👊 Vocabularios que amputan palabras prescindibles

No dejes que te vean el miedo. Disfrázalo de ira. Endiéntalo en tus mandíbulas. Ciégalo en tus ojos. Expúlsalo con fuerza por tus fosas nasales. Que no queden obstruidas por el temor más insignificante. Que no se asome a ninguno de tus orificios. Que no te delate el sudor perlado ni el tambor de las palpitaciones que te recorren, bailándote los temblores. Traga recio y aprieta los puños. Híncate las uñas en la palma de tus manos. Presiona el suelo que te sostiene y te magnetiza hacia el centro del planeta. Zapatea para espantar los espasmos. A ellos, embístelos con rabia. Tu cuerpo todo es un arsenal. Polvorín de adrenalina comandado por la supervivencia. Invoca tu animalidad. Rescátala del raciocinio. Debes blandir tus extremidades. ¿Dónde está el tigre, la hiena, el oso, el alacrán, la serpiente, el rinoceronte, el halcón, el toro de lidia? Tu pierna derecha, con la que goleas, es un mazo pétreo. Ambos brazos son sables, puñales, bayonetas.

Endurece tus nudillos avezados en cuántas peleas. Estréllalos contra partes blandas que sangran y se amoratan. Ojos. Labios. Orejas. Visibles y alarmantes. Incita el dolor de tus adversarios. Aceléralo. Recuerda que tu dentadura desgarra. Incrustas tu rodilla en sus genitales y te reverencian con raros rictus. Golpe de kárate a la tráquea, descascarando la nuez de Adán, y tiñen sus rostros de azul, verde, violeta, caras pálidas. Dislócales algún hueso. Fractúrales la osamenta. Desnúdales las vísceras obscenas. Esquiva sus afrentas. Cuando trastabillen, aprovecha la ventaja y retírate en fracciones de segundo. Supera tu propio record. No le des tregua al cansancio. Exígele al corazón que motorice al máximo el combustible. Exprímete los pulmones. Repliégate. Sin rastros. Ni siquiera tu sangre a cuentagotas. La ciudad es tu laberinto. Sortea muros. Bordea esquinas. Apresura escaleras. Es hora de estrenar atajos y bautizarlos con tus alias más sonoros. Veredas prosaicas vocean tus evasiones. Desde el arrebatón de carteras golosas y maletines de buena presencia hasta los escarmientos por encargo. ¿Te acuerdas? La espinilla, esa angosta longitud ósea que se extiende frontalmente bajo la rótula, albergando el impacto jonronero del bate. Y el individuo, entre aullidos, desplomándose en cámara lenta. El metal afilado de tu navaja seccionando yugulares ajenas.

Tu curriculum críminis impresiona. Y ahora te pillan desprovisto de armamento. Salvo tu tránsito, tu suerte, tu praxis. Siempre te le escapas a tus acreedores. Tus andanzas no están escritas en texto alguno. Tú te protagonizas a ti mismo. Sin relevo. Sin dobles que te eximan de riesgos. Total, se va muriendo segundo a segundo, con las costras de piel y cabellos que se nos van desprendiendo sin oponer resistencia a la intemperie, al mal, al bien, al viento. Eso piensas. Y reincides en tus operandis por más que le jures lo contrario a tus hembras. Sólo con ellas te prodigas, te amansas, te aquietas. Desactivas el estado de alerta. Femeninas, escogen su botín entre celulares, perfumes, joyas de escasa valía. Y el alcohol y pastillas que provees. Para desatarse y arrebatarse. Durísimo. De puro éxtasis. Arrejuntando los cuerpos. En cuadriláteros de goces líquidos. Encuentros intergénero. Caricias epilépticas. Genitalidad violenta. Y un discurso preconcebido de lugares comunes, cuidándote de sustituir los nombres propios de ellas por apelativos amelcochados, celestiales, de cursilería intima (“nuestros nombres secretos”, les dices convincente), que enmudece al otro día. Invariablemente, tu prole lleva la nominación con que te has bautizado, a diferencia de los vecinos que fabrican para sus vástagos neologismos impronunciables, combinando malamente, en renegada eufonía, las sílabas menos decorosas de sus ancestros. Gramática promiscua que da a luz seres de pensamiento balbuceante. Criaturas escasas que se comen las letras cual sustituto proteínico. Neuronas abortadas espontáneamente. Vocabularios que van amputando palabras prescindibles hasta el punto de apenas proferir monosílabos que se arrastran entre sus lenguas resecas. Interjecciones que se demoran al borde de muelas careadas. Verbos irreconocibles que se sujetan firmemente al predicado antes de desbarrancarse en infinito imperfecto. Onomatopeyas que recorren la fauna típica, creole, desaliñada, paupérrima.

Aquí la ventana al universo es la tele. Lenguaje audiovisual rápido y cortante que habla de realidades paralelas. Comodidades inconcebibles. La excentricidad, por ejemplo, de abrir un grifo y que salga agua potable, incolora e inolora, transparente como ella sola. Música a alto volumen y relatos fragmentarios. Un puzzle que nunca calza. Igual que nuestros pies con sus plantas más curtidas que el cuero de vaca, de alce, de ovejo, de reno. Y es que si se aparece Santa Claus nos devoramos a sus venados y nos chupamos hasta los cuernos. Gentes de otros mundos te visitan en tu domicilio desconocido, callejón sin nombre, puerta sin número. No esperan que les devuelvas la gentileza. De hecho, confían en que no lo hagas. Sin embargo, tú eres cosmopolita. Hombre y de mundo. Así sea el tuyo propio, concéntrico, minúsculo. Planeas ir a por lo tuyo. Tantos otros comparten tu prurito. Ese feeling desproporcionado de que ”yo también quiero aquello”. Como Olafo, el vikingo ese con casco metálico y cachos de cebú, que saquea castillos y halaga a Helga con obsequios. Cargar cosas cerro arriba es bien jodido. ¿Y si bajamos nosotros y nos instalamos allá en la meseta? Donde viven diez de ellos caben cincuenta de los nuestros. Deberíamos intercambiar localidades y pertenencias. Podemos caerle al candidato político aquel que pasó una noche en un rancho (ni siquiera así ha ganado una sola elección en su vida), y decirle “aquí estamos, Eduardo, retribuyéndole la cordialidad”. Invocamos el espíritu de hospitalidad socialcristiana y venimos a pernoctar en su residencia. No se preocupe, doctor, aquí cabemos todos.

1 comentario

  • No conocía a esta autora ni este cuento contundente que me trajo de vuelta a Caracas con tanta incomodidad que no puedo agradecerlo. Me ha removido demasiado

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Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!