Como cada día, en la hora pico, el andén estaba lleno, más allá de sus límites. El aire acondicionado no funcionaba y el tren tenía casi una hora de retraso. Él observaba a la rubia, de la fila del lado derecho, que leía hipnotizada un libro grueso y de tapa dura. Unos lentes negros, de pasta, tipo ojo de gato, le enmarcaban el rostro, dándole un aire retro muy sofisticado. Tenía la sensación de haberla visto antes, pero no sabía dónde, posiblemente en ese mismo anden. En realidad no solía prestarles atención a las personas que le rodeaban. Eso pasa cuando se sigue la misma rutina. Pero aunque no se mire con atención, ni se interactúe con nadie, el cerebro guarda millones de imágenes en fracciones de segundos, que se asocian a patrones.
En el túnel, se escuchó el eco del tren que se aproximaba. Aún no se veían ni las luces frontales, pero como que si los hubieran activado con un botón, comenzaron un movimiento borreguil para aglomerarse al borde del andén. La chica miró su reloj de pulsera y colocó el libro en el muro que daba a las escaleras, estiró su ropa y aseguró su cartera el hombre. El tren hizo presencia y ella se apresuró para hacerse un hueco entre la multitud. Él se dio cuenta que la chica había dejado el libro en el muro. Dudó por un segundo y luego se lanzó como un proyectil a buscar el libro y tratar de alcanzarla. Empujó, se coló y contra todo pronóstico logró entrar al tren.
Ya dentro del vagón, se abrió paso, entre quejas y empujones hasta lograr llegar a ella. El corazón estaba punto de explotarle por la adrenalina. ¡Qué locura! Él nunca había sido un tipo romántico ¿Por qué estaba haciendo eso? Detestaba las cursilerías, se podría decir que era un tipo comedido, más bien aburrido y hasta medio cobarde, pero hoy le falló la contención.
Ella no se había dado cuenta que la observa, menos que tenía su libro.
-Tiene ojos bonitos-.Pensó.
Si hubiera visto de qué era el libro por lo menos podría haber comenzado con una línea explosiva sobre el tema. Seguro La chica leía sobre algo muy denso, el libro era bastante pesado para su tamaño. Allí tampoco había aire. A ella la corría una gota de sudor por el cuello y a él por la sien. El corazón ya se le había calmado, el trote no era su fuerte y menos con aquel saco puesto. Se acercó hasta casi chocar con sus piernas, ella las cruzó para evitar el contacto. Se retrajo en el asiento y apretó contra sí la cartera. Le incomodó la cercanía excesiva, levantó la mirada. Él se dio cuenta que estaba invadiendo su espacio corporal, dio un paso atrás. No quería darle el libro y ya, quería captar su atención por más tiempo que el de un gracias. Pensaba cómo entablar una conversación que pareciera natural.
– Disculpa belleza…No, belleza, no. – pensó.
-Linda, creo que esto es tuyo-. Y se imaginó el rostro de ella a nivel de sus genitales. No, eso tampoco funcionaría.
¿Y si se agachaba como para amarrarse las trenzas? No, sus zapatos no tenían trenzas, además agacharse para mirarle a la cara, era mucho más raro.
En el túnel, se escuchó el eco del tren que se aproximaba. Aún no se veían ni las luces frontales, pero como que si los hubieran activado con un botón, comenzaron un movimiento borreguil para aglomerarse al borde del andén. La chica miró su reloj de pulsera y colocó el libro en el muro que daba a las escaleras, estiró su ropa y aseguró su cartera el hombre. El tren hizo presencia y ella se apresuró para hacerse un hueco entre la multitud. Él se dio cuenta que la chica había dejado el libro en el muro. Dudó por un segundo y luego se lanzó como un proyectil a buscar el libro y tratar de alcanzarla. Empujó, se coló y contra todo pronóstico logró entrar al tren.
Ya dentro del vagón, se abrió paso, entre quejas y empujones hasta lograr llegar a ella. El corazón estaba punto de explotarle por la adrenalina. ¡Qué locura! Él nunca había sido un tipo romántico ¿Por qué estaba haciendo eso? Detestaba las cursilerías, se podría decir que era un tipo comedido, más bien aburrido y hasta medio cobarde, pero hoy le falló la contención.
Ella no se había dado cuenta que la observa, menos que tenía su libro.
-Tiene ojos bonitos-.Pensó.
Si hubiera visto de qué era el libro por lo menos podría haber comenzado con una línea explosiva sobre el tema. Seguro La chica leía sobre algo muy denso, el libro era bastante pesado para su tamaño. Allí tampoco había aire. A ella la corría una gota de sudor por el cuello y a él por la sien. El corazón ya se le había calmado, el trote no era su fuerte y menos con aquel saco puesto. Se acercó hasta casi chocar con sus piernas, ella las cruzó para evitar el contacto. Se retrajo en el asiento y apretó contra sí la cartera. Le incomodó la cercanía excesiva, levantó la mirada. Él se dio cuenta que estaba invadiendo su espacio corporal, dio un paso atrás. No quería darle el libro y ya, quería captar su atención por más tiempo que el de un gracias. Pensaba cómo entablar una conversación que pareciera natural.
