Ballet o softball, preguntó mi mamá. Béisbol, grité yo, pelota de verdad-verdad. Mira que el sófbol es para niñas que miman sus uniformes más que a sí mismas. El ballet está bien, pero no para mí. Prefiero la emoción, el bateo, la carrera, el salto en el aire y deslizarme a tierra. Para anotar jonrón y marcar mi territorio, mi campo de juego, mi diamante cuyos cuatro lados miden –exactamente, te lo juro– 27,43 metros y ni un milímetro menos resultaría aceptable en un estadio que se precie de serlo. De ser estadio, digo. En matemáticas soy buena y las aplico a mi deporte favorito. Por algo gané el concurso que organizó el departamento de educación física del colegio. Respondí correctamente toditicas las preguntas sobre baseball. Salí invicta, pues, por encima de los varones que envidian mis habilidades beisbolísticas y mis conocimientos que me han costado horas y horas de lectura. Y de ver partidos en la tele. Y poquísimos en el estadio universitario. El profe Martínez sonreía bajito, bajo su bigote, con cada uno de mis aciertos. ¿Hasta donde se remontan los orígenes del béisbol? Hasta la mismísima prehistoria, profe, cuando a una mujer de las cavernas, cansada de cocinar el dinosaurio que cazó su marido, se le ocurrió golpear una piedra con un palo, lanzándola lejos, muy lejos, a casi 55 metros de distancia, sacándola de jonrón de un diamante imaginario y por eso es que dicen que los diamantes son eternos, además de ser los mejores amigos de la mujer, profe, pero los diamantes constituidos por el home y las tres bases. Le agradezco, por un lado, ser más precisa en sus respuestas, alumna, sin los adornos de su enorme imaginación e inventiva que debería aplicar en las clases de Lengua y Literatura, y por otra parte, la invito a completar su respuesta, trazando el desarrollo histórico del béisbol. Como no, profe, de ahí en adelante todo es historia. Historia que seguimos haciendo. Fíjese, algunos estudiosos sostienen que uno de los antecedentes más claros de nuestra actual pelota caliente es un juego infantil británico denominado “rounders”, sin ofrecer más información al respecto, por lo que me veo impedida a dar detalles específicos de su procedimiento, sin entrar en el maravilloso escenario de la imaginación creadora y poder así utilizar las poderosas herramientas de la suposición que tantos adelantos le ha valido a la investigación científica. Alumna, por favor, limítese al tema o me veré obligado a descalificarla. Continúo, profe. Los norteamericanos contradicen esta tesis que favorecía el béisbol como invento europeo, no continental sino insular, hijo de la Gran Bretaña, pues, pero europeo al fin, ¿no? Los gringos dicen que el baseball nació un glorioso día del año 1839, cuando un estadounidense bautizado con el curioso nombre de Abner Doubleday adoptó y perfeccionó las reglas de otro juego infantil llamado “un gato viejo”. Ahora, el verdadero impulsor de esta pasión de multitudes, tal y como se le conoce hoy en día, fue un paisano de mister Doubleday: nada menos que el señor Alexander Joy Cartwright (ahora me doy cuenta de la utilidad del idioma inglés), a quien por lo visto le gustaba mucho el número 9, pues impuso lo de los nueve jugadores por equipo y los 9 innings y las (9×9) 81 cotufas obligatorias que hay que comerse para reponer fuerzas después de cada partido. Mister Cartwright fundó el primer club de béisbol en Nueva York y, años después, en 1871, surge la asociación nacional de peloteros en Estados Unidos. Luego, este deporte se riega como una epidemia por todo el planeta, cuya forma, casualmente, es como una pelota, y hoy hasta los chinos, zulúes y paquistaníes celebran sus caimaneras casi casi sobre cualquier terreno, eso sí, de acuerdo a las distintas características climáticas y vestimentas. Permítame decir, profesor, que yo creo que si se jugara más béisbol en el mundo, y se organizaran partidos entre los países, se lograrían acuerdos y habría menos guerras. ¿Ustedes no lo creen? Muy interesante su propuesta, alumna, debería escribirle a las Naciones Unidas, como una iniciativa venezolana por la paz y el entendimiento entre los pueblos, avalada, además, por las firmas de sus compañeros. Ahora, respóndame, según los estándares internacionales, cuánto debe pesar la pelota y cuáles son las medidas del bate. Muy amable, profesor, por considerar mis ideas. La pelota no debe exceder los 150 gramos de peso. El bate, por su parte, mide 1,05 mts de largo y su diámetro es de 6,8 centímetros. Aplaudo su precisión. Le voy a formular a continuación una pregunta aparentemente muy simple, donde muchos alumnos se equivocan: tomando en cuenta las agujas del reloj, ¿una vez que golpea la pelota, en qué sentido debe correr el bateador? Se debe correr, como luchando contra el tiempo, en sentido contrario a las agujas del reloj. Perfecto. Dígame ahora, en nueve segundos, los integrantes de un equipo beisbolístico. Pitcher o lanzador; catcher o receptor; primera, segunda y tercera base o infielders; parador en seco o short stop y jardineros central, derecho e izquierdo o outfielders. Mis ídolos son Babe Ruth (quien sabía tratar a la pelota como a una dama –gordita y juguetona, sí– pero una dama), el recio Luis Aparicio, parador en seco de pelotas atrevidas y mi gato Galarraga. Ahora cubro tercera base y mi promedio de bateo puede mejorarse. Pero planeo seguir entrenando y superándome. Aprendiendo de mis contendientes para sorprenderlos con jugadas extraordinarias. Más alta será la exigencia, mientras mejores sean nuestros competidores. ¿Quién dice que el béisbol no es un juego de estrategia, como el ajedrez, pero sin caballos ni peones o monarcas? Algún día fundaré un encuentro femenino de dimensiones planetarias. ¿Qué tal les suena las lady leaguers? Con equipos itinerantes formados por mujeres de todas las nacionalidades. Qué sé yo: venezolanas, italianas, hindúes, noruegas, taiwanesas, costarricenses, marroquíes, bengalíes e islandesas. Cada jugadora de un punto diferente de la tierra. Con el gusto por el deporte como lenguaje común. Y recorreremos el mundo hermoseando los estadios. Y hasta tendremos nuestra propia página web (www.damasdelbeisbol.org). Cuando me retire, pienso ser entrenadora de un equipo femenino (o masculino, para que se piquen y repique su orgullo de machos heridos en su honor). O comentarista deportiva. Y no me perderé ni un juego de cualquier liga (total, que lo sé yo, no hay juego ni sueño pequeño). En el mejor asiento del estadio. Firmando algún autógrafo a quien me reconozca y disfrutando un perro caliente gigante coloreado con ketchup, mientras pacifico el calor con refrescos burbujeantes que le hacen cosquillas a mi garganta extenuada de celebrar las buenas jugadas, esas logradas con instinto, talento y ganas, demasiadas ganas, de anotarse otro jonrón. Uno más. ¿por qué no?