de rulitos y culo levantado. Sí me gustaba el nombre, pero lo invertí. ¿No soy una invertida para la gente?

No, eres una dama y para mí ha sido un gran placer descubrirte, tomarte fotos, escucharte cantar.

¿Te quedas para la próxima? Aunque sea para la primera.

Le tocaba a Cher y comenzó con el mítico dueto Bewitched, Bothered and Bewildered y Mauricio se conmovió con la peluca lisa, de pelo corto y verde manzana de Boop Betty. Le cantaba a un Rod Steward de cartón que estaba tras una ventana con rejas. 

De pronto sus labios dejaron de moverse, se quedó paralizada. La música seguía corriendo, las compañeras no sabían qué hacer. Hasta que BB cayó hacia adelante. Entonces sí, silencio y los murmullos que iban creciendo en el público.

Se encendieron las luces, varias voces clamaban por el 911. La trataron de mover, pero fue tarea difícil. Una de sus compañeras, con lágrimas y la voz entrecortada decía que estaba respirando. Llegó la ambulancia y los paramédicos la sacaron luego de revisarla rápidamente. Se la llevaron y tras ella un cortejo al que Mauricio se plegó.

El hospital, la luz verdosa de ese sitio con paredes muy limpias y gente, en batas blancas, corriendo de un lado para otro. Sus amigas lloraban cerca de una puerta. Había que esperar, le estaban haciendo análisis. Sí, sí es estadounidense, sí tiene Social Security, no, familia nosotras solamente.

Y esperar. No quedaba más que aguardar qué arrojaban los exámenes que le estaban haciendo. Mauricio, nervioso y con los minutos que le pasaban lentos, les ofreció café. Se negaron. Una de ellas sacó una carterita de su bolso y se empujó un trago. Yo, es que yo no puedo pasar estos trances sin un buchito de ron.

Muy al rato salió una doctora. Boop Betty había tenido un ACV masivo. Estaba intubada, a pesar de eso no creía que su corazón aguantara mucho, tampoco los demás órganos. Tiene el cerebro flotando en sangre, para ser más específica y me perdonan la sinceridad. Alguien tiene que dar la autorización para desconectarla. Su cerebro está muerto. Se irá desgastando. Es cuestión de horas. No sé quién de ustedes, a pesar de no ser familia, de…

Somos sus amigas, dijo una de las coristas, ella no tiene a nadie.

Entonces pasen, para que se despidan porque la voy a desconectar. No tiene sentido mantenerla con el respirador.

¿Ni un poquito de esperanza?, preguntó una de las del coro. La doctora negó. Así que fueron pasando, se tomaron su tiempo. Al final entró Mauricio y le dijo a la doctora que quería estar cuando la desconectara.

Así fue. A pesar del daño que tenía en su cerebro, vivió tres cuartos de hora luego de que la doctora apagó el respirador.

Mauricio le tomó la mano y le habló bajito. Estás dormida, te están llevando para un lugar maravilloso, quizá tu recordado malecón y hasta te puedes encontrar con aquel chico del que me hablaste. A lo mejor serás una mujer hermosa, joven, de cuerpo con curvas y todos los hombres de La Habana, de Cuba, de Estados Unidos, querrán estar contigo. La Jolla te quedará chiquita. Y desde Broadway llamarán reclamándote para un musical que agotará por años las entradas.

La doctora entró con las credenciales de BB. Este hombre es fuerte. Todavía tiene pulso, le dijo a Mauricio.

¿Cómo se llamaba?, preguntó él.

Mauricio Andrés Chacón. Se ve que era hijo natural. ¿Y usted, joven? La pregunta de la doctora fue con un tinte de escarbar en la sexualidad de Mauricio.

La estaba viendo en el cabaret y le tomé fotos. Hablé un rato con él, con ella, no sé ya qué pueda ser.

La doctora miró el monitor y ambos fueron testigos cuando la línea fue tan recta como el camino que debía estar andando BB.

Salió, estaba amaneciendo. Sus amigos se habrían ido. Se quedó un rato frente al mar, viendo hacia donde está Cuba. Se llamaba como yo y no tenía el apellido del papá que lo molía a golpes.

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