– Disculpa belleza…No, belleza, no. – pensó.
-Linda, creo que esto es tuyo-. Y se imaginó el rostro de ella a nivel de sus genitales. No, eso tampoco funcionaría.
¿Y si se agachaba como para amarrarse las trenzas? No, sus zapatos no tenían trenzas, además agacharse para mirarle a la cara, era mucho más raro.
El tren estaba por llegar a la siguiente estación, la chica miró nuevamente la hora. Él se armó de valor, respiró profundo, tragó saliva y se dispuso a decirle su primera palabra de galán, cuando se oyó.
-Todos quietos y a nadie lo van a ir a buscá a la morgue.
Todo el mundo gritó, se apretujó sin poder moverse mucho. En cada puerta había un tipo armado, así como en las que comunicaban los vagones entre sí. En total eran ocho. Cada uno con una cicatriz peor que la otra. Arañazos o navajazos y el más joven, parecía no haberla pasado muy bien con la lechina.
-Efectivo, los celulares y las cadenitas-. Dijo el que parecía el jefe.
En alguna parte se escuchó un sonoro. – Coño e la madre.
La rubia bajó la cartera al suelo, tratando que no se dieran cuenta. Él sí se fijó y la empujó con el pie, tras el asiento lateral. Ella lo miró entre sorprendida y asustada. Él sonrió y le dio el libro. Ella lo miró con terror, sin querer aceptarlo. Uno de los atracadores le arrebató el bolso a la señora que estaba en el asiento lateral.
– Sufro del corazón-. Dijo la señora.- Déjame sacar las pastillas. El antisocial dudó, se incorporó y luego le apuntó.
-Tas viviendo prestao vieja, no abuses.
La señora se reclinó en su asiento, luego se inclinó hacia adelante, apoyó los codos en las piernas y sostuvo su cabeza entre las manos. La Pashmina se le resbaló del brazo cayendo al suelo mientras tapaba la cartera de la rubia. El maleante metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón de él, sacando la billetera. Otro asaltante lo requisó buscando el celular. Lo sacó del bolsillo interno del saco. Acto seguido, miró a la muchacha.
-Eso sí está bonito, vale.
Ella cayó en cuenta que no tenía nada las manos y el atracador también.
-¿Dónde pusiste la cartera pendeja?
Le apuntó a la cabeza. Él respondió:
-No tiene.
El asaltante volteó a mirarlo con sorpresa y el compinche que ya estaba despachándose a los otros pasajeros, se regresó.
-¿Cómo qué no?
-Es que la acababan de atracar antes de subirse al tren. Íbamos, a poner la denuncia, justo ahorita.
-¡Coño! Qué mala leche ¿no? ¿Le creemos a estos pajaritos?
-Todos quietos y a nadie lo van a ir a buscá a la morgue.
Todo el mundo gritó, se apretujó sin poder moverse mucho. En cada puerta había un tipo armado, así como en las que comunicaban los vagones entre sí. En total eran ocho. Cada uno con una cicatriz peor que la otra. Arañazos o navajazos y el más joven, parecía no haberla pasado muy bien con la lechina.
-Efectivo, los celulares y las cadenitas-. Dijo el que parecía el jefe.
En alguna parte se escuchó un sonoro. – Coño e la madre.
La rubia bajó la cartera al suelo, tratando que no se dieran cuenta. Él sí se fijó y la empujó con el pie, tras el asiento lateral. Ella lo miró entre sorprendida y asustada. Él sonrió y le dio el libro. Ella lo miró con terror, sin querer aceptarlo. Uno de los atracadores le arrebató el bolso a la señora que estaba en el asiento lateral.
– Sufro del corazón-. Dijo la señora.- Déjame sacar las pastillas. El antisocial dudó, se incorporó y luego le apuntó.
-Tas viviendo prestao vieja, no abuses.
La señora se reclinó en su asiento, luego se inclinó hacia adelante, apoyó los codos en las piernas y sostuvo su cabeza entre las manos. La Pashmina se le resbaló del brazo cayendo al suelo mientras tapaba la cartera de la rubia. El maleante metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón de él, sacando la billetera. Otro asaltante lo requisó buscando el celular. Lo sacó del bolsillo interno del saco. Acto seguido, miró a la muchacha.
-Eso sí está bonito, vale.
Ella cayó en cuenta que no tenía nada las manos y el atracador también.
-¿Dónde pusiste la cartera pendeja?
Le apuntó a la cabeza. Él respondió:
-No tiene.
El asaltante volteó a mirarlo con sorpresa y el compinche que ya estaba despachándose a los otros pasajeros, se regresó.
-¿Cómo qué no?
-Es que la acababan de atracar antes de subirse al tren. Íbamos, a poner la denuncia, justo ahorita.
-¡Coño! Qué mala leche ¿no? ¿Le creemos a estos pajaritos?
-Es verdad-. Dijo ella, intercediendo por él.
Los dos sujetos lo acorralaron con sus cuerpos. El tren frenó de golpe en el túnel y se apagaron las luces. Los gritos se desataron, se oyeron varias detonaciones y se vieron los fogonazos. Entre apretujones, como pudo, se le zafó a los antisociales, tanteó en la oscuridad en dirección a la rubia, la jaló hacia él y fueron a la puerta más cercana. Alguien había accionado el sistema de emergencia, las puertas estaban abiertas. La gente salió en estampida. Se escuchaban gritos, llanto, golpes. Bajaron a los rieles y se dieron cuenta que el sistema se había accionado solo en ese vagón, los demás tenían luz y mantenían encerrados a los nerviosos pasajeros. Corrieron, igual que los demás, buscando la salida. Ella se dio cuenta que él aún tenía el libro en la mano, se lo quitó y lo lanzó tras de sí.
-¡Corre!- Gritó.
Llegaron al andén, subieron al nivel de los torniquetes y mientras todos disminuían el paso al llegar a la calle, ella lo jaló corriendo a la esquina más lejana posible. Miró el reloj se agachó y se tapó la cabeza con las manos, él hizo exactamente lo mismo y entonces se sintieron dos explosiones. Todo tembló. Había humo, vidrios, escombros por todas partes. Ella se quitó los restos que le cayeron encima. Lo miró y suspiró mientras se le acercaba para besarlo.
Los dos sujetos lo acorralaron con sus cuerpos. El tren frenó de golpe en el túnel y se apagaron las luces. Los gritos se desataron, se oyeron varias detonaciones y se vieron los fogonazos. Entre apretujones, como pudo, se le zafó a los antisociales, tanteó en la oscuridad en dirección a la rubia, la jaló hacia él y fueron a la puerta más cercana. Alguien había accionado el sistema de emergencia, las puertas estaban abiertas. La gente salió en estampida. Se escuchaban gritos, llanto, golpes. Bajaron a los rieles y se dieron cuenta que el sistema se había accionado solo en ese vagón, los demás tenían luz y mantenían encerrados a los nerviosos pasajeros. Corrieron, igual que los demás, buscando la salida. Ella se dio cuenta que él aún tenía el libro en la mano, se lo quitó y lo lanzó tras de sí.
-¡Corre!- Gritó.
Llegaron al andén, subieron al nivel de los torniquetes y mientras todos disminuían el paso al llegar a la calle, ella lo jaló corriendo a la esquina más lejana posible. Miró el reloj se agachó y se tapó la cabeza con las manos, él hizo exactamente lo mismo y entonces se sintieron dos explosiones. Todo tembló. Había humo, vidrios, escombros por todas partes. Ella se quitó los restos que le cayeron encima. Lo miró y suspiró mientras se le acercaba para besarlo.
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Él se siente confundido y excitado. Suena el pito del vagón, las puertas se cierran y se vuelven a abrir. Él sale.
-Aguevoniao-. Le gritan desde adentro
Las puertas se cierran nuevamente. Pasa empujando entre la pared de personas que están en el andén. Llega hasta el muro de las escaleras mecánicas, allí poner el libro que ha estado leyendo. Se arregla el saco, se revisa para ver si siente su celular, también toca el bolsillo de su pantalón para comprobar si la billetera sigue en su lugar. Debe hacer transferencia para seguir a su destino. Afortunadamente se hace en ese mismo andén, pero del otro lado.
Llega el otro tren. ¡Qué suerte! El anterior iba con retraso, puede que hoy llegue a tiempo a su trabajo. Se abren las puertas, la gente protesta, se empuja y se aglomera. A su lado pasa una rubia con un bolso rojo abrazado al pecho, que tratar de abordar sin éxito. También llegan ocho tipos sospechosos empujando a todo el mundo. Tampoco logran entrar. Se hacen una señal con la cabeza, suena el timbre se cierran las puertas y todos se quedan allí, esperando.
Él da un paso atrás, deja el libro en el muro, sube las escaleras mecánicas y sale de la estación tan rápido como puede.
-Aguevoniao-. Le gritan desde adentro
Las puertas se cierran nuevamente. Pasa empujando entre la pared de personas que están en el andén. Llega hasta el muro de las escaleras mecánicas, allí poner el libro que ha estado leyendo. Se arregla el saco, se revisa para ver si siente su celular, también toca el bolsillo de su pantalón para comprobar si la billetera sigue en su lugar. Debe hacer transferencia para seguir a su destino. Afortunadamente se hace en ese mismo andén, pero del otro lado.
Llega el otro tren. ¡Qué suerte! El anterior iba con retraso, puede que hoy llegue a tiempo a su trabajo. Se abren las puertas, la gente protesta, se empuja y se aglomera. A su lado pasa una rubia con un bolso rojo abrazado al pecho, que tratar de abordar sin éxito. También llegan ocho tipos sospechosos empujando a todo el mundo. Tampoco logran entrar. Se hacen una señal con la cabeza, suena el timbre se cierran las puertas y todos se quedan allí, esperando.
Él da un paso atrás, deja el libro en el muro, sube las escaleras mecánicas y sale de la estación tan rápido como puede.