🐎 Una carta en la oscuridad

                                             

¿Quién será ese caballo de copas? Era la sexta vez que aquella figura de príncipe a caballo, con una copa enmarcando su imagen en el borde superior izquierdo, insistía en anunciarme casualidades afortunadas.

Abelardo había tomado el mazo de cartas y, dirigiéndose a mí, comenzó a predecir el pasado, a obviar el presente y soslayar con discreción el futuro, pues carecía de elementos fidedignos.

Insistí en formular diferentes preguntas y, sin variar ni una sola vez, el resultado fue el mismo: el misterioso caballero de copas, que Abelardo predijo como la enfermedad de un pariente lejano.

Esto había sucedido hacía meses y de eso trataba el juego.

―Las cartas son como un viaje largo hecho de espaldas. El futuro es solo aquello que va quedando atrás. No existen pérdidas ni ganancias en lo que se aleja ―sentenció, grave, Abelardo.

Saverio se levantó a buscar un vaso de agua y, como una impertinencia de su carácter, Leo tomó una carta y la tiró sobre la mesa, frente a mí, para mostrarnos de nuevo al mismo caballero.

Biaggio estuvo de acuerdo con algunas afirmaciones de Abelardo respecto a mi consulta. José se mostró escéptico, según su costumbre. Rómulo y yo sonreímos despreocupados, mientras encendíamos dos cigarrillos, e iniciamos una breve pausa para esperar a Saverio.

Abelardo estiró los brazos sobre su cabeza y miró a su alrededor para tratar de adivinar al próximo en consultar las barajas.

Rómulo ya sabía todo del triángulo en su mano derecha y qué marcaba su línea de la vida. La combinación de espadas y bastos no hacía más que confirmar, de manera inequívoca, la victoria sobre aquella sentencia.

Saverio no había vuelto de la cocina. Rómulo y José aprovecharon la pausa para comentar los puntos de común infortunio existentes en sus cartas natales. Abelardo mordió con desgano una galleta y se quedó pensativo por algunos segundos.

Era evidente que la conversación decaía y apenas nos soportábamos. Dejé escapar un reprimido bostezo, mientras veía sobre la mesa, sin ninguna conclusión, la última baraja que había sacado Saverio.

El sonido prolongado del reloj de pared iba creciendo.

Rómulo se levantó entonces, preguntando si alguien tenía sed. Nadie respondió y José se levantó para acompañarlo. Vi cómo ambos caminaron por el pasillo en penumbras, haciendo sonar el móvil de bambú colgado en el techo.

―¿Quién podrá ser a esta hora?― dije.

Biaggio y Abelardo se miraron sorprendidos.

―¿No oyeron tocar la puerta?

―No― respondió Abelardo con un gesto de cabeza y, mirando a Biaggio, lo interrogó con un ademán. La respuesta fue la misma. Sin embargo, insistí hasta sentir de nuevo tres golpes muy claros.

―¿Oyeron ahora? ―y antes de llegar la afirmación, una serie de golpes más claros interrumpieron de manera alarmante el silencio. Estaba segura de que también se oían en la cocina, pues los tres miramos en esa dirección esperando ver a quienes se habían marchado, pero ningún movimiento o sonido llegó de ese lugar.

Me incorporé, caminé con temor y, antes de abrir, miré a Abelardo y a Biaggio para notar con alivio que se habían levantado de sus sillas.

Una ráfaga de aire helado penetró en la sala, acompañada de un vaho caliente y un olor bruto.

―Creo que este caballero extravió su camino― fue lo único que se me ocurrió decir al apartarme para dejar pasar a un hermoso caballo blanco montado por un joven que sostenía una copa.

El reloj sonaba, repitiendo una lejana melodía infantil.

El caballo avanzó hasta el centro de la sala. Yo había cerrado la puerta y la luz que llegaba de la calle, proveniente de un faro, iluminó la mitad del caballo y el perfil izquierdo del jinete.

Dirigiéndome a la mesa, tomé el vaso más cercano y, vacío como estaba, lo alcé y le dije al joven:

 ―Salud, por ese vino cuyos efectos desconocemos.

El jinete sonrió y bebió un sorbo de su copa, fijando su mirada en Abelardo, quien encendió un cigarrillo, se quedó de pie y titubeó, antes de avanzar unos pasos para quedar frente al jinete. Del caballo emanaba un olor tibio, envolvente.

Biaggio se había mantenido distante y jugaba con las cartas, construyendo laberintos de ventanas triangulares en los que encendía palos de fósforos, que iluminaban repentinamente la sala, para luego apagarlos con un soplido y derrumbar finalmente la construcción. Se levantó, miró al jinete y a su cabalgadura y, dándose vuelta sin explicaciones, desapareció por el pasillo a oscuras que conducía a la parte posterior de la casa.

Vi a Abelardo encender una varita de incienso y colocarla en la mesa de centro.

El joven bajó del caballo y se sentó a mi lado. Del reloj salió una bandada de palomas que escaparon por la ventana y desaparecieron en la penumbra. Luego, la misma melodía infantil.

―¿Te recuerda algo?― dijo el jinete.

―No sé― dije con un gesto. ¿Y a ti?

Como respuesta, se me acercó hasta que ya no podía verlo. Solo sentí su respiración en mi cara y contaba los golpes de su aliento, sus dedos en la espalda. Contaba su cuerpo, que como una línea azul trazada con un lápiz iba apareciendo ante mí, alargándose.

Abelardo ejecutaba una extraña danza, al lado del caballo, hasta que se acercó a nosotros, se sentó en el piso y comenzó a mirarnos. Un viento frío entró y desordenó sus cabellos.

―La vida es como un largo viaje hecho de espaldas― sentenció, mientras sostenía la baraja del caballo de copas. La carta flotaba en la oscuridad, la veía perderse entre los objetos, escurrirse entre la mesa y caer al suelo, mientras las manos de Abelardo crecían como un techo sobre él.

Me levanté y llegué al lugar donde estaba el caballo. Miré hacia atrás y vi sus cuerpos entrelazados alejarse.

Amanecía. Una lluvia ligera golpeaba la cabeza del caballo, que me seguía dócilmente por la calle vacía.

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Feed de narrativa editada a seis manos (desde San José de Costa Rica, Stuttgart y Caracas), por los caraqueños diasporizados Luis Garmendia y Javier Miranda-Luque, y el caraqueño sin diasporizar (¿por ahora?) Mirco Ferri cuya idea es la de postear textos propios y de autores invitados. ¡Bienvenido cada par de ojos lectores que se asomen a estos predios!

